Por: Iván Antonio Jurado Cortés
En el mundo existen
diferentes formas para gobernar a un país, algunas de mayor efectividad que
otras; sin olvidar que la cultura ciudadana juega un trascendental papel en la
toma de decisiones gubernamentales.
En este orden,
encontramos el régimen presidencial que incluye los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial; Régimen Parlamentario y Régimen de Asamblea Popular o
Partido Único. Cabe anotar que todos hacen parte de la vida democrática de un
pueblo, permitiendo al constituyente primario tener el control y poder para
determinar acciones en pro o en contra de cualquier sistema.
En Colombia se ha venido aplicando
al pie de la letra el modelo “gringo”, con la diferencia que los
estadounidenses son disciplinados, mucho más éticos y respetuosos del bien
público, algo que nos cuesta aceptar pero se debe reconocer.
El poder ejecutivo en nuestro país
es monocéfalo, conformado por una sola persona llamada presidente, quien asume los
poderes de un jefe de Estado y Gobierno, obviamente a su entorno un equipo de
trabajo integrado por ministros y directores administrativos sin poder de
decisión.
La Constitución Política colombiana
confiere al señor presidente poder extraordinario desbordante, como objeción a
los proyectos de Ley, negar sanciones constitucionales a los mismos, entre
otros. El ejecutivo también cuenta con la manifestación de urgencia para dar trámite
a proyectos de gobierno; por otro lado implanta la política internacional. En
conclusión, el Presidente de la República es el director de la administración
pública, subyugando los actos de gobierno a su santa voluntad.
Los tres poderes son marcados por
sus funciones, responsabilidades y debilidades dentro del quehacer democrático.
Sin embargo, tanto el ejecutivo como el legislativo se han identificado por la
progresiva degradación en el sentido de aprovecharse de las envestiduras para
finalmente sacar avante intereses particulares. Prácticamente son rampas para
lograr propósitos egoístas y maquiavélicos, afectando drásticamente a sus
representados.
Los últimos hechos acaecidos en esta
nación dejan entrever el abuso de autoridad de los poderes públicos, incluyendo
al judicial, vulnerado por continuas provocaciones del legislativo y ejecutivo.
Colombia entera está ávida de un cambio estructural de gobernabilidad; ya no
aguanta más, necesariamente se debe combatir las mafias instauradas en todas
las ramas del Estado.
Traigo a colación un fragmento del
texto emanado por el Comité Central del Partido Comunista de China bajo la
presidencia de Mao Tsetung en 1963: “¿De
dónde provienen las ideas correctas? ¿Caen del cielo? No. ¿Son innatas de los
cerebros? No. Solo pueden provenir de la práctica social, de las tres clases de
práctica: la lucha por la producción, la lucha de clases y los experimentos
científicos en la sociedad. La existencia social de la gente determina sus
pensamientos. Una vez dominadas por las masas, las ideas correctas
características de la clase avanzada se convertirán en una fuerza material para
transformar la sociedad y el mundo. En la práctica social, la gente se enfrenta
con toda clase de luchas y extrae ricas experiencias de sus éxitos y fracasos”.
No hay necesidad de recurrir a
acciones de choque o actos convencionales para afrontar y conseguir logros
populares, basta con que la sociedad afectada tome razonamiento y actúe acorde
a las necesidades. Empezando con una profunda reforma a la Constitución
Nacional, aprovechando mecanismos y/o instrumentos políticos como: Congreso,
Asamblea Constituyente o Referendo, que llevarían a feliz término propuestas de
beneficio colectivo, reoxigenando al Estado.
Dejar de lado pensamientos
anacrónicos de la política, arraigados en el nacionalista primario simplista y
pasar a convertirse en un constituyente primario permanente, donde se
identifique por el lenguaje y la manera de actuar, revestido de crítica,
análisis, conclusiones y proposiciones.
Que no sea el ciudadano que solo
manifiesta serlo cuando procede a votar en épocas de elecciones. Son más de
doscientos años, suficientes para tomar determinaciones soportadas en la
experiencia y sufrimiento de millones de compatriotas sumidos en la miseria. Tanto
poder para un rey sin corona.
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