Por Iván Antonio Jurado Cortés
Por estos días la población colombiana es obligada a desprenderse de su
cotidianidad y dolores populares para entrar en un sueño de hadas que nada tiene
que ver con la belleza femenina- es uno de los sofismas distractores que mejor
funciona en la mente popular.
Sendos cuerpos, vestuarios extravagantes dizque representando colores e
insignias de cada región del país, con la diferencia que estas prendas pasan
por costosas manos diseñadoras que cobran en oro cada puntada. Estas niñas que
no tienen la culpa y muchas ni idea del malévolo andamiaje creado por la elite
colombiana, más bien son víctimas, tienen la inmensa responsabilidad de servir
de maniquíes celestiales, sumisas a un formato capitalista.
Con el paso de los años, el supuesto reinado nacional de la belleza
sagradamente efectuado en Cartagena de Indias, se ha convertido en una fuente
efectiva de producir dinero, concentrar mafiosos de todas las calañas y de paso
servir como cortina de humo para opacar la problemática del país- sin olvidar
que esta iniciativa nació hace décadas como alternativa apaciguadora de la
crisis política bipartidista de la burguesía colombiana de ese entonces, causante
del actual conflicto armado que enfrenta el país del ‘Corazón de Jesús’.
El jugoso negocio de producir ‘reinas’ a punta de bisturí y silicona
cada vez toma mayor fuerza, no solo por las seleccionadas a desfilar en
pasarela sino por millones de mujeres, desesperadas en semejarse a esas
endemoniadas y sexuales figuras del molde monetario internacional, quienes
desviven y obsesionan por acondicionar sus músculos sin importar el destino que
puedan tener después del quirófano.
Y es que el argumento no puede ser mejor: ‘hay que adelgazar, de lo
contrario la salud está en riesgo’, invento maquiavélico que en los últimos
años ha repotenciado la rentabilidad de la farmacéutica y cosmetología.
Niñas desde que tienen uso de razón idealizan su figura humana con
efímeras y fantasmales mujeres, resultado de sintéticos productos de la
industria plástica; muchas obsesionanadas truncan sus aspiraciones reales por
estos dogmas paralizantes de la sensatez, auspiciadores del devorador apetito
comercial de embusteros, explotadores de la susceptibilidad y esencia femenina.
Miles de millones de dólares se invierten
y comercializan a raíz de esta seudobelleza, deleite de la oligarquía,
narcotraficantes y políticos del país. Entran como mujeres normales y salen con las mentes trastornadas intentando vivir
un mundo fantasioso, propio de millonarios y beldades faranduleras.
Es evidente el involuntario sometimiento de las féminas a un progresivo
abuso psicológico, acolitado por los medios masivos de comunicación, cuyo
propósito es el desmedido incremento de utilidades en favor de audaces
empresarios del glamur.
El paradigma de la belleza sintética ha tomado tanta fuerza en nuestro
país, convirtiéndose en requisito indiscutible para laborar en medios
estatales y privados como la televisión,
prensa y empresas de contacto directo con el público. Certámenes como el ‘reinado
nacional de belleza’ en nada promulgan la cultura o delicadeza femenina; por el
contrario, van lanza en ristre contra la personalidad y autoestima de la mujer,
recordando que las medidas perfectas 90-60-90 es la propuesta de los cirujanos
plásticos, siendo afortunadas las de un aceptable nivel económico, que no pasa
del 1% de las mujeres colombianas; las demás están obligadas al sometimiento
mercantil y sacrificio moral-económico con el objeto de lograr este anhelado
propósito.
En las últimas dos décadas, el impulso de las mujeres por conseguir el
codiciado sueño de entrar al formato de los maniquís, es tan poderoso que no
deparan el riesgo físico de perder hasta la propia vida. El deseo de la
‘belleza perfecta’ es una latente amenaza a la verdadera liberación social,
cultural y económica de este género humano.
Prácticamente se han convertido en el ratón de laboratorio de los
magnates capitalistas del mundo entero; un mejor mercado que este no podrían
encontrar. Estos reinados son una farsa de la belleza.
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