Por Iván Antonio Jurado Cortés
Así
como en Norteamérica se habla del ‘Pie Grande’, en Suramérica tenemos nuestro
‘Pata Sola’, aunque para muchos estos especímenes hagan parte de una
tradicional leyenda, otros, están claros en la idea de que no son ningún mito,
sino seres alejados del mundanal ruido, ermitaños y cuidadosos de ser
plenamente identificados. De todas maneras es una versión para el aseguramiento
mental de la humanidad. Allá, cada quien depure su contenido de ficción o realidad,
es una visión particular.
La
similitud dentro de la descripción física de estos controvertidos personajes,
es compatible, en el sentido de la fisonomía abrupta y feroz, típica de figuras
sobrenaturales, que infunden forzado respeto y temor. Son fenómenos
atrayentes de toda mirada y observación,
con la conclusión de ser un tema de interminable discusión. En el cono sur, el
‘Pata Sola’, es un nombre sinónimo de asombro y curiosidad.
Esta
vez, la discusión se torna alrededor de una disposición que irresponsablemente
un gobierno pasado impuso inclementemente sobre una masa adormecida, gracias a
los malabares estatales, que miraron sin ninguna duda que la utilización del
glifosato como alternativa para frenar la producción de hoja de coca, era la
indicada. Siempre insistiendo que es el mecanismo propicio para el desarme de
un endémico problema sociocultural, consecuencia directa de la explotación de
cultivos ilícitos.
Nuevamente
como de costumbre, el ‘Pie Grande’, hace estremecer con su pisada, amedrentando
a su subalterno y obligándolo a tomar acciones en contra del clamor de una
sociedad, que ha vivido en carne propia los nocivos efectos del uso de este
herbicida como única fórmula para erradicación de los ilegales sembríos. Son
muchas las investigaciones que se han adelantado acerca de las consecuencias de
este agroquímico, concluyendo rotundamente en su toxicidad, reflejada en
afectaciones de la salud humana, animal y vegetal.
El
empleo de glifosato o la opción por otro mecanismo para el cumplimiento del
objeto, fue un tema que se debatió en el seno legislativo y en el Consejo Nacional
de Estupefacientes, quien finalmente con una abrumadora mayoría expresó la
suspensión definitiva del uso del herbicida.
Lo
ridículo es que estas acciones se efectúan con la natural timidez, de cuando se
sabe que se agrede en su capricho al monstruo del norte, que a través de la
historia ha tenido absoluto control del tema, imponiendo su política
imperialista.
Estas
determinaciones son los primeros destellos de un proceso de paz, que avanza
lentamente, pero con firmeza en aspectos trascendentales para el equilibrio
sociocultural de la nación. Lógicamente no se dejan esperar detractores de
estos acontecimientos; oportunistas que no pierden espacio para contratacar
acciones democráticas que beneficiarían a millones de colombianos.
Es
preocupante y lamentable a la vez, el número de malformaciones genéticas y
enfermedades fatales, que muchos pobladores de las áreas donde tradicionalmente
estaban sembradas de coca han tenido que afrontar. Vastas regiones del Chocó,
Cauca, Nariño y Putumayo, hoy, son vivos testimonios de esta desgracia, que sin
pudor alguno, ‘Pie Grande’ ha implantado bajo la inerme mirada de sus súbditos.
La
noticia ha sido razón suficiente para que en este momento la diabólica sombra
avasalladora, reviente de furia, y próximamente saque polvo con su pisada.
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