jueves, 17 de noviembre de 2016

"Pa qué te digo que no, si sí"

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Continuando con nuestra presentación cómica de los últimos días, hasta algunos que yacían muertos han resucitado para participar de la mejor comedia colombiana de todos los tiempos. En el reciente plebiscito para refrendar la propuesta pacificadora entre gobierno y las Farc, perfectamente encaja una de las célebres frases de ‘Chespirito’, "Pa qué te digo que no, si sí". Ahora todos los que votaron NO en este mecanismo de participación ciudadana dicen querer la paz, pero no, pero sí...

La encrucijada producto de los resultados inesperados del plebiscito ha pasado a un escenario tan peculiar que solo disfrutan los colombianos. La población ha manifestado que sí desea la paz pero no como la plantea el gobierno sino de otra manera. Cuando las circunstancias aprietan, salen a manifestar que el país necesita la paz, y vuelve el dicho del gran actor mejicano: "Pa qué te digo que no, si sí". Palabras desconcertantes desde que se conocieron los resultados de la refrendación.

Mientras se desarrollan tensas e inoficiosas discusiones, el tiempo acelera su marcha y la necesidad insurgente y la de la gente que anhela el cambio de esta patria, ahorca sin compasión a quienes dirigen este polémico proceso que intenta poner límite a las acciones bélicas consecuencia de la injusticia social que por décadas ha acribillado a la sociedad del ‘Corazón de Jesús’. Es natural en cualquier postura política de un gobierno que existan discusiones o contradicciones, pero lo sorprendente es la respuesta de los propios sacrificados insistiendo en continuar bajo la opresión desgarradora de los patrones del mal.

El mundo no sale del asombro por el show mediático de los seudolíderes colombianos, unos ufanándose del logro obtenido, otros, llorando sobre su propia necesidad. Al final, siempre coinciden en la ineptitud para resolver el problema. Después del aleteo del gallo ha llegado el canto, y ese sí que es amargo para quienes esperaban primero el cacaraqueo y luego el aleteo. Tan ridículos que se miran desafiándose públicamente sin considerar que el pueblo observa sus mañas.

Este pasaje de la política criolla trae a mi memoria algunos capítulos de uno de los mejores comediantes que ha parido Latinoamérica, ‘Chespirito’, quien con sus palabras tergiversadas le sacaba chispa a la adversidad, generando espectáculo y entretenimiento. Nuestros políticos a su estilo, desfilan en tarima, algunos con frases que en otro país serían esquizofrénicas. Sin embargo, ya nos tienen acostumbrados a aplaudir sus desabridas presentaciones.

Con los calzones abajo cogieron al ‘Patrón del Ubérrimo’, es lo que se escucha en distintos lugares de las grandes urbes, mientras en los campos, la gente se come las uñas a la expectativa de oír pronto una solución a una problemática  que a surcado de terror y humillación a millones de compatriotas, especialmente a esos manicallosos que aun en sus oídos les retumba las explosiones de artillería y sus corazones titilan por las determinaciones de la ley del monte.

Patéticas las actuaciones de los caballeros de la política nacional; ni que decir el rechazo de los extranjeros a este circo que reúne los mejores payasos de la era republicana. Cuando se pensaba que un proceso de paz con una de las agrupaciones guerrilleras más viejas del continente sería aplaudido por la mayoría, resultó un fiasco. La esperanza de una masa oprimida se ha puesto en vaivén por la irresponsabilidad de un caudillismo amarillista que insiste marcar protagonismo aprovechándose de una causa social.

"Pa qué te digo que no, si sí", es lo que está de moda en el país de las más bellas flores y del mejor café, ni siquiera la paz popular se ha asimilado con seriedad; al contrario, se convirtió en un juego de ajedrez donde los peones son atropellados por la soberbia de las reinas.

La puja sigue y los delirios de grandeza se fortalecen a paso de cocodrilo anciano, cuyas ancas no soportan un sacudón más. Las máscaras de los pregoneros de la no pacificación de Colombia empiezan a derretirse, y los que no quieren quemarse, salen a la luz con flexibilización en sus proposiciones que al menos permiten entablar diálogos con intenciones de ajustar lo acordado en La Habana.


Admirable, en medio de la comedia del momento, las marchas alimentan la obligación y aprietan las riendas de la responsabilidad estatal. Aunque la reforma tributaria agiliza su paso por el congreso, la insistencia popular explaya su necesidad de encontrar respuesta a lo solicitado por décadas, paz.

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