Por
Iván Antonio Jurado Cortés
A medida que se acerca la fecha cumbre
para saber finalmente quienes serán los elegidos, muchos candidatos se aferran
y están convencidos de ser los futuros triunfadores. Algo que a simple vista es
incierto. Nuestra forma de gobierno, a pesar de ser un sistema
presidencialista, enmarcado en la llamada “democracia moderna”, no ha decantado
con precisión mecanismos para favorecer los verdaderos intereses del pueblo en
cuanto a representaciones públicas elegidas por voto popular se refiere.
Como reza la Constitución Política de
Colombia, ‘todo ciudadano está en el derecho de elegir o ser elegido’, obviamente
dentro de un marco normativo vigente. Aunque esto debe ser así, tampoco se
puede prestar para malas interpretaciones. El éxito de los gobiernos no solo
depende de la persona que se elija o nombre como gobernante; sino que también
juegan papel relevante los cuerpos legislativos, judiciales, contralores y
todas las instituciones regionales y locales del orden estatal y privado.
Para cumplir con estos requerimientos,
debemos analizar y facilitarle el espacio a los verdaderos líderes que hayan
demostrado un compromiso absoluto y permanente con sus conciudadanos.
Desafortunadamente en nuestro país, estas
sanas pretensiones cada vez se convierten en una utopía, debido que el mismo
Estado ha sido demasiado flexible, permitiendo que intereses ajenos a una verdadera
democracia socaven lo más preciado que tiene una persona como la dignidad y la
ética.
Es lamentable decirlo, pero el que más
dinero posee, ese es el que tiene mayor oportunidad para convertirse en
mandatario o autoridad popular. Por lo
general estos seudolíderes, son los que se identifican por el nato
interés de fortalecerse económicamente, y ostentar un poder para utilizarlo en
contra de las verdaderas necesidades del constituyente primario, convirtiéndose
en unos vividores del erario público.
Existe un adagio popular, “papaya dada,
papaya partida”. Desgraciadamente para nosotros, estos politiqueros de turno
aplican muy bien este refrán. Y ojo!, no permitamos con nuestra autónoma
decisión, bridarles el “papayaso” a estos oportunistas. Es hora de despertar y
refrendar nuestra honorabilidad.
A escasos dos meses de afrontar la fecha
eleccionista, las maquinarias’ se aceitan y aceleran en su desmedido afán de
asegurar sus inversiones, que a propósito son costosas y significantes dentro
del capital privado. No se puede ocultar que en medio de este agite electoral,
existen propuestas sanas proyectadas a mejorar las condiciones de vida de la
ciudadanía, así como, reestablecer los principios democráticos que en las
últimas décadas se han extraviado en medio del fanatismo y ansias de poder.
Sin embargo la preocupación aumenta cada
que los votantes superponen intereses particulares a un beneficio colectivo,
que debiera ser la esencia de estos procesos democráticos.
En Colombia existen zonas demasiado
marcadas en cuanto a malos procederes electoreros, especialmente en la mayoría
de las costas pacífica y atlántica, donde los principios democráticos ya son
historia, y elegir a un constituido ya es otro cuento, fortaleciendo una
cultura mafiosa-electoral.
Las épocas de elecciones más que una
fiesta democrática es una temporada para ‘vividores y arribistas’, que sin
dudarlo miran en este mecanismo la oportunidad perfecta para saciar
‘olímpicamente’ sus apetitos personales, sin importar la prioridad que necesariamente
siempre debe ser el bien comunitario.
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