sábado, 22 de noviembre de 2014

En medio del titileo

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Aunque era prácticamente normal el centelleo de ‘luciérnagas y ráfagas’ provenientes de cualquier lugar de la densa montaña o extensa costa, hoy, el departamento de Nariño, sube de temperatura a consecuencia de la intensidad conflictiva de una desordenada cacería humana, a esto, sumado las probabilidades de erupción volcánica. Para nadie es desconocido que esta sección suroccidental de Colombia pasa los días complicados, siendo la población quien tenga que enfrentar el famoso tas tas.

Al norte y en la llanura pacífica, se han incrementado las acciones bélicas de parte de los actores armados legales como ilegales, perjudicando directamente a los civiles. Es cierto que en la actualidad se habla de paz en un escenario neutral y fuera del país; sin embargo, no significa que el ambiente guerrerista haya disminuido, al contrario, se encuentra en un estado irritable, más cuando es incierto la continuidad o finalización del  conflicto.

Instintivamente la ciudadanía aduce que al estar el gobierno inmerso en unas negociaciones con uno de los grupos subversivos más antiguos de Latinoamérica, las cosas de inmediato deben cambiar; pensamiento desatinado, debido a las implicaciones que demanda un hecho histórico como el referido, más cuando lo que se discute son temas estructurales que indudablemente de aplicarse transformarían al Estado.

Cuando han pasado más de 50 años de guerra civil, frase para algunos ‘burgueses’ no aceptada, donde se han probado distintas formas para afrontar el problema y dar solución, las cosas vuelven a estar como al inicio: esperanza, expectativa e ilusión de que algún día se llegue el momento de celebrar el fin de la carnicería.

La diferencia a las anteriores intenciones, es que hoy, se le ha agregado un rotundo apoyo a las conversaciones por parte de la sociedad civil, especialmente los afectados directos de esta maldición nacional.

Dada la susceptibilidad del proceso de paz, se hace necesario una responsable y diáfana socialización de los temas ya abordados, para que sirvan de apalancamiento social en cualquier estancamiento del mismo. Ha sido criticado y con mucha razón, el hermetismo hasta ahora de los avances obtenidos. Son someras las informaciones que los medios de comunicación transmiten al pueblo, conllevando a una esterilización de una vaga idea y las implicaciones que esto le asiste.

Aunque se nota un avance significativo en los diálogos, la persistencia de la incertidumbre es latente en la mente de negociadores, gobierno y población en general. El titileo de una verdadera paz cada vez engrandece la luz de la esperanza. Obviamente, no se puede confundir a los críticos de este trascendental acontecer con posiciones mercantiles guerreristas como las del señor Uribe y su combo. El constituyente primario será quien al final, a través de un mecanismo constitucional refrende o desapruebe las propuestas pactadas en La Habana.

Por primera vez, la expectativa en los colombianos es tan fuerte, que las ansias inunda la sensibilidad por un país más equilibrado y digno de habitar con orgullo y prosperidad. Los gobiernos no pueden continuar sobreponiendo un sistema netamente capitalista a un bienestar social, más justo y sostenible. La mayoría de los ciudadanos miran en esta oportunidad de paz, el espacio ideal para cambio de sistema político, enfocado a la solución estructural de los problemas de mayor repercusión en la vida diaria.


En medio del titileo, brincan los sapos, lloran los lagartos y duermen los ‘juanes pachanga’; solo los centinelas permanecen  de pie, esperando una pronta transformación estatal. Para otros, el desespero crece, al pensar que el mejor negocio a punta de sangre humana puede llegar a su final. Ojala termine el titileo y la luz cobre fuero definitivamente.

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