Por Iván Antonio Jurado Cortés
El
largo y trajinado proceso de paz iniciado a finales del año 2012, entre el
gobierno nacional representando al Estado y la agrupación subversiva Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, ha servido para detallar el
compromiso de los dirigentes sociales y políticos del país, así como probar la
paciencia de los colombianos cuando de un bien común se trata. Es un examen tan
práctico, que deja entrever las intenciones de cada uno de los connacionales.
A
medida que avanzan las conversaciones, aumenta la presión por parte del mismo
gobierno, quienes muchos de sus funcionarios coaccionados por intereses
capitalistas, actúan como marionetas en favor de los grandes empresarios, que
no tiene afán en que se logren acuerdos definitivos, ya que algunos persisten
en argumentar que la guerra es mejor que un país pacificado.
Por
otro lado, Colombia no ha podido quitarse de encima una pesadilla que lo ha
esclavizado psicológicamente por más de ocho años, quien ligeramente se ha
transformado en un caudillismo enfocado en sutil detrimento de la estabilidad
nacional. Claramente se puede determinar las intenciones de aquel personaje,
que no hace más que actuar en favor de una consigna guerrerista favorable a su
ambición política. Y como ‘dirigente’ que se respete, tiene acólitos en todo lo
ancho y largo del territorio nacional, con la intachable responsabilidad de
difundir su avasalladora doctrina.
Es
el primer expresidente que en su mente sigue gobernando para millones de
desprevenidos, que aún no despiertan de un profundo y letárgico encanto,
producto de 2920 días de masoquismo gubernamental, catapultando una amnesia
propia de seres inconscientes y esclavizados, que no tienen más opción que la
resignación. Es inconcebible como un exmandatario con investigaciones
judiciales en contra, siga teniendo eco en la mente de ciudadanos que
aparentaban ser personas de propia opinión.
Ni
que decir de los allegados al `patrón’, identificados por la manera de
expresarse y el odio desbordado contra la comunidad que piensa distinto al ‘jefe’.
En el twitter permanentemente se lee los ataques desmedidos en contra de la
intencionalidad de la mayoría de nacionales, que miran en el proceso de paz la
única salida racional a tantas décadas de barbarie y abandono estatal.
No
se puede desconocer la dimensión de este proceso, hecho que al entenderla,
podemos asimilar con mejor claridad el avance del mismo. La estructura de la
negociación está diseñada al inicio con conversaciones exploratorias, seguida
de la concreción de los acuerdos, la refrendación e implementación. Obviamente
que cada una de estas etapas va enmarcada en tiempo, recursos y resultados, que
al final deben llegar a conclusiones reales en favor de las partes.
Lastimosamente
el titileo tanto de las Farc como del equipo negociador del gobierno, ha
afectado la expectativa de millones de colombianos, quienes muchos se confunden
bajo la insistencia de contradictores a la tranquilidad estatal. El pueblo no
puede caer en el maquiavelismo de personajes malintencionados disfrazados de
redentores.
Los
ataques de la guerrilla desconfiguran la simpatía del proceso, pero no pueden
ser el pretexto para tirar la toalla; al contrario, se deben aprovechar para el
fortalecimiento del mismo, ya que estos son costos de una endémica guerra.
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