Por Iván Antonio Jurado Cortés
Cada vez que se cruza esta
fecha, suele recordarse y traer a la mente el viejo cuento de nuestros docentes
escolares, cuando recitaban armónica y orgullosamente las travesías del señor
‘Cristóbal Colón’, un aventurero italiano al servicio de la corona española,
quien en medio de su fervor navegante puso a disposición de su majestad el rey,
el deseo de emprender largos viajes en busca de oro y productos exóticos de
climas tropicales.
En un debate de nunca acabar, el
12 de octubre se ha camuflado como celebración del ‘Día de la Raza’, ‘Día de la Hispanidad’,
‘Día de la Resistencia Indígena’, entre otros, creados para referirse a esta
atrocidad humana. En fin, es una fecha histórica que ha generado permanente
discusión respecto a lo que verdaderamente sucedió. Sin embargo, la conclusión
que el tiempo ha decantado es que no fue un descubrimiento sino la mutilación
de una cultura milenaria.
La primera mala herencia por
equivocación fue la denominación de ‘indios’ a unos nativos dueños de su tierra,
quienes por miles de años la habitaron en sana paz. La segunda experiencia que cambió
sistemáticamente la ideología de los pueblos originarios, se trató de la
imposición de una secta religiosa, para los invasores una orden monárquica y de
paso un sofisma distractor mientras se perpetuaba uno de los saqueos más
sanguinarios de la historia.
Con el proceso invasor, se
perdió la originalidad y el rumbo natural cambió de horizonte, conllevando a
una soberbia mezcla étnica caracterizada por incongruencia de dos sangres;
enraizando automáticamente otra forma de vida que cambiaría la historia de la
humanidad.
Obviamente que fue un gran error
someter a una raza bien cimentada en sus convicciones a un capricho absorbente
de ladronicio europeo. Mayas, aztecas e incas, son muestras del avance
organizativo y científico del gran pueblo americano que antes de semejante
barbarie yacía en un mundo estable y planificado.
Aunque el proceso permitió el
intercambio de productos agropecuarios, impactó más el daño cultural,
irrumpiendo abruptamente un sistema organizativo propio de una región con una
cosmovisión completamente diferente al viejo continente. Sin contar con
enfermedades tan lesivas como la sífilis que mató igual o más gente que los mismos enfrentamientos
entre propietarios y hurtadores.
Ha sido tan grande el estigma,
que aún pervive en el pensamiento retrógrado mestizo, sobre la supuesta
inferioridad de la raza ancestral. Vivimos sometidos al paradigma de que lo
importado es mejor, más cuando de cultura se trata.
Se ha negado la oportunidad de
presenciar a través de la historia un desarrollo humano puro desde la
perspectiva netamente cultural. Un gran error porque no se dejó terminar el
ciclo de la semilla humana desde otra óptica, muy diferente a la visión que
tenemos hoy de lo que es la vida.
Algunos dirán que es una maldita
herencia, otros, fue lo mejor que pudo haber pasado, de todas formas, quedarán
preguntas sin responder, ¿Qué tal de nuestra etnia si no hubiese mezclas? ¿Cómo
estaríamos en organización sociopolítica? ¿Si el desarrollo fuese el mismo del
que se habla actualmente? En fin, son muchos los interrogantes que carcomen la
mente de los que soñamos con un mejor país.
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