domingo, 29 de mayo de 2016

Un cuento mal contado

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Como era de esperarse, este país ya está más que preparado para participar del mejor show cómico de la política pública en el planeta. Lo acaba de demostrar con la actuación frente a un caso que cualquier persona en el más profundo estado de perdición puede darse cuenta que lo del ex Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, era simplemente una ataque mediático, producto de una actitud esquizofrénica de una mujer que le negaron sus caprichos fantasiosos y arribistas.

 Pruebas contundentes  demuestran con precisión que fue una relación sentimental, propia de cualquier humano, con la diferencia que esta vez no era el vendedor de frutas sino un alto funcionario del Estado colombiano, enamorado de una voluptuosa dama que hasta antes del escándalo fuese  su secretaria privada; hoy, sin medir las consecuencias y con la irreverencia característica de un ‘estrato seis’, la supuesta víctima ventila a los cuatro vientos que fue acosada sexual y laboralmente por el ex Defensor.

El cuento mal contado surge en el momento que la polémica ex reina, Astrid Helena Cristancho, en uno de sus enojos propios de enamorados, habla en voz alta y entera a su alrededor de un descompensado idilio con su novio, un flamante abogado que ostentaba como Defensor del Pueblo, dignidad que no está ajena del palpitar de un corazón sediento de pasión y amor, mucho más tratándose de una hermosa y exquisita dama. En su acalorada habladuría, la señorita Cristancho manifiesta que el señor Jorge Armando la acosaba sexualmente, por lo que ella se vio obligada a denunciar públicamente este maltrato e invita a las demás maltratadas, unirse a esta expresión de abuso machista.

Lógicamente que este bochornoso acto se convierte en el ‘florero de Llorente’ para que otros personajes en el marco de la ‘Santísima Trinidad’, procedan táctica y maquiavélicamente en contra de posiciones consideradas desde su egoísta e inquisidora concepción, una amenaza  para la sociedad. A pesar de la intransigencia e insistencia de los medios de comunicación, particularmente los serviles de la empresa privada, intentando seducir al pueblo con una historieta que ni el escritor más simplista publicaría, la nación concluye que este cuento es una habitual cortina de humo para invisibilizar asuntos de real importancia para el país.

El tiempo ha transcurrido rápidamente, Otálora presentó su renuncia irrevocable; la niña descansa aprovechando su año sabático y la patria sigue navegando en un mar de ilusiones, muchas provocadas por el embrujo matutino de desenfrenados hipnotizadores que se la pasan con su capota a la orden del patrono. Este cuento de la ‘bella secretaria’ se retira de los encantos del televidente y radio escucha, porque enseguida llega otro más interesante.

Algo inesperado, doña Vicky Dávila, mete las de andar y peca descaradamente delante del público: con la publicación de un video íntimo de una conversación entre un viceministro de apellido Ferro y un oficial de la policía, y que después intenta opacar con la disculpa de querer destapar algo que ya estaba descubierto: ‘La comunidad del anillo’, una red de mafiosos sexuales que desde hace años han venido operando dentro de los más altos niveles de las fuerzas armadas y otras instituciones del Estado. En este tema sale a flote la famosa ética y responsabilidad periodista, asunto mandado a recoger en Colombia.

La señora Dávila, sale a descansar mientras se voltea la página y las aguas retornan a su cauce. De seguro la flama está más encendida que nunca, porque si al pueblo hay algo que le guste de verdad, es cuando se habla de sexo, y lo que se avecina es fantástico para la mojigatería nacional, quien prefiere estar al pie de la noticia improductiva que enterados de los sucesos estructurales y de impacto social.

Realmente la novela de ‘los hombres gay’ ha acaparado audiencia desde el inicio, tanto que el novelón de Otálora quedó en el absoluto olvido, hasta el punto que el 90% de la población no sabe ni le interesa cómo se llama el nuevo defensor encargado; y no es para menos, nuestro folclorismo es tan soberbio que no admite el mínimo reparo como para interrumpir semejante historia de maricones públicos.


El segundo capítulo de esta serie rosa sí que tiene encogido el asterisco a más de un solapado, que por muchos años protagonizaron a espalda de sus familias tremendas y desenfrenadas faenas eróticas, muy comunes en burócratas desocupados, inseguros de su género. Se cumple el refrán: ‘la ocasión hace al ladrón’. Dinero estatal, poder, fama, autonomía y dominio de subalternos, hacen que muchos sinvergüenzas empleados públicos, estimulen sus hormonas y sin escrúpulo alguno produzcan corto circuito, conllevándolos a aventuras apasionadas naturales de seres parásitos carentes de principios humanos. Y como novela que se respete, tiene su sello comercial: “La Comunidad del Anillo”.

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