Por Iván Antonio Jurado Cortés
En el extremo suroccidental de Colombia se encuentra una población, testigo del desfile progresista que ha tenido el resto del país, al tiempo se opaca ante la impotencia inmarcesible, donde sucumbe la intención y compagina con la ilusión de cada día dar menos y perder más.
No es justo que esta región con todas las condiciones ideales para engendrar progreso y desarrollo, permitir que el óxido del salitre y la corrosión de la corrupción exterminen con elsueño de un pueblo humilde y trabajador.
San Andrés de Tumaco, cariñosamente conocida como la “Perla del Pacífico”, hermosa y prometedora tierra, guarda en sus adentros lo más sutil de la bonanza que enalteció y floreció hacia los años 20 al 35 del siglo pasado. Esta silenciosa isla, hoy es testimonio vivo de los azotes que en su exigencia de derecho ha solicitado la madre naturaleza, terremotos y maremotos son parte de la gran prueba natural que el destino le ha deparado a “Tumatai” (tierra del hombre bueno), ni qué decir de los históricos incendios intentando esfumar la memoria del alma tumaqueña, sin embargo, supo sobreponerse.
Para nadie es un secreto de las bondades de la tierra tumaqueña, estratégicamente ubicada en zona de frontera marítima, fluvial y terrestre. Por su posición geográfica, siempre se ha considerado plataforma de conexión comercial con países latinoamericanos y asiáticos.
Actualmente la ensenada de Tumaco solo aparece en el mapa como lindero divisorio de dos países, más no representa esa verdadera potencialidad oculta tras las sombras de sus palmeras, claudicando con los desaforados rayos de sol, traspasando la piel morena de la incertidumbre y la progresiva desesperanza.
Los isleños, son nostalgia de los hermosos tiempos de cuando rústicos pies transmitían al cuerpo la calidez de sus arenas, recordándoles siempre el prodigio de esta tierra. Pero más embarga la melancolía de haber sido un pueblo sumergido en la valentía que comandado por don Juan Bautista Vallejo y el ex esclavo Vicente De La Cruz, incitaron a la primera insurrección comunera, imponiendo el grito de independencia mestiza americana, para terminar finalmente en pueblo independiente de la monarquía española por más de 386 días.
En el momento solo queda la historia, condenando paulatina e irónicamente a miles de compatriotas costeños a saborear el orgullo del pasado, y torturar a los descendientes de los ‘Tumapaes’.
El susurro del oleaje, los vientos del occidente y el tallado de sus manglares son bastiones de orgullo y cuna de su folclore, madre de deportistas, tierra de escritores y poetas, que con su romántica y delicada canción aún entretejen lo más sensible de la túnica verde de la prometedora esperanza.
Solo queda fortalecer el espíritu, pero el de la revolución social, con el objeto de engendrar anhelo de un mejor vivir. Este puerto con envidiable ubicación, obliga a la responsabilidad moral, social, cultural y económica a salvaguardar lo más preciado del ser humano, la dignidad.
No se debe actuar de tal manera que los antepasados revuelquen de impotencia en sus tumbas, por irresponsabilidad política, ambición desenfrenada de poder y la enquistada corrupción de pícaros convencidos ser los dueños de lo ajeno, tristemente bajo la indulgencia de insensibles espectadores mal agradecidos de la tierra que los parió. Inaceptable que la‘Perla del Pacífico’ se transforme en cloaca de Nariño y Colombia.
Que sea el patriótico dolor e indignación quien conlleve a las nuevas generaciones a la transformación política, con equidad y justicia social, igual que lo hicieren los honorables antepasados, baluartes y orgullo tumaqueño.
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