Por Iván Antonio Jurado Cortés
Lamentablemente
tienen que suceder actos anormales, para que la masa poblacional reaccione en
contra de hechos demasiado riesgosos para cualquier ser vivo. La tragedia de
Tumaco, es de las que comúnmente conocemos como ‘una tragedia anunciada’,
doloroso, pero real. No es la primera vez que sucede la voladura del oleoducto
trasandino; en muchos sectores entre el piedemonte y costa, son innumerables
los atentados ocasionados a la infraestructura petrolera, todo producto del
conflicto armado.
Son
tantas las situaciones lamentables alrededor de este transportador de petróleo,
que muchos pobladores del área ya no se asombran, simplemente se limitan a
aprovechar la oportunidad para saciar necesidades de primera mano, como las
elementales ayudas humanitarias, o más bien dicho, ‘pañitos de agua tibia’. No
se puede ocultar la profundidad del problema, y sin dudarlo, se concluye que es
resultado de una anacrónica guerra, que con los años tiende a volverse inherente
a la cultura nacional.
Los
tumaqueños han levantado su voz de protesta contra toda la barbarie de unos
guerreristas desmedidos en el propósito de alcanzar su objetivo. Observamos en
este caso que el fin justifica los medios. Las intenciones enceguecidas en
busca o sostenibilidad de un poder, no permiten ver la fragmentación de la
cadena humana, dejando a su paso desolación, desesperanza y un penetrante odio
entre la misma raza.
Hoy,
las noticias se encumbran alrededor de una problemática ecológica; las imágenes
mostradas al mundo son reflejo de una superficialidad social, más no se detienen
en sustentar la anarquía y estructura real de un endémico problema que ha
sumido en la miseria a miles de isleños desde hace décadas.
Los
atentados contra torres de energía y oleoducto, son problemas que se agregan a
otra cantidad que han permanecido como sombra en la mente e idiosincrasia de la
sociedad costeña. Un pueblo que sobrepasa los 170 habitantes y aún no posee un
sistema de acueducto y alcantarillado acorde a las necesidades y exigencias
sanitarias. Un puerto que yace entre la maleza, adaptado al trueque silencioso
de la mafia y corrupción estatal, y una trocha que llaman vía hacia Barbacoas,
entre otros, son el problema encubierto por la humareda del petróleo.
Lo
anterior refleja la irresponsabilidad institucional y social, falta de
compromiso, incapacidad de gobernar y nula gestión de las autoridades locales,
regionales y por supuesto el abandono nacional. Este escenario de lamentación
es la referencia de la indolencia gubernamental, que no ha correspondido a la
urgencia causada por una depredadora ansia de dominación multinacional.
Es
hora para que en las famosas mesas de negociación entre entidades de gobierno y
comunidades afectadas, definan oportunamente un plan de acción, estructurado
con recursos y metas claramente establecidas, pensado netamente en el beneficio
comunitario, más que el empresarial.
Tumaco
está al borde del colapso total, aunque ha resistido embates de la furia
natural sabiendo sobreponerse, hoy, se siente que esa resistencia esta
diezmada. Ha llegado la hora de definir
y acertar en estrictas soluciones
con el objeto de cortar a raíz una injusticia e implementar un verdadero modelo
de desarrollo socioeconómico.
La
sombra petrolera debe desaparecer y
abrir paso a la inclusión social de forma sostenible. No más cortina de humo.
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