miércoles, 23 de septiembre de 2015

‘CULEBREROS’ POR DOQUIER

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Ya es tradicional por esta época escuchar palabrería formal en todos los rincones de Colombia; a medida que se acerca la hora para definir quiénes serán los próximos gobernantes locales y regionales, muchos candidatos a corporaciones públicas y  cargos ejecutivos, hacen hasta lo imposible para atraer la atención y ganarse la confianza de los potenciales sufragantes. En estas circunstancias son demasiado los esfuerzos que hacen muchos dirigentes para lograr el objetivo planteado.

La vitrina electoral es la más visitada, respaldada y criticada por la ciudadanía de todos los niveles y condiciones. A escasos dos meses de los comicios, hasta la persona más despreciada se vuelve importante ante los ojos de los políticos electorales. Es común escuchar a interesados en los votos, hablar milimétricamente de la vida de cada uno de los habitantes del municipio o región. Esta es la oportunidad para darle protagonismo hasta el indigente más infeliz, que por cuatro años es insignificante y estorbo del resto de la sociedad, pero hoy, vale porque también vota.

Es tan dinámico y folclórico el proceso electoral en nuestro país, que cada vez los aspirantes a cargos de elección popular deben preparase para convencer con discursos que con verdaderas propuestas políticas. Lógicamente que los colombianos somos expertos para ‘tramar’, hecho que ha permitido ganar fama a nivel internacional. El escenario proselitista es el mejor espacio para demostrar cualidades de ‘encantador de serpientes’, o mejor dicho, para forjar ‘culebreros’ al estilo de personajes que ya conocemos a nivel nacional.

Aunque ya no estamos en la época cuando los grandes caudillos impresionaban con discursos veintejulieros, hoy, los ‘encantadores’, muchos provenientes de ancestros políticos,  utilizan otros métodos, que combinados con la angustia, necesidad y esperanza social, imponen una retórica que de no estar atento el constituyente primario, lo conlleva en muchas ocasiones a tomar decisiones equivocadas que finalmente se traducen en atraso comunitario.

Pero como en este menester se da de todo y para todos, existe otro grupo de seudolíderes que sin escrúpulo alguno, aprovechan el momento para saciar sus apetitos prepotentes y de poder, y no puede ser mejor la ocasión para poner a flote estrategias conmovedoras, que bajo un estilizado pero práctico lenguaje, sucumben la mente hasta de los más desprevenidos y apolíticos. Estos señores de la ‘vara mágica’ son los que comúnmente conocemos como ‘culebreros’.

La ley y democracia colombiana exige al aspirante a cargo público, antes de formalizar su candidatura, presentar ante la Registraduría del Estado Civil, una propuesta política para la región donde aspire gobernar. Este requisito sería la base para su posible administración, hecho que obliga al dirigente consensuar con su comunidad, con el fin de que el programa de gobierno sea lo más aterrizado posible. Sin embargo, en varios casos, esta legalidad no se aplica y se convierte en simple comodín al momento de la inscripción.

Generalmente los embustes en cada periodo electoral generalmente son los mismos, y quienes han sido engañados también son los mismos. Pero como dice un ‘zorro político’, la clave está en saber desmentir lo mentido y volver a hipnotizar. Y es este método estratégico el que le permite al politiquero de turno mantenerse activo. La verborrea proselitista ha sido la  mejor arma para adormecer y trasladar al sueño de los justos a miles de electores.


El proceso democrático nacional cada vez es más cuestionado, hasta el punto de que en contra de su propia voluntad e interés, desde el seno de las leyes busquen mecanismos más prácticos y efectivos, que contrarreste la politiquería y fortalezca la credibilidad ciudadana. Por el momento, en la mayoría de casos, solo nos queda escuchar ‘culebreros’ y desarmar paracaídas. Que no sean estas fechas electorales solo para impulsar acciones, desenfrenar pasiones y violar los principios de la ética, al contrario, reflexionar. 

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