Por Iván Antonio Jurado Cortés
Hace
meses atrás el disgusto de los actuales alcaldes y gobernadores era
generalizado, a razón que saboreaban en
carne propia una desdicha más, y todo gracias a la calentura desesperada de don
‘Juanpa’, cuando en tiempo de campaña rumbo a la reelección presidencial
prometió como de costumbre, que se igualarían las fechas electorales, con el
propósito de evitar tropiezos en la inversión pública por la aplicación de la
famosa ley de garantías.
Pasaron
los arrebatos y ha llegado la calma, el pretendiente logró el objetivo, sus
cáfilas se acoplaron a la ansiedad gubernamental, mientras que las raíces
burocráticas primarias y secundarias han quedado en el aire. Cuando todo se
veía venir dentro de una lúgubre normalidad, interiormente se cocinaba otra
maquiavélica propuesta, y como dicen por allí, para saldar una deuda con sus
subalternos, se propone que la ley de garantías debe abolirse.
Pero
como estamos en Colombia, un país experto en crear leyes y al mismo tiempo
violarlas, la ley de garantías nunca se ha aplicado a cabalidad, empezando
desde su posición altruista, seguido de la entramada operatividad, que al final
termina siendo vulnerada por la exigencia atropelladora de la hamponería
estatal; sin embargo, ha servido para mermar la velocidad de acciones
preelectorales desprendidas de los intereses gubernamentales.
Nadie
puede decir lo contrario de que todas las administraciones locales y regionales
así sean en mínima intención, han infringido la normatividad, facilitando el
actuar delictivo por encima del preceptivo de garantías. Antes de eliminar la
mamaracha medida legislativa que ha calmado la voracidad de sendos devoradores
del erario público, hay que tener en cuenta que los entes territoriales
municipales y departamentales no son
fianza de ética y confianza en la inversión pública.
Obviamente
que el congreso de la República analizará el proyecto derogatorio a
conveniencia, mirando las consecuencias electorales de sus bastiones en todo el
eslabón burocrático. Desde ya se observan planteamientos negativos a la
ponencia, especialmente de los partidos que no tienen representación en el
orden local y departamental. Lo irónico es que la oposición a la nociva
intención del presidente se soporta en intereses amañados y no de conveniencia
ciudadana.
Se
escucha y lo recitan en coro gremial: “La ley de garantías es un esperpento que
impide invertir los recursos de las regiones”; es igual a expresar que el ‘agua
moja’; pero el problema no es si se aniquila al adefesio, sino el momento en
que lo quieren realizar. La igualdad de periodos electorales pudo haber sido
una buena salida, solo que se tenía que efectuar ajustes, especialmente en la
prórroga de los salientes mandatarios.
Un
sentimiento de culpa burocrática golpea duramente el corazoncito del ‘jefe’,
está terminando con su buen sentido del humor; ahora confía de que su corte
marcial le haga el trabajito, para cumplirles así sea en mínima cuantía a los
que algún día les ofreció el cielo y la tierra.
La
acracia electoral sería inevitable de llegarse a aprobar semejante proposición.
No es un secreto que alcaldes y gobernadores, tienen afectos representados en
sus propios candidatos. El derroche de la ‘platica’ pública no se dejaría
esperar. No habría garantías para los demás candidatos, hecho que obligaría a
procedimientos en muchos casos irregulares, para intentar igualar las cargas. El
gobierno está a punto de dar otra puñalada más a la apaleada democracia.
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