Por Iván Antonio Jurado Cortés
Como costumbre más que devoción,
este miércoles el mundo cristiano católico celebra el día de la ceniza, cuyo
significado se dirige a la preparación de las masas para recibir la ‘semana
santa’ o comercialmente conocida como ‘semana mayor’, evento aglutinador de
millones de fieles en torno a una fe. Con una elocuente frase, ‘polvo eres y polvo
te has de convertir’, los pastores católicos friccionan sus dedos sobre las
frentes de sus representados, transmitiéndoles ese fervor eclesiástico y una
ilusión por venir.
En algunas iglesias cristianas,
‘la cuaresma’ es el tiempo litúrgico de preparación de la ‘Pascua de
Resurrección’, desde el ‘Miércoles de Ceniza’ hasta el ‘Jueves Santo’,
caracterizado por ser un período de penitencia. Esta es la época dedicada a la
reflexión, meditación y armonización cristiana. Es un tiempo de 40 días,
entendiéndose desde la concepción bíblica como el tiempo que Jesús permaneció
confundido en el desierto.
Algunas generaciones desde
tiempos inmemorables han visto en la cruz un instrumento espiritual, revestido
de grandeza y admiración. Antes de la era cristiana, la cruz ya ocupaba un
lugar predilecto en todos los estratos sociales. Según los espacios y
creencias, este símbolo significa muerte o también vida.
Para los católicos, la cruz es
la tesis más pesada que millones de personas han tenido que cargar por
descendencias enteras, defendiendo sin argumento consecuencias catastróficas
producto de la mala interpretación bíblica. Ejemplo claro son las cruzadas, que
nada tuvieron que ver con la espiritualidad o la fe, simplemente fueron
escuadrones conformados por miles de hombres de mentalidad asesina, dirigidos
por el papado entre los años 1095 y 1291.
Posteriormente y aunque no
tomaron el nombre de ‘cruzados’, a partir del siglo XV, los mal llamados
conquistadores, con la cruz en la mano penetraron el basto continente
americano. Hoy, la mala historia llama a este acontecimiento ‘descubrimiento de
América’, que no fue más que un cruel sometimiento de una raza ancestral a una
esclavitud degenerada, que desde esa fecha hasta la actualidad, se ha sentido
el rigor de esa maldición.
La cruz como quiera que se le
mire, siempre será un homenaje a la muerte y un patrimonio a las malas
decisiones y acciones. Es inconcebible que una dirigencia supuestamente
espiritual, encabezada por un papa, haya sido la incubadora infernal de
millones de crímenes contra la humanidad, solo por abrigar un lecho de poder
político y económico.
Obviamente que la fe al
convertirse en fanatismo, conlleva a actitudes maquiavélicas que
inevitablemente trastornan el cerebro de quienes lo padecen, actuando
miserablemente en contra de la libertad de sus semejantes. La carnicería humana
liderada por el papado de siglos pasados, ha marcado la mentalidad de la actual
generación, ensangrentado la historia en torno a una martirizante cruz.
Hoy en día, el sometimiento a
esta alegoría sigue causando sesgos en la sociedad, aunque de manera sutil y
metódica, pero al final el efecto dominador continua imperante en el alma de
una multitud soñadora con un cielo irreal. El Vaticano tiene una gran deuda con
la historia espiritual del hombre, que en nada difiere de los musulmanes.
La cruz de ceniza además de
representar la fe del cristianismo católico, es la esencia de un eterno sacrificio
persuasivo y destructor, determinante de los grandes retrocesos sociales.
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