Por Iván Antonio Jurado
Cortés
Es una lástima que un derecho
fundamental de los colombianos se haya politizado hasta el punto de ser
aprovechado miserablemente por algunos seudolíderes para protagonizar acciones
que en nada contribuyen a saciar la urgente necesidad que tiene el pueblo,
cesar la violencia. Colombia es uno de los pocos países en el mundo que ha
tenido que convivir con un conflicto interno por décadas, siendo responsables
los gobiernos de turno que nunca tomaron con seriedad este problema; incluso
algunos desconocieron que en la tierra del ‘Corazón de Jesús’ existiese lucha
armada.
Desde la década de los 60 cuando se
crearon las primeras guerrillas incluida la más poderosa militar y
políticamente como las Farc E.P., también nació la solicitud de los
directamente afectados para que el Estado tomará cartas en el asunto. Desafortunadamente
este clamor ha caído en saco roto, engendrándose una desesperanza con el paso
del tiempo, transformándose sutilmente en una cultura masoquista, donde la
misma guerra se ha considerado necesaria para el diario vivir.
La esperanza de que se lleven a práctica
los acuerdos de La Habana, es la petición de millones de compatriotas víctimas
de una fratricida cacería humana, que por años hurtó la alegría de los más
vulnerables, una razón para que este conflicto haya sido visto de reojo, nunca
cobró la importancia que debiera tener. Solo fue visible cuando las víctimas eran
funcionarios de alto nivel. Es tanta la impotencia del pueblo y el egoísmo de
los mismos connacionales, que la culminación de un enfrentamiento sangriento se
encuentre en tela de juicio. Más desafiante y espeluznante que sea el
padecimiento ajeno, el caballo de batalla de políticos mezquinos, ufanados de
ser voceros y redentores de unas víctimas que desean conocer la verdad,
justicia y reparación.
Es una vergüenza mundial que un acuerdo
para la reconciliación y cese del fuego, sea polemizado hasta el colmo de
oponerse rotundamente que se cumpla. Más ridículo aun, que quienes se oponen
sean personas con tantos cuestionamientos éticos, legales y judiciales. El
plebiscito de este domingo votado afirmativamente es trascendental para el
bienestar y desarrollo de las comunidades, especialmente las rurales que han
sufrido en carne propia los rigores de la crueldad humana. Es imperativo
reflexionar y entender que al votar NO simplemente se está aceptando el
conflicto armado como la mejor solución, y de paso demostrándole a la sociedad
mundial un masoquismo indiscutible.
Las verdaderas víctimas del conflicto
nos han enseñado en medio de su dolor, que la violencia no es una salida
racional; al contrario, ellas manifiestan que la oportunidad es buscar el
sendero de la reconciliación a través del dialogo. Una completa paradoja: las
personas más lastimadas por la guerra son las entusiastas en buscar la
pacificación, mientras que personajes con discursos y argumentos infundados se
jactan de ser salvadores de una causa perdida.
Los acuerdos pactados entre gobierno y
guerrilla, han servido de vitrina para que el pueblo observe el pensamiento e
intenciones de los políticos autoproclamados ‘redentores de Colombia’.
Entendiéndose como político el encargado de la organización de las sociedades
humanas, su bienestar y buen vivir. Es inconcebible con el respeto de las
víctimas, que parlanchines con título de políticos pregonen una supuesta
angustia en favor de las comunidades afectadas, sabiendo que ellos han sido en
gran medida causantes de estos sucesos.
El próximo domingo la ciudadanía debe
decidir por su propio bienestar y no por el de unos oligarcas aprovechados de
la ingenuidad nacional, para saciar sus apetitos mercantiles y caudillistas.
Absolutamente ninguna persona con uso de razón, puede estar de acuerdo que el
sonar de un fusil sea mejor que el ritmo de una gaita. Es indispensable romper
el paradigma del masoquismo politiquero y abrirse paso a una oportunidad que
sin titubeos será mucho mejor que la actual. La paz es una necesidad de este país.
No queda otra alternativa.
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