Por Iván Antonio Jurado Cortés
Continuando
con nuestra presentación cómica de los últimos días, hasta algunos que yacían
muertos han resucitado para participar de la mejor comedia colombiana de todos
los tiempos. En el reciente plebiscito para refrendar la propuesta pacificadora
entre gobierno y las Farc, perfectamente encaja una de las célebres frases de
‘Chespirito’, "Pa qué te digo que no, si sí". Ahora todos los que votaron
NO en este mecanismo de participación ciudadana dicen querer la paz, pero no,
pero sí...
La
encrucijada producto de los resultados inesperados del plebiscito ha pasado a
un escenario tan peculiar que solo disfrutan los colombianos. La población ha
manifestado que sí desea la paz pero no como la plantea el gobierno sino de
otra manera. Cuando las circunstancias aprietan, salen a manifestar que el país
necesita la paz, y vuelve el dicho del gran actor mejicano: "Pa qué te
digo que no, si sí". Palabras desconcertantes desde que se conocieron los
resultados de la refrendación.
El
mundo no sale del asombro por el show mediático de los seudolíderes
colombianos, unos ufanándose del logro obtenido, otros, llorando sobre su
propia necesidad. Al final, siempre coinciden en la ineptitud para resolver el
problema. Después del aleteo del gallo ha llegado el canto, y ese sí que es
amargo para quienes esperaban primero el cacaraqueo y luego el aleteo. Tan
ridículos que se miran desafiándose públicamente sin considerar que el pueblo
observa sus mañas.
Este
pasaje de la política criolla trae a mi memoria algunos capítulos de uno de los
mejores comediantes que ha parido Latinoamérica, ‘Chespirito’, quien con sus
palabras tergiversadas le sacaba chispa a la adversidad, generando espectáculo
y entretenimiento. Nuestros políticos a su estilo, desfilan en tarima, algunos
con frases que en otro país serían esquizofrénicas. Sin embargo, ya nos tienen
acostumbrados a aplaudir sus desabridas presentaciones.
Con
los calzones abajo cogieron al ‘Patrón del Ubérrimo’, es lo que se escucha en
distintos lugares de las grandes urbes, mientras en los campos, la gente se come
las uñas a la expectativa de oír pronto una solución a una problemática que a surcado de terror y humillación a
millones de compatriotas, especialmente a esos manicallosos que aun en sus
oídos les retumba las explosiones de artillería y sus corazones titilan por las
determinaciones de la ley del monte.
Patéticas
las actuaciones de los caballeros de la política nacional; ni que decir el
rechazo de los extranjeros a este circo que reúne los mejores payasos de la era
republicana. Cuando se pensaba que un proceso de paz con una de las
agrupaciones guerrilleras más viejas del continente sería aplaudido por la
mayoría, resultó un fiasco. La esperanza de una masa oprimida se ha puesto en
vaivén por la irresponsabilidad de un caudillismo amarillista que insiste
marcar protagonismo aprovechándose de una causa social.
"Pa
qué te digo que no, si sí", es lo que está de moda en el país de las más
bellas flores y del mejor café, ni siquiera la paz popular se ha asimilado con
seriedad; al contrario, se convirtió en un juego de ajedrez donde los peones
son atropellados por la soberbia de las reinas.
La
puja sigue y los delirios de grandeza se fortalecen a paso de cocodrilo anciano,
cuyas ancas no soportan un sacudón más. Las máscaras de los pregoneros de la no
pacificación de Colombia empiezan a derretirse, y los que no quieren quemarse,
salen a la luz con flexibilización en sus proposiciones que al menos permiten
entablar diálogos con intenciones de ajustar lo acordado en La Habana.
Admirable,
en medio de la comedia del momento, las marchas alimentan la obligación y
aprietan las riendas de la responsabilidad estatal. Aunque la reforma
tributaria agiliza su paso por el congreso, la insistencia popular explaya su
necesidad de encontrar respuesta a lo solicitado por décadas, paz.
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