lunes, 11 de enero de 2016

‘ME DEJÓ UNA CHIVA, UNA BURRA NEGRA,…’

Por Iván Antonio Jurado Cortés

A pocas horas de finalizar el año 2015, son muchas los recuerdos, anécdotas, alegrías, tristezas, reflexiones y expectativas que se tejen en la mente de cada uno de los colombianos; absolutamente todos con la ilusión de que el año entrante sea mejor que el cesante. Como buenos hijos del ‘Corazón de Jesús’, no se puede pasar por alto ciertas actitudes misteriorosas o agüeros  para la despedida del año viejo y el recibimiento del nuevo.

Es una época propicia para el reencuentro familiar y de amigos, al tiempo que la ocasión permite de alguna manera hacer un alto en el camino para analizar lo realizado, concluir errores y proponerse planes en pro de mejorar condiciones personales, familiares y comunitarias.

Diciembre es el mes del año más esperado, pero también el de mayor gasto, significando una alegría momentánea y un sacrificio venidero. Fiestas, regalos, invitaciones, compras y atención de la familia y amistades, son actividades obligadas desde una humilde familia hasta la más potentada.

Nuestro país aún sigue siendo una nación de gran fervor cristiano, hecho que alimenta constantemente las tradiciones, recayendo siempre en gastos excesivos. A medida que avanzan los tiempos las costumbres se transforman, pero jamás pierden el instinto monetario; al contrario, cada vez son más costosas. Los detalles van desde una simple tarjeta, pasando por la botella de vino hasta regalos impresionantes económicamente hablando; lo importante es quedar bien y evitar críticas: ‘somos pobres pero orgullosos’.

Cae como anillo al dedo una canción demasiado popular: ‘El año viejo’, del maestro Crescencio Salcedo Monroy, músico bolivarense, compositor de famosas melodías como ‘La Múcura’, ‘Mi Cafetal’,  ‘El Caimán’, entre otras. ‘Me dejo una chiva, una burra negra, una yegua blanca…’ reza el coro de este tema, caracterizado por su peculiar ritmo y contenido, letra que expresa, resignación, melancolía, realidad popular e ilusiones.

A medida que las manecillas del reloj avanzan hacia la hora cero, empieza el corre-corre, personas viajando de una ciudad a otra, algunas quedadas en los terminales, otras envueltas en su soledad y distancia, en fin; todas deseando reunirse con sus seres queridos o amistades, el objeto es diáfano, compartir la tristeza o alegría. Por tradición suena el disco de Tony Camargo, vienen los abrazos, lagrimas, risas, y con gran devoción se recibe el año esperado.

En la historia momentánea quedan los calzoncillos amarillos, lentejas en agua, maletas en la puerta, arroces esparcidos, baños en azúcar, entre otras supersticiones que se conservan y pasan de una generación a otra. No cabe duda que la despida del año viejo es la fecha más sentida por la comunidad colombiana. Es un impulso innato del ser humano que a través de la historia se ha ido perfeccionando y ha encajado perfectamente en el molde capitalista.

Inevitable pasar desapercibido la chiva y la burra negra que nos deja el gobierno nacional: aumento salarial por decreto; disputa entre poderes del Estado; un polémico proceso de paz; un vicepresidente en campaña; un Congreso negligente y amañado; la avaricia de Uribe y la despedida de un alcalde que se ensañó contra la corrupción y las mafias capitalinas.

Obviamente que la costumbre nacional es seguir tolerando herencias no deseadas, pero no queda de otra sino asimilarlas e insistir que algún día un año viejo permita que la ‘chiva, la burra negra y la yegua blanca’ se conviertan en dignas herencias para colmar tanta necesidad popular.

En la noche sonaran las campanas, se comerán las uvas y los mejores deseos serán balbuceados en medio de emotivos abrazos y besos. Solo queda desearnos muchos éxitos para el 2016. 

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