jueves, 12 de mayo de 2016

Ángel o demonio

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Ángel o demonio, palabras normales en un  país que su vida la define la venganza política, algo que diariamente miramos con los continuos enfrentamientos entre ‘caciques’ politiqueros. El que anteriormente era un diablo, hoy, es un ángel, y viceversa. Es un baile con la misma canción, que al final embrutece a quienes participan de la fiesta. Los colombianos al parecer seguimos en medio de una patria boba, esa que destila desesperanza e incredulidad.

Mejor vitrina no puede haber que la actual etapa coyuntural entorno a unos diálogos de paz, que enmarcan el sueño de un pueblo sensato, que siempre añora vivir en condiciones más seguras y prósperas; lastimosamente existen malhechores de cuello blanco que insisten en entorpecer un proceso que en medio de las dificultades propias de la mansedumbre burocrática, avanza hacia un horizonte polémico pero más prometedor.

Por esta época los demonios andan sueltos dijo un sacerdote, párroco de un poblado alejado de la geografía nacional, quien en carne propia ha tenido que vivir por décadas esta fatídica guerra que deja miles de víctimas a lo largo y ancho de la patria. Obviamente que los diablos mayores despachan desde la gran capital, llegando sus disposiciones hasta los confines más remotos de la tierra del ‘Corazón de Jesús’.

No es raro para nadie que ser demonio en Colombia paga, a diario lo comprobamos. Lo irónico es que en una nación tan católica, apostólica y romana, existan tantas clases de diablos, todos bajo el mando del soberbio poder y las mafias metropolitanas que al final en los campos actúan como agrupaciones armadas ilegales, cuya filosofía es producir diabólicamente. No es extraño encontrar al demonio tomándose un tinto con cualquier ángel.

En nuestra niñez nos enseñaron que toda persona mala es sinónimo de diablo, y que los buenos son ángeles o hijos de Dios. El proceso de paz es el escenario perfecto para descubrir las verdaderas intenciones de los solapados que fingían de ángeles cuando siempre han sido los más crueles demonios. Además de que se pueda llegar a acuerdos con los grupos subversivos, es la oportunidad para que la gente descubra quienes son los reyes del infierno, esos que se nos han presentado como redentores de las llamas.

El hecho de que un presidente de raíces neoliberales haya permitido que se dieran unos diálogos de entendimiento entre gobierno y rebeldes, no lo cataloga como un angelito tal como él se lo supone, pero si,  en una persona que estaría pensando entre muchas cosas en quitarse aparentemente el velo de diablito y convertirse temporalmente en un embajador del cielo.

Tanto demonios como ángeles permanentemente armonizan actividades que finalmente terminan mezclando las intenciones de quienes viven en los escenarios opuestos, infierno o cielo. Por las distintas redes sociales, prensa y toda vía de comunicación, observamos a los mayores exponentes de los dos extremos, cada quien a su estilo, siempre utilizando los más sutiles estilos para atraer incautos.

Actualmente contamos con demonios con nombre propio, que aprovechan su poder hipnotizador para confundir hasta los más fieles creyentes; en pocos días los transforman y sin que sientan el fuego alquitranado terminan sacudiendo las banderas del infierno. La política colombiana es demasiado inestable; muchos políticos se acuestan con alas celestiales y amanecen con rabo de zarigüeya. Como decía el camarada Hugo Chávez, en el congreso colombiano así como en todas las instituciones gubernamentales, el azufre es el perfume de moda.


Ya no se sabe en quien creer, expresaba con voz quebrantada con octogenario anciano bogando sobre su ‘potrillo’. Colombia está pasando por una etapa crucial y determinante, donde la ciudadanía se juega por primera vez su propio destino. El aleteo de los murciélagos es cada vez de mayores proporciones, hasta el punto de opacar al de los ángeles, muchos de estos débiles en busca de batería para continuar volando.

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