Por Iván Antonio Jurado Cortés
Nunca
antes la palabra Tumaco ha sonado tanto en la mente de los colombianos y
extranjeros, como ha sucedido en esta última década, y no es por sus encantos
naturales y bondades que como puerto sobre el pacífico ofrece, sino por la
intensidad del conflicto que en esa área costera se presenta. La problemática
que actualmente afronta esta paradisiaca isla no es ajena a la realidad del pueblo
colombiano, solo que en esta región se multiplica por diez, afectando
drásticamente la estabilidad emocional, social y económica de sus pobladores.
Hoy,
en Tumaco se siente zozobra, incertidumbre y desesperanza; prácticamente sus
habitantes se acuestan con la mala noticia del día y levantan con el
nerviosismo característico de prever lo peor. Es un círculo vicioso que
entorpece constantemente el actuar de la gente buena, confundiéndola en medio
de un necrosado humo que no permite que los rayos de la esperanza y
persistencia traspasen hacia el sendero del desarrollo y progreso social. Se
observa perfectamente campear un egoísmo y empoderamiento mafioso, que empaña
la distinción de lo racional y noble.
Lastimosamente
es el humo del afán invasor, el que arremete desmedidamente contra el sosiego e
inocencia de la gente bondadosa, la que no hace sino pedir con toda fe a un
supercreador, para que pronto la humareda se desplace y así contemplar la luz
de la esperanza y felicidad.
Tumaco
es la tierra de nadie; es una región dominada por la intolerancia y crueldad de
malhechores de distinta calaña que se creen los dueños y amos de la
tranquilidad ciudadana. El humo más intenso es el que sale de las ocultas
chimeneas de la institucionalidad corrupta, ese que ha enceguecido a muchos
funcionarios y líderes, entorpecidos por la descomunal presión del poder y
aniquilamiento del buen vivir.
El
humo de la petrolera y continuas explosiones producto de la absurda
desproporción del conflicto bélico, es el que mayor sombra hace a las
posiciones alentadoras de quienes en medio de la férrea adversidad, insisten en
abrirse paso hacia un futuro prometedor. De verdad que esta emanación por lo
general termina enrareciendo y confundiendo el ambiente, más de lo que
aparenta.
Esta
trémula cortina de sombras inciertas conformadas por efluvio de hidrocarburos,
ha incentivado un proceder acético de la humildad costeña. Las fuerzas cada vez
se diezman más; aumenta con celeridad la insensatez, permitiendo constantes
monsergas contra del desarrollo y progreso social. El pueblo de la ensenada no
soporta otra disentería, de lo contrario la incubación del maquiavelismo sería
total y por supuesto letal para la sociedad porteña.
Aunque
para el resto de colombianos son colaterales los efectos del sufrimiento
costeño, no se puede pasar de agache ante una avasalladora arremetida, que
surca el corazón de los amables y potencializa la maldad de los destructores.
Los intereses comunitarios sabrán sobresalir ante la parsimonia gubernamental
que no ha hecho sino calmar ánimos, mas no solucionar el problema.
Tumaco
no soporta más abandono; es el momento de abolir el circunloquio estatal y
proceder en torno a una dolorosa exigencia, producto de la angustia por el
desafuero de los desadaptados, quienes con la venia del comandante `crápula’, insisten
en catapultar el terror y sembrar el miedo por encima de las intenciones
sociales.
El
humo alquitranado no puede opacar la vida, por el contrario, que sea el señuelo
para encontrar la libertad y posicionamiento de una tierra que lucha por su
tranquilidad.
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