lunes, 8 de junio de 2015

El show de la justicia

Por Iván Antonio Jurado Cortés

La expectativa nacional siempre fue rodeada de la más natural duda al momento de hablar de las aprehensiones de políticos investigados por la yidispolítica y chuzadas, hecho que no ha sido distinto a la simple realidad de un país que se sume en una lúgubre incertidumbre burocrática. Con los últimos acontecimientos se concluye la debilidad estatal al momento de tomar determinaciones ejemplares contra funcionarios y servidores públicos que actúan en contra de la reglamentación estatal, torturando la esperanza de millones de connacionales soñadores de una mejor nación.

Hace unos días la noticia relacionada con la condena de dos exministros y un exsecretario de la presidencia para el entonces gobierno de Álvaro Uribe Vélez, dejo entrever la flaqueza en el poder judicial, más cuando estos sindicados fueron determinantes para cambiar negativamente el destino político de la patria. Diego Palacio y Sabas Pretelt, finalmente quedaron condenados a meros 80 meses, mientras que Alberto Velásquez, a 60 meses, tiempos ridículos comparados con la proporción de los delitos.

Lo preocupante no son las penas bajas, sino los descuentos por estudio y buen comportamiento, que terminarían pagando cuatro y dos años respectivamente, catapultando la fragilidad judicial, contribuyendo enormemente a la incredibilidad popular. Y como si esto fuera poco, el cuadro fantasioso se perfecciona con el vulgar castigo a María del Pilar Hurtado y Bernardo Moreno, por el caso de las famosas chuzadas. A este último, dizque la casa por cárcel; de verdad que es un show la justicia colombiana.

A la hora del té, todos estos reos no son más que unos malhechores de la sociedad, cuya consecuencia de sus acciones no tiene límites, debido que han cambiado la dirección del país. La reelección presidencial facilitó el engrandecimiento de los poderes conservadores, blindándose perfectamente en la conquista y sometimiento de una masa adormecida bajo el hipnotismo neoliberal.

Con los recientes acontecimientos, Colombia queda mal posicionada en la órbita internacional, agudizando la estigmatización de ser una región insegura en cuanto a la aplicación de justicia. Si a esto le sumamos los escándalos por corrupción y abuso de poder de las altas cortes, francamente se connota una imagen desalentadora, reflejándose en percepción negativa para la visión extranjera.

Pero en medio de semejante show, un personaje pasa de agache, lavándose las manos como ‘Poncio Pilatos’, y con postura redentora, permea la sensibilidad de la insensatez humana. No se puede tapar el sol con una mano, es lógico que detrás de estos delincuentes les asistía otro pícaro, interesado en acorazar su propio ego de poder y ambición gubernamental.

Con esto se ratifica que para muchos políticos colombianos el fin si justifica los medios; quedando contundentemente demostrado el maquiavélico pensamiento de un ser que se autoproclama el defensor y la solución de la necesidad popular.

Y como vivimos de murga en murga, no falta el oportunista, irresponsable y sinvergüenza que atenta contra la inocencia e ignorancia de gente humilde,  que adolorida por su propia desgracia, aclama sin consuelo la transformación de un mejor vividero. Estos espejismos caudillistas aprovechan la nobleza de compatriotas que en medio de la desesperanza, desbordan de resentimiento y cólera en contra de un régimen disfrazado de bondadoso.

No podemos equivocarnos cuando acentuamos en expresar que existen diferencias administrativas y/o gubernamentales en este país; simplemente son estratégicas jugadas disfrazadas de colores camaleónicos, atenuantes de la necesidad del pueblo. Ningún racional puede oponerse a una intención o acción que vayan en pro de la seguridad individual o colectiva, es obvio que en estos casos los esfuerzos son aunados para lograr dicho propósito.

El Estado está en la obligación de prepararse para una profunda reestructuración, de lo contrario, cualquier intento de pacificación nacional quedará susceptible, más cuando alrededor existen presiones de inmenso poder económico y político que, a través de las generaciones se han alimentado de la lamentación humana.


En este orden, el poder judicial tendría un relevante papel en torno a la resolución de un anacrónico conflicto armado, producto de la negligencia y egoísmo gubernamental de anteriores décadas. La justicia no puede continuar como un show farandulero, porque al final, será la anarquía quien se imponga en este controvertido escenario.

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