Por Iván Antonio Jurado Cortés
A
pocas horas de finalizar el año 2015, son muchas los recuerdos, anécdotas,
alegrías, tristezas, reflexiones y expectativas que se tejen en la mente de
cada uno de los colombianos; absolutamente todos con la ilusión de que el año
entrante sea mejor que el cesante. Como buenos hijos del ‘Corazón de Jesús’, no
se puede pasar por alto ciertas actitudes misteriorosas o agüeros para la despedida del año viejo y el recibimiento
del nuevo.
Es
una época propicia para el reencuentro familiar y de amigos, al tiempo que la
ocasión permite de alguna manera hacer un alto en el camino para analizar lo
realizado, concluir errores y proponerse planes en pro de mejorar condiciones
personales, familiares y comunitarias.
Nuestro
país aún sigue siendo una nación de gran fervor cristiano, hecho que alimenta
constantemente las tradiciones, recayendo siempre en gastos excesivos. A medida
que avanzan los tiempos las costumbres se transforman, pero jamás pierden el
instinto monetario; al contrario, cada vez son más costosas. Los detalles van
desde una simple tarjeta, pasando por la botella de vino hasta regalos impresionantes
económicamente hablando; lo importante es quedar bien y evitar críticas: ‘somos
pobres pero orgullosos’.
Cae
como anillo al dedo una canción demasiado
popular: ‘El año viejo’, del maestro Crescencio Salcedo Monroy, músico
bolivarense, compositor de famosas melodías como ‘La Múcura’, ‘Mi Cafetal’, ‘El Caimán’, entre otras. ‘Me dejo una chiva,
una burra negra, una yegua blanca…’ reza el coro de este tema, caracterizado
por su peculiar ritmo y contenido, letra que expresa, resignación, melancolía,
realidad popular e ilusiones.
A
medida que las manecillas del reloj avanzan hacia la hora cero, empieza el
corre-corre, personas viajando de una ciudad a otra, algunas quedadas en los
terminales, otras envueltas en su soledad y distancia, en fin; todas deseando reunirse
con sus seres queridos o amistades, el objeto es diáfano, compartir la tristeza
o alegría. Por tradición suena el disco de Tony Camargo, vienen los abrazos,
lagrimas, risas, y con gran devoción se recibe el año esperado.
En
la historia momentánea quedan los calzoncillos amarillos, lentejas en agua, maletas
en la puerta, arroces esparcidos, baños en azúcar, entre otras supersticiones que
se conservan y pasan de una generación a otra. No cabe duda que la despida del
año viejo es la fecha más sentida por la comunidad colombiana. Es un impulso
innato del ser humano que a través de la historia se ha ido perfeccionando y ha
encajado perfectamente en el molde capitalista.
Inevitable
pasar desapercibido la chiva y la burra negra que nos deja el gobierno
nacional: aumento salarial por decreto; disputa entre poderes del Estado; un
polémico proceso de paz; un vicepresidente en campaña; un Congreso negligente y
amañado; la avaricia de Uribe y la despedida de un alcalde que se ensañó contra
la corrupción y las mafias capitalinas.
Obviamente
que la costumbre nacional es seguir tolerando herencias no deseadas, pero no
queda de otra sino asimilarlas e insistir que algún día un año viejo permita
que la ‘chiva, la burra negra y la yegua blanca’ se conviertan en dignas
herencias para colmar tanta necesidad popular.
En
la noche sonaran las campanas, se comerán las uvas y los mejores deseos serán
balbuceados en medio de emotivos abrazos y besos. Solo queda desearnos muchos
éxitos para el 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario