jueves, 3 de septiembre de 2015

HUMO ALQUITRANADO

Por Iván Antonio Jurado Cortés


Nunca antes la palabra Tumaco ha sonado tanto en la mente de los colombianos y extranjeros, como ha sucedido en esta última década, y no es por sus encantos naturales y bondades que como puerto sobre el pacífico ofrece, sino por la intensidad del conflicto que en esa área costera se presenta. La problemática que actualmente afronta esta paradisiaca isla no es ajena a la realidad del pueblo colombiano, solo que en esta región se multiplica por diez, afectando drásticamente la estabilidad emocional, social y económica de sus pobladores.

Hoy, en Tumaco se siente zozobra, incertidumbre y desesperanza; prácticamente sus habitantes se acuestan con la mala noticia del día y levantan con el nerviosismo característico de prever lo peor. Es un círculo vicioso que entorpece constantemente el actuar de la gente buena, confundiéndola en medio de un necrosado humo que no permite que los rayos de la esperanza y persistencia traspasen hacia el sendero del desarrollo y progreso social. Se observa perfectamente campear un egoísmo y empoderamiento mafioso, que empaña la distinción de lo racional y noble.

Es una guerra que encontró en la tierra de los `Tumapaes’ el escenario perfecto para engrandecer su apetito devorador,  cegando de paso el entusiasmo y dinamismo de quienes la habitan. Nadie es ajeno a la grandeza innata de este terruño, perpetuada a través de la historia por su cálida nobleza y emprendimiento de sus fundadores.

Lastimosamente es el humo del afán invasor, el que arremete desmedidamente contra el sosiego e inocencia de la gente bondadosa, la que no hace sino pedir con toda fe a un supercreador, para que pronto la humareda se desplace y así contemplar la luz de la esperanza y felicidad.

Tumaco es la tierra de nadie; es una región dominada por la intolerancia y crueldad de malhechores de distinta calaña que se creen los dueños y amos de la tranquilidad ciudadana. El humo más intenso es el que sale de las ocultas chimeneas de la institucionalidad corrupta, ese que ha enceguecido a muchos funcionarios y líderes, entorpecidos por la descomunal presión del poder y aniquilamiento del buen vivir.

El humo de la petrolera y continuas explosiones producto de la absurda desproporción del conflicto bélico, es el que mayor sombra hace a las posiciones alentadoras de quienes en medio de la férrea adversidad, insisten en abrirse paso hacia un futuro prometedor. De verdad que esta emanación por lo general termina enrareciendo y confundiendo el ambiente, más de lo que aparenta.

Esta trémula cortina de sombras inciertas conformadas por efluvio de hidrocarburos, ha incentivado un proceder acético de la humildad costeña. Las fuerzas cada vez se diezman más; aumenta con celeridad la insensatez, permitiendo constantes monsergas contra del desarrollo y progreso social. El pueblo de la ensenada no soporta otra disentería, de lo contrario la incubación del maquiavelismo sería total y por supuesto letal para la sociedad porteña.

Aunque para el resto de colombianos son colaterales los efectos del sufrimiento costeño, no se puede pasar de agache ante una avasalladora arremetida, que surca el corazón de los amables y potencializa la maldad de los destructores. Los intereses comunitarios sabrán sobresalir ante la parsimonia gubernamental que no ha hecho sino calmar ánimos, mas no solucionar el problema.

Tumaco no soporta más abandono; es el momento de abolir el circunloquio estatal y proceder en torno a una dolorosa exigencia, producto de la angustia por el desafuero de los desadaptados, quienes con la venia del comandante `crápula’, insisten en catapultar el terror y sembrar el miedo por encima de las intenciones sociales.


El humo alquitranado no puede opacar la vida, por el contrario, que sea el señuelo para encontrar la libertad y posicionamiento de una tierra que lucha por su tranquilidad.

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