Por Iván Antonio Jurado Cortés
Ya
es tradicional por esta época escuchar palabrería formal en todos los rincones
de Colombia; a medida que se acerca la hora para definir quiénes serán los
próximos gobernantes locales y regionales, muchos candidatos a corporaciones
públicas y cargos ejecutivos, hacen
hasta lo imposible para atraer la atención y ganarse la confianza de los
potenciales sufragantes. En estas circunstancias son demasiado los esfuerzos
que hacen muchos dirigentes para lograr el objetivo planteado.
La
vitrina electoral es la más visitada, respaldada y criticada por la ciudadanía
de todos los niveles y condiciones. A escasos dos meses de los comicios, hasta
la persona más despreciada se vuelve importante ante los ojos de los políticos
electorales. Es común escuchar a interesados en los votos, hablar
milimétricamente de la vida de cada uno de los habitantes del municipio o
región. Esta es la oportunidad para darle protagonismo hasta el indigente más
infeliz, que por cuatro años es insignificante y estorbo del resto de la
sociedad, pero hoy, vale porque también vota.
Aunque
ya no estamos en la época cuando los grandes caudillos impresionaban con
discursos veintejulieros, hoy, los ‘encantadores’, muchos provenientes de
ancestros políticos, utilizan otros
métodos, que combinados con la angustia, necesidad y esperanza social, imponen
una retórica que de no estar atento el constituyente primario, lo conlleva en
muchas ocasiones a tomar decisiones equivocadas que finalmente se traducen en
atraso comunitario.
Pero
como en este menester se da de todo y para todos, existe otro grupo de
seudolíderes que sin escrúpulo alguno, aprovechan el momento para saciar sus
apetitos prepotentes y de poder, y no puede ser mejor la ocasión para poner a
flote estrategias conmovedoras, que bajo un estilizado pero práctico lenguaje,
sucumben la mente hasta de los más desprevenidos y apolíticos. Estos señores de
la ‘vara mágica’ son los que comúnmente conocemos como ‘culebreros’.
La
ley y democracia colombiana exige al aspirante a cargo público, antes de
formalizar su candidatura, presentar ante la Registraduría del Estado Civil,
una propuesta política para la región donde aspire gobernar. Este requisito
sería la base para su posible administración, hecho que obliga al dirigente
consensuar con su comunidad, con el fin de que el programa de gobierno sea lo
más aterrizado posible. Sin embargo, en varios casos, esta legalidad no se
aplica y se convierte en simple comodín al momento de la inscripción.
Generalmente
los embustes en cada periodo electoral generalmente son los mismos, y quienes
han sido engañados también son los mismos. Pero como dice un ‘zorro político’,
la clave está en saber desmentir lo mentido y volver a hipnotizar. Y es este
método estratégico el que le permite al politiquero de turno mantenerse activo.
La verborrea proselitista ha sido la
mejor arma para adormecer y trasladar al sueño de los justos a miles de
electores.
El
proceso democrático nacional cada vez es más cuestionado, hasta el punto de que
en contra de su propia voluntad e interés, desde el seno de las leyes busquen
mecanismos más prácticos y efectivos, que contrarreste la politiquería y
fortalezca la credibilidad ciudadana. Por el momento, en la mayoría de casos,
solo nos queda escuchar ‘culebreros’ y desarmar paracaídas. Que no sean estas
fechas electorales solo para impulsar acciones, desenfrenar pasiones y violar
los principios de la ética, al contrario, reflexionar.
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