Por Iván Antonio Jurado Cortés
No
hay duda que Colombia es un país de contrastes en lo cultural, social y
político, hecho que conlleva a un folclorismo regional, pensado en la diversidad
popular. Es un Estado de potencial inmensurable de riqueza humana y geográfica,
reflejado en costumbres ancladas en el pensamiento de cada colombiano. Hace
poco se dijo que la tierra del ‘Corazón de Jesús’ era la más feliz (folclórica)
del mundo, título para nada desconocido, al contrario, en eso estamos
totalmente de acuerdo.
Los
medios de comunicación han jugado un papel determinante en las decisiones
ciudadanas respecto a actitudes efímeras pero que en nuestro coloquio se
entienden y asimilan como definitivas, con el riesgo de que en un minuto
dañemos nuestro propio futuro.
Por
supuesto que por el nivel de importancia, las miradas de millones de personas
en el mundo entero estarán fijas al movimiento del balón, o mejor dicho del ‘cuero’,
de lógico que 32 selecciones son protagonistas y tienen la inmensa
responsabilidad de dejar en alto los intereses patrios de su procedencia. Sin
embargo, más del 50% del fanatismo futbolero proviene de la animación
tecnológica, mimetizada en constantes transmisiones que emiten los medios
informativos.
Indudablemente
los efectos de un simple ‘cuero’ llenan de adrenalina a fanáticos desenfrenados
y de paso contagian a desprevenidos, para escuchar y bailar una música que no
les corresponde, olvidándose de la realidad cotidiana hasta el punto de actuar
y decidir irresponsablemente.
Estamos
aportas de unas elecciones presidenciales, acto que después del siete de agosto
marcará la pauta de cuatro años de gobierno, aunque se sabe que no habrá
cambios estructurales en la manera de gobernar, existe una mínima diferencia en
cuanto a la interpretación de lo que es conflicto armado y sus consecuencias.
El
folclorismo nacional está pintado. Ahora con el cuento del mundial de fútbol,
decisiones trascendentales para el futuro de la patria pasan a segundo plano,
caso concreto, la elección presidencial, salpicada por chuzadas, narcodólares y
cruce de palabras de alto calibre. Obviamente que si se piensa que las próximas contiendas electorales serán
decisivas para un cambio estatal, es descabellado, ya que es una propuesta única
con la diferencia solo de los personajes. Prácticamente no hay de donde
escoger.
A
pocas horas para el pitazo inicial y el pergamino ruede en canchas brasileras,
los colombianos ya celebran las jugadas, con la ilusión como siempre de ser
campeones, alterando el producto neurótico y confundiéndose entre lo irreal y
la existencia.
El
fanatismo futbolero enceguece y ensordece a millones de compatriotas, quienes
trasladados a una órbita extraterrestre actúan sin preocupación alguna. Razones
existen las suficientes para que hoy millones de electores desconozcan la
importancia de practicar este mecanismo democrático: corrupción, clientelismo y
mafia, han socavado lo más profundo de la credibilidad ciudadana.
Cada
nación celebra a su estilo sus triunfos o derrotas, Colombia, dentro de su
acostumbrado ‘olimpismo’ marca la diferencia. Desde ya se habla que la tricolor
se quedará con la copa mundo, desconociendo completamente la realidad
deportiva.
De
igual modo sucede con las actuaciones políticas, mientras la opinión nacional
se embelesa en un efímero paseo futbolero, candidatos y capitalistas en tierra
firme se pelean por la mejor oportunidad de poder. Es deshonesta la manera como
en el afán de lograr este propósito político, se aprovechen de inermes
ciudadanos.
Futbol,
ciclismo y elecciones presidenciales, combinación endemoniada que marcan por
estos días el palpitar de corazones, que finalmente disfrutan y deciden por una
razón que en el cerebro no alcanza. El sentimentalismo patrio se sobrepone a la
producción mental.
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