Por
Iván Antonio Jurado Cortés
A
30 días de culminar una jornada electoral, donde se elegirá autoridades y
corporaciones locales y regionales, pocos serán los afortunados, muchos los ‘chamuscados’,
y otro tanto se extinguirán de la palestra pública. Del 25 de octubre en
adelante atañe de responsabilidad a los electos, que sabiendo la función gubernamental
empeñaron su nombre para emprender una ardua labor en pro de las poblaciones a
las cuales representarían.
Los
ciudadanos serán los que escogerán a través del voto a la persona que según
criterio propio, puede cumplir con la expectativa planteada desde una propuesta
política de campaña.
Los
‘quemados’ son aquellos que no tendrán ninguna posibilidad de salir electos ni
tampoco espacio para volver a aspirar cargos de elección popular. Estos
personajes son los que la misma sociedad los licenciará “con un muchas gracias, pobrecito, hizo todo lo que pudo pero la gente
ya no le camina… es mejor que se retire y no vuelva a molestar”.
Los
‘candidatos de siempre’, se caracterizan por una perturbadora obsesión que
según ellos ‘hay que mantenerse vivos en
la política’, actitud folclórica que finalmente termina con pérdida del
autoestima, generando incredibilidad ante el pueblo; llegando hasta el extremo
de tomar las épocas electorales como hobby. ‘Ni quitan ni ponen’.
La
responsabilidad de un candidato serio inicia con la presentación de su
propuesta política, acompañada de principios éticos y capacidad humana, sumado
el carisma ante sus semejantes. Desafortunadamente este comportamiento se
marchita por las desproporcionadas ideas que se plasman en documentos, carentes
de argumentos ideológicos, políticos, técnicos y sociales; sirviendo como
paquetes decorativos producto de la efervescencia y fanatismo popular.
De
esta manera todo pasa a ser una vulgar mentira, que en muchos casos es la mejor
arma para cautivar ingenuos, desprevenidos, inclusive hasta apolíticos. Estas
actitudes malévolas son causa estructural para que en la actualidad el político
tenga fama de mentiroso y pícaro. Es un estigma demasiadamente destructivo, que
en ocasiones afecta a líderes honorables.
Esta
vez el pueblo colombiano nuevamente ha revivido la esperanza, para que mañana
esas sendas propuestas políticas se hagan efectivas en beneficio de las
poblaciones, siempre buscando el bienestar y desarrollo integral de los habitantes.
Que
los posibles ‘chamuscados’ se conviertan en fortaleza y guía de sus
comunidades, demostrando compromiso, voluntad de servicio y lógicamente
recuperando espacios necesarios para emprender la búsqueda del propósito que en
esta ocasión sería negado.
Nuestra
sociedad está cansado de tolerar arbitrariedades, insolencias y comportamientos
corruptos de gobernantes, que solo han pensado que las entidades estatales son
negocio particular con fines netamente económicos. Afortunadamente, la
Constitución Nacional brinda un excelente instrumento democrático como el voto,
con este premiamos a los dirigentes correctos en sus acciones o castigamos a
los sinvergüenzas e ineptos, que solo han parasitado causando daño a toda una comunidad.
La
ciudadanía debe votar con la razón, más no con el corazón. Se acerca la fecha
límite para determinar el futuro de municipios y departamentos, y por supuesto
que los electores serán los responsables directos del bienestar o atraso de sus
comunidades.
La
posibilidad de quemaduras y chamusquinas empieza sutilmente a petrificarse en
la psiquis del constituyente primario, conllevando a un habitual nerviosismo,
propio de la inseguridad electoral.
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