Por Iván Antonio Jurado Cortés
Como era de esperarse, este país ya está
más que preparado para participar del mejor show cómico de la política pública
en el planeta. Lo acaba de demostrar con la actuación frente a un caso que
cualquier persona en el más profundo estado de perdición puede darse cuenta que
lo del ex Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, era simplemente una
ataque mediático, producto de una actitud esquizofrénica de una mujer que le
negaron sus caprichos fantasiosos y arribistas.
Pruebas
contundentes demuestran con precisión
que fue una relación sentimental, propia de cualquier humano, con la diferencia
que esta vez no era el vendedor de frutas sino un alto funcionario del Estado
colombiano, enamorado de una voluptuosa dama que hasta antes del escándalo
fuese su secretaria privada; hoy, sin
medir las consecuencias y con la irreverencia característica de un ‘estrato
seis’, la supuesta víctima ventila a los cuatro vientos que fue acosada sexual
y laboralmente por el ex Defensor.
Lógicamente que este bochornoso acto se
convierte en el ‘florero de Llorente’ para que otros personajes en el marco de
la ‘Santísima Trinidad’, procedan táctica y maquiavélicamente en contra de
posiciones consideradas desde su egoísta e inquisidora concepción, una amenaza para la sociedad. A pesar de la
intransigencia e insistencia de los medios de comunicación, particularmente los
serviles de la empresa privada, intentando seducir al pueblo con una historieta
que ni el escritor más simplista publicaría, la nación concluye que este cuento
es una habitual cortina de humo para invisibilizar asuntos de real importancia
para el país.
El tiempo ha transcurrido rápidamente,
Otálora presentó su renuncia irrevocable; la niña descansa aprovechando su año
sabático y la patria sigue navegando en un mar de ilusiones, muchas provocadas
por el embrujo matutino de desenfrenados hipnotizadores que se la pasan con su
capota a la orden del patrono. Este cuento de la ‘bella secretaria’ se retira
de los encantos del televidente y radio escucha, porque enseguida llega otro
más interesante.
Algo inesperado, doña Vicky Dávila, mete
las de andar y peca descaradamente delante del público: con la publicación de un
video íntimo de una conversación entre un viceministro de apellido Ferro y un
oficial de la policía, y que después intenta opacar con la disculpa de querer
destapar algo que ya estaba descubierto: ‘La comunidad del anillo’, una red de
mafiosos sexuales que desde hace años han venido operando dentro de los más
altos niveles de las fuerzas armadas y otras instituciones del Estado. En este
tema sale a flote la famosa ética y responsabilidad periodista, asunto mandado
a recoger en Colombia.
La señora Dávila, sale a descansar
mientras se voltea la página y las aguas retornan a su cauce. De seguro la
flama está más encendida que nunca, porque si al pueblo hay algo que le guste
de verdad, es cuando se habla de sexo, y lo que se avecina es fantástico para
la mojigatería nacional, quien prefiere estar al pie de la noticia improductiva
que enterados de los sucesos estructurales y de impacto social.
Realmente la novela de ‘los hombres gay’ ha
acaparado audiencia desde el inicio, tanto que el novelón de Otálora quedó en
el absoluto olvido, hasta el punto que el 90% de la población no sabe ni le
interesa cómo se llama el nuevo defensor encargado; y no es para menos, nuestro
folclorismo es tan soberbio que no admite el mínimo reparo como para
interrumpir semejante historia de maricones públicos.
El segundo capítulo de esta serie rosa sí
que tiene encogido el asterisco a más de un solapado, que por muchos años
protagonizaron a espalda de sus familias tremendas y desenfrenadas faenas
eróticas, muy comunes en burócratas desocupados, inseguros de su género. Se
cumple el refrán: ‘la ocasión hace al ladrón’. Dinero estatal, poder, fama,
autonomía y dominio de subalternos, hacen que muchos sinvergüenzas empleados
públicos, estimulen sus hormonas y sin escrúpulo alguno produzcan corto
circuito, conllevándolos a aventuras apasionadas naturales de seres parásitos
carentes de principios humanos. Y como novela que se respete, tiene su sello
comercial: “La Comunidad del Anillo”.
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