Por Iván Antonio Jurado Cortés
Ángel
o demonio, palabras normales en un país
que su vida la define la venganza política, algo que diariamente miramos con
los continuos enfrentamientos entre ‘caciques’ politiqueros. El que
anteriormente era un diablo, hoy, es un ángel, y viceversa. Es un baile con la
misma canción, que al final embrutece a quienes participan de la fiesta. Los
colombianos al parecer seguimos en medio de una patria boba, esa que destila desesperanza
e incredulidad.
Mejor
vitrina no puede haber que la actual etapa coyuntural entorno a unos diálogos
de paz, que enmarcan el sueño de un pueblo sensato, que siempre añora vivir en
condiciones más seguras y prósperas; lastimosamente existen malhechores de
cuello blanco que insisten en entorpecer un proceso que en medio de las
dificultades propias de la mansedumbre burocrática, avanza hacia un horizonte
polémico pero más prometedor.
No
es raro para nadie que ser demonio en Colombia paga, a diario lo comprobamos.
Lo irónico es que en una nación tan católica, apostólica y romana, existan
tantas clases de diablos, todos bajo el mando del soberbio poder y las mafias
metropolitanas que al final en los campos actúan como agrupaciones armadas
ilegales, cuya filosofía es producir diabólicamente. No es extraño encontrar al
demonio tomándose un tinto con cualquier ángel.
En
nuestra niñez nos enseñaron que toda persona mala es sinónimo de diablo, y que
los buenos son ángeles o hijos de Dios. El proceso de paz es el escenario
perfecto para descubrir las verdaderas intenciones de los solapados que fingían
de ángeles cuando siempre han sido los más crueles demonios. Además de que se
pueda llegar a acuerdos con los grupos subversivos, es la oportunidad para que
la gente descubra quienes son los reyes del infierno, esos que se nos han
presentado como redentores de las llamas.
El
hecho de que un presidente de raíces neoliberales haya permitido que se dieran
unos diálogos de entendimiento entre gobierno y rebeldes, no lo cataloga como
un angelito tal como él se lo supone, pero si, en una persona que estaría pensando entre
muchas cosas en quitarse aparentemente el velo de diablito y convertirse
temporalmente en un embajador del cielo.
Tanto
demonios como ángeles permanentemente armonizan actividades que finalmente
terminan mezclando las intenciones de quienes viven en los escenarios opuestos,
infierno o cielo. Por las distintas redes sociales, prensa y toda vía de
comunicación, observamos a los mayores exponentes de los dos extremos, cada
quien a su estilo, siempre utilizando los más sutiles estilos para atraer
incautos.
Actualmente
contamos con demonios con nombre propio, que aprovechan su poder hipnotizador
para confundir hasta los más fieles creyentes; en pocos días los transforman y
sin que sientan el fuego alquitranado terminan sacudiendo las banderas del
infierno. La política colombiana es demasiado inestable; muchos políticos se
acuestan con alas celestiales y amanecen con rabo de zarigüeya. Como decía el
camarada Hugo Chávez, en el congreso colombiano así como en todas las
instituciones gubernamentales, el azufre es el perfume de moda.
Ya
no se sabe en quien creer, expresaba con voz quebrantada con octogenario
anciano bogando sobre su ‘potrillo’. Colombia está pasando por una etapa
crucial y determinante, donde la ciudadanía se juega por primera vez su propio
destino. El aleteo de los murciélagos es cada vez de mayores proporciones,
hasta el punto de opacar al de los ángeles, muchos de estos débiles en busca de
batería para continuar volando.
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