martes, 4 de octubre de 2016

Cultura masoquista

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Es una lástima que un derecho fundamental de los colombianos se haya politizado hasta el punto de ser aprovechado miserablemente por algunos seudolíderes para protagonizar acciones que en nada contribuyen a saciar la urgente necesidad que tiene el pueblo, cesar la violencia. Colombia es uno de los pocos países en el mundo que ha tenido que convivir con un conflicto interno por décadas, siendo responsables los gobiernos de turno que nunca tomaron con seriedad este problema; incluso algunos desconocieron que en la tierra del ‘Corazón de Jesús’ existiese lucha armada.

Desde la década de los 60 cuando se crearon las primeras guerrillas incluida la más poderosa militar y políticamente como las Farc E.P., también nació la solicitud de los directamente afectados para que el Estado tomará cartas en el asunto. Desafortunadamente este clamor ha caído en saco roto, engendrándose una desesperanza con el paso del tiempo, transformándose sutilmente en una cultura masoquista, donde la misma guerra se ha considerado necesaria para el diario vivir.

El caso de la desmovilización de la guerrilla del M-19 hace aproximadamente 26 años, nos dejó una gran experiencia, siendo la nueva constitución, el mayor logro, permitiendo por primera vez la participación política de millones de colombianos que nunca tuvieron el espacio para reflejarse ante el Estado. Sin embargo, así como la UP, al final sistemáticamente muchos fueron exterminados, y otro tanto sometidos a la flagelación sociopolítica por parte de las elites gobiernistas, que piensan que Colombia es una finca y debe ser gobernada exclusivamente con patrones de apellidos añejos.

La esperanza de que se lleven a práctica los acuerdos de La Habana, es la petición de millones de compatriotas víctimas de una fratricida cacería humana, que por años hurtó la alegría de los más vulnerables, una razón para que este conflicto haya sido visto de reojo, nunca cobró la importancia que debiera tener. Solo fue visible cuando las víctimas eran funcionarios de alto nivel. Es tanta la impotencia del pueblo y el egoísmo de los mismos connacionales, que la culminación de un enfrentamiento sangriento se encuentre en tela de juicio. Más desafiante y espeluznante que sea el padecimiento ajeno, el caballo de batalla de políticos mezquinos, ufanados de ser voceros y redentores de unas víctimas que desean conocer la verdad, justicia y reparación.

Es una vergüenza mundial que un acuerdo para la reconciliación y cese del fuego, sea polemizado hasta el colmo de oponerse rotundamente que se cumpla. Más ridículo aun, que quienes se oponen sean personas con tantos cuestionamientos éticos, legales y judiciales. El plebiscito de este domingo votado afirmativamente es trascendental para el bienestar y desarrollo de las comunidades, especialmente las rurales que han sufrido en carne propia los rigores de la crueldad humana. Es imperativo reflexionar y entender que al votar NO simplemente se está aceptando el conflicto armado como la mejor solución, y de paso demostrándole a la sociedad mundial un masoquismo indiscutible.

Las verdaderas víctimas del conflicto nos han enseñado en medio de su dolor, que la violencia no es una salida racional; al contrario, ellas manifiestan que la oportunidad es buscar el sendero de la reconciliación a través del dialogo. Una completa paradoja: las personas más lastimadas por la guerra son las entusiastas en buscar la pacificación, mientras que personajes con discursos y argumentos infundados se jactan de ser salvadores de una causa perdida.

Los acuerdos pactados entre gobierno y guerrilla, han servido de vitrina para que el pueblo observe el pensamiento e intenciones de los políticos autoproclamados ‘redentores de Colombia’. Entendiéndose como político el encargado de la organización de las sociedades humanas, su bienestar y buen vivir. Es inconcebible con el respeto de las víctimas, que parlanchines con título de políticos pregonen una supuesta angustia en favor de las comunidades afectadas, sabiendo que ellos han sido en gran medida causantes de estos sucesos.


El próximo domingo la ciudadanía debe decidir por su propio bienestar y no por el de unos oligarcas aprovechados de la ingenuidad nacional, para saciar sus apetitos mercantiles y caudillistas. Absolutamente ninguna persona con uso de razón, puede estar de acuerdo que el sonar de un fusil sea mejor que el ritmo de una gaita. Es indispensable romper el paradigma del masoquismo politiquero y abrirse paso a una oportunidad que sin titubeos será mucho mejor que la actual. La paz es una necesidad de este país. No queda otra alternativa.

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