Por Iván Antonio Jurado Cortés
Avanza
el campeonato mundial Brasil 2014, dejando a su paso alegría, desilusión, y
melancolía en los países que directamente participan de la máxima cita orbital
del fútbol asociado. Esta vez la efervescencia colombiana se ha sentido como
nunca antes; la fiebre amarilla ha contaminado desde el recién parido hasta el
anciano postrado; lo importante es identificarse con el fervor patrio. Existen
motivos suficientes para que hoy esta masa de 47 millones de compatriotas vibre
de pasión.
A
diferencia de otras naciones que a su
estilo reciben y festejan sus triunfos, en Colombia, el jolgorio altera la
bilirrubina hasta el extremo de volver insostenible una simple celebración.
Aunque suene paradójico, en las principales ciudades tuvo que imponerse la ley
seca con el objeto de evitar disturbios y afectaciones físicas entre los mismos
fiesteros. Ahora ya no son los hooligans los temibles del fútbol sino los
feroces criollos, que con desadaptadas actitudes ponen a temblar a toda una
institucionalidad.
Lastimosamente,
gracias al cruce interracial entre saqueadores españoles e indígenas ubicados
en este cantón norte de suramérica, hoy la sangre nacional tiene que compartir
impulsos negativos provenientes de genes segregados por la incursión monárquica
de aquel entonces, produciendo efímeros arrebatos que en ocasiones terminan en
hechos delincuenciales, en algunas circunstancias anteponiendo hasta la vida.
Nuestro
folclorismo ha llegado a un nivel exorbitante. Cada día del calendario se
conmemora una fiesta, ya sea religiosa, cultural o social, pero es fiesta.
Siempre habrá motivo para celebrar o pretexto para relajarse. Este es nuestro
folclore, el que nos marca la historia y conlleva varias veces a decisiones
equivocadas, que al final, afectan el desarrollo socioeconómico de las masas.
El
gobierno nacional viene preocupado por los altos índices de accidentes y
víctimas a causa de las alocadas celebraciones, que sin ningún escrúpulo van en
aumento. La decisión en algunas capitales de implementar la ley seca, deja
entrever el grado de desasimilación de efectos efímeros que producen daños
irreversibles en los involucrados. En pleno siglo 21 y aun no se sabe aceptar
definiciones en la medida del tiempo, pasajeras; por el contrario, se
convierten en hechos de arrepentimiento y desazón.
Las
últimas estadísticas arrojan una leve mejoría en cuanto al comportamiento
folclórico de los alegres colombianos; sin embargo, la preocupación persiste,
más cuando se tiene claro que el próximo encuentro entre la tricolor y Uruguay,
es trascendental para la historia del deporte rey.
Por
la misma importancia del compromiso, desde ya se prevé que si no se tiene un
buen plan de contingencia, y dependiendo del resultado que posiblemente será
positivo, podría presentarse un caos sin precedentes.
La
calentura del fútbol ha contagiado al planeta entero, en la mayoría de naciones
se festeja como se debe, con fanatismo pero con mucha responsabilidad; algo que
en nuestra tierra no sucede. Desde ya las multitudes se preparan para una
fiesta nunca antes vivida. Estoy seguro que la famosa ley seca no dará abasto,
y será el folclorismo quien finalmente determine en la razón de la psiquis
colombiana. Rogar que el fanatismo desenfrenado no arrase con la normalidad.
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