Por Iván Antonio Jurado Cortés
Hace
unos días finalizó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en
Colombia, los resultados no se alejan de la cruda realidad, al contrario, cada vez
ratifica la complacencia del pueblo de sentirse maltratado por un régimen, efectivo
en ocultar el inconformismo e impotencia ciudadana, que teniendo la fórmula
perfecta para revelarse contra la opresión neoliberal y elitista, no lo hace,
solo se mantiene en posición inerme e ilusionaría.
La
elección de Oscar Iván Zuluaga y Juan Manuel Santos para la segunda vuelta, simplemente
refleja la bondad enceguecida de millones de compatriotas que añoran una mejor
Colombia, solo que sus esperanzas las depositan estrictamente en el cambio de
actitud de estos ‘personajes’ que han sido idénticos al momento de gobernar.
Es
tan decantado el procedimiento para alcanzar la primera magistratura del Estado,
que prácticamente desde hace más de 150 años no se brinda el espacio para la
diversificación gubernamental, son las mismas familias que se han mantenido a
través del tiempo gracias a sus curtidas argucias.
Problemas
endémicos en salud, educación, empleo e inversión social, son los que cada
cuatro años se remojan, aprovechándose los políticos para embaucar a las
comunidades, reiterando la repetidera de que esta vez las cosas mejoraran,
insistiendo siempre en el cambio. Todos coinciden en expresar las fallas de
gobierno, pero con el apoyo rotundo de sus electores, los problemas esta vez se
solucionaran. Paros, marchas, desanimo ciudadano y toda clase se
comportamientos de rechazo a las políticas estatales, son los que durante los
cuatro años se visibilizan, solo que al momento de ratificar el disgusto a
través del voto, no se hace- se confirma que todo está en orden.
Hoy
la población electorera está a la expectativa de lo que sucederá el próximo 15
de junio, cuando finalmente se determine quién continuará con las riendas del
neoliberalismo. Lastimosamente el pueblo ha labrado su propio destino, antes de
semejante acontecimiento, ya se sabe que habrá mermelada y falsos positivos
para rato. Todo el inconformismo social de tantos años maltrechos se reduce a
una simple decisión, la de mal utilizar un mecanismo constitucional como el
voto para convertirse en verdugo de su propio pueblo.
Prácticamente
las cartas están echadas, y el futuro de esta convulsionada nación
completamente incierto. Vuelve hacer de las suyas el acostumbrado folclorismo,
ese que es producto de un alegre corazón, adormecedor de la mente y
trastornador de la razón. Mañana el arrepentimiento será tardío, vendrán las
quejaderas y el inevitable ‘dios mío’.
Ahora
se cumple el trajinado refrán muy bien aplicado en los juegos de azar: ‘la
calavera es ñata por donde se le mire’; dos opciones políticas que en nada
aportaran a resolver los problemas de fondo. Las alternativas de elección para
los colombianos han quedado reducidas al clientelismo y farsa populista.
Al
trasto se fueron las ideas del verdadero cambio; la esperanza de renovación
patriota desfallece en medio de la incertidumbre y masoquismo popular.
Con
un abstencionismo del 60%, se concluye que el desánimo electoral toco fondo,
una diezmada ciudadanía decidirá por una mayoría ausente de la realidad humana.
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