miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL TITILEO

Por Iván Antonio Jurado Cortés


El largo y trajinado proceso de paz iniciado a finales del año 2012, entre el gobierno nacional representando al Estado y la agrupación subversiva Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, ha servido para detallar el compromiso de los dirigentes sociales y políticos del país, así como probar la paciencia de los colombianos cuando de un bien común se trata. Es un examen tan práctico, que deja entrever las intenciones de cada uno de los connacionales.

Aunque desde el inicio hubo dificultad en la manera de asimilar el contenido real de las negociaciones, particularmente porque el gobierno en su momento no tuvo la voluntad y capacidad para llegarle a cada ciudadano, explicando pedagógicamente los alcances de una eventual concreción y finalización del conflicto armado con la guerrilla más vieja del continente, no es disculpa para permitir hoy entrar en incertidumbre por lo que ocurre. Los altos y bajos en todo este proceso de reconciliación política, son naturales, más en un Estado dominado por una oligarquía.

A medida que avanzan las conversaciones, aumenta la presión por parte del mismo gobierno, quienes muchos de sus funcionarios coaccionados por intereses capitalistas, actúan como marionetas en favor de los grandes empresarios, que no tiene afán en que se logren acuerdos definitivos, ya que algunos persisten en argumentar que la guerra es mejor que un país pacificado.

Por otro lado, Colombia no ha podido quitarse de encima una pesadilla que lo ha esclavizado psicológicamente por más de ocho años, quien ligeramente se ha transformado en un caudillismo enfocado en sutil detrimento de la estabilidad nacional. Claramente se puede determinar las intenciones de aquel personaje, que no hace más que actuar en favor de una consigna guerrerista favorable a su ambición política. Y como ‘dirigente’ que se respete, tiene acólitos en todo lo ancho y largo del territorio nacional, con la intachable responsabilidad de difundir su avasalladora doctrina.

Es el primer expresidente que en su mente sigue gobernando para millones de desprevenidos, que aún no despiertan de un profundo y letárgico encanto, producto de 2920 días de masoquismo gubernamental, catapultando una amnesia propia de seres inconscientes y esclavizados, que no tienen más opción que la resignación. Es inconcebible como un exmandatario con investigaciones judiciales en contra, siga teniendo eco en la mente de ciudadanos que aparentaban ser personas de propia opinión.

Ni que decir de los allegados al `patrón’, identificados por la manera de expresarse y el odio desbordado contra la comunidad que piensa distinto al ‘jefe’. En el twitter permanentemente se lee los ataques desmedidos en contra de la intencionalidad de la mayoría de nacionales, que miran en el proceso de paz la única salida racional a tantas décadas de barbarie y abandono estatal.

No se puede desconocer la dimensión de este proceso, hecho que al entenderla, podemos asimilar con mejor claridad el avance del mismo. La estructura de la negociación está diseñada al inicio con conversaciones exploratorias, seguida de la concreción de los acuerdos, la refrendación e implementación. Obviamente que cada una de estas etapas va enmarcada en tiempo, recursos y resultados, que al final deben llegar a conclusiones reales en favor de las partes.

Lastimosamente el titileo tanto de las Farc como del equipo negociador del gobierno, ha afectado la expectativa de millones de colombianos, quienes muchos se confunden bajo la insistencia de contradictores a la tranquilidad estatal. El pueblo no puede caer en el maquiavelismo de personajes malintencionados disfrazados de redentores.


Los ataques de la guerrilla desconfiguran la simpatía del proceso, pero no pueden ser el pretexto para tirar la toalla; al contrario, se deben aprovechar para el fortalecimiento del mismo, ya que estos son costos de una endémica guerra.

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