lunes, 10 de agosto de 2015

La dualidad del proceso de paz

Por Iván Antonio Jurado Cortés

La dualidad que vive actualmente el pueblo colombiano a medida que avanza el proceso de paz entre las FARC y el gobierno nacional, es cada vez más compleja. Y no es para menos, gracias a personajes que se han dedicado desde que iniciaron los diálogos en la Habana a manifestar intencionalmente que la tan anhelada paz no llegará nunca; otros, que es el único camino para consolidar una democracia participativa, incluyente y sostenible en el tiempo.

Es una discusión que ha desgastado hasta los más entendidos en este campo; pero ha podido más la paciencia y esperanza de millones de colombianos que palabras desalentadoras de ‘lumbreras’ e ilusos que impulsivamente se mueven alrededor de posturas sensacionalistas, la mayoría cargadas de populismo y rencor desenfrenado.  Es el caso de algunos ‘barones’ de la política que ganan sus votos a base de las decisiones de desprevenidos, que en nuestro país existen en abundancia.

Cuando miramos responsabilidades y analizamos propuestas serias alrededor del tema, se concluye que el costumbrismo se sobrepone a la sana intención de derrotar un estructural mal que por décadas ha limitado el desarrollo y progreso de la nación. Lo preocupante del asunto es que la guerra pareciera inherente a la cultura nacional, complicando aún más cualquier procedimiento para alcanzar la paz. Nunca antes en la historia política del país se ha invertido tantos recursos económicos y esfuerzos sociales como los que el actual gobierno ha hecho en pro de este proceso que se desenvuelve  en Cuba.

No sé si es una enfermedad o simple coincidencia de tomar el tema de la paz para despotricar y contratacar a la ciudadanía que piensa distinto a la guerra. Es el pueblo colombiano quien al final debe determinar sobre la continuidad o liquidación de la confrontación armada. Tanto el congreso de la República como el ejecutivo y el sector judicial, necesariamente deben limitarse a canalizar el clamor de los afectados, más no a sobreponer sus puntos de vista que de por sí son sesgados, antiéticos y en algunos casos irresponsables.

La sensibilidad humana está tan atrofiada que peligrosamente auspiciaría una decisión contraria a la realidad popular. Y no es para menos, con tanta presión de mercantiles guerreristas, hoy, es fácil expresar que se acabe con este convulsionado proceso de paz, sin medir las consecuencias, mucho menos el futuro de la patria. La historia universal ha demostrado que la guerra es el peor flagelo en contra del desarrollo de la humanidad.

Pero la responsabilidad no es solamente de los políticos o empresarios, es también de la guerrilla y el pueblo, quienes equivocadamente se conjugan en tendencias egoístas y caprichosas, destruyendo la esperanza de una sostenibilidad estatal. Colombia no puede caer en el jueguito de propuestas impulsivas, nocivas desde todo punto de vista a la necesidad popular.

El proceso de paz adelantado en la Habana, también es un ejercicio psicosocial que permite esclarecer la intencionalidad del pueblo y sus gobernantes. Desde que iniciaron las conversaciones el 18 de octubre del año 2012, se ha detectado posturas encontradas, resaltando las contrarias a la intención de lograr la paz, por sus argumentos vacíos, cargadas de odio y una venganza intestinal, que indudablemente perturban los aconteceres diarios sobre el tema.

A pesar de que la mayoría de las expresiones concluyen que el actual proceso de paz es más demorado de lo que se pensaba, la insistencia en continuar puede más que la desinformación alrededor de la temática. Es la primera vez en la vida política del país, que se plantea en estas negociaciones propuestas estructurales para una verdadera transformación del Estado. La complejidad de los temas justifica  la lentitud del proceso. El pueblo debe sortear esta dualidad en beneficio del sentir cotidiano. Que no sea el interés bélico de unos caudillos el que se imponga, y finalmente termine determinando por el futuro nacional.

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