Por Iván Antonio Jurado Cortés
No es ninguna novedad encontrar niños desnutridos
en la Guajira; así como en esta región del país es significativo el nivel de
desnutrición, lo es en otras zonas de Colombia, especialmente en departamentos
con gran población indígena y afro como Chocó, Cauca, Nariño, Caquetá,
Putumayo, Amazonas, Guainía, entre otros. Las estadísticas de estos entes
territoriales así lo demuestran. Y es que en este tema no solo se habla de
desnutridos sino de malnutridos, que no son más que personas de apariencia
normal pero con un alto grado de descompensación nutricional.
Que digamos que los niños de la Guajira son los
únicos desnutridos porque medios de comunicación así lo transmiten, es otra
mentira como decir que los colombianos somos los más felices del mundo, o que
los gobiernos neoliberales priorizan la necesidad de las clases populares.
Aunque en la información se percibe una intención amarillista; en el fondo, el
objetivo es descabezar a cierto funcionario por orden de algún cacique
político; pero también ha servido para que nuestro liviano pensamiento aterrice
y reflexione acerca del tema.
Las dificultades sociales y el bajo poder
adquisitivo de la gran mayoría de las familias colombianas, son la causa número
uno de la desnutrición. Fuera de los núcleos familiares de la mal llamada clase
media, casi todos los demás pasan grandes problemas al momento de proveerse
alimentos para su subsistencia. Perfectamente lo podemos comprobar en la
marginalidad de las grandes urbes como Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga,
donde muchas familias prueban un bocado de comida pasando uno o dos días.
Incluso se ha comprobado que para mitigar el hambre, algunas personas preparan
sopas con cartón u otros materiales tóxicos.
Nada lejos de esta realidad, las comunidades
rurales, quienes al no tener otra forma de alimentarse, optan por preparar
comidas repetitivas, en su mayoría sobrecargadas de carbohidratos, desencadenantes
de diversas enfermedades. Esta vez la focalización de la noticia está en la
jurisdicción de la Guajira; mientras el paneo se corre al centro y sur del país,
el gobierno nacional se come las uñas, porque es consciente que los resultados
serán desoladores.
La desnutrición empieza desde los cerebros
encargados de diseñar las políticas promocionales y preventivas para no llegar
a la degeneración de la alimentación y nutrición. La miope política agraria de
Colombia se ha convertido en un factor determinante al momento de refrendar el
atraso alimentario y nutricional de los colombianos. La desnutrición no solo es
un problema de los entes de salud, más bien estos cargan con una problemática
propia de una equivocada e insistente planificación agropecuaria.
Los niños y jóvenes a diario seguirán muriendo por
escases de alimentos, pocas veces porque no los hay, pero la mayoría por no
contar con el dinero suficiente para su adquisición. La desnutrición no se
corrige con las olímpicas visitas de burócratas en las supuestas zonas de
afectación sino con una reforma estructural agraria. Basta con comparar los
índices de desnutrición de países como Uruguay, Argentina, Bolivia o Ecuador,
prácticamente estamos en pañales frente a nuestros vecinos.
Se concluye que la solución a la desnutrición está
en la producción agropecuaria y en la oportunidad que tenga la gente para
proveerse de alimentos básicos, recomendados para un buen vivir. La propuesta
gubernamental debe planificarse desde la necesidad popular.
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