Por Iván Antonio Jurado Cortés
Un
tire y afloje que a la mayoría de bogotanos y al resto de colombianos les sabe
vinagre, ha sido la persecución de la oligarquía a uno de los políticos más
destacados que ha parido la nación del ‘Corazón de Jesús’. Gustavo Petro
Urrego, alcalde electo por la mayoría de capitalinos, desde finales del año
pasado viene actuando bajo la presión avasalladora e inquisidora de un grupo de
poderosos que aún creen que Bogotá es
propiedad privada.
No
es raro que la persona encargada de cargar la capota para asaltar la buena fe
del burgomaestre fuera heredero de una de las familias sectarias como los Gómez
Martínez, descendiente de los Gómez Hurtado, quienes desde distintos frentes de
la política se han mantenido defendiendo una posición retrógrada, que en nada
favorece el bienestar social, por el contrario, persisten en catapultar un
estatus en pedigrí y honra ‘chapetona’.
Los
sendos debates que originó en el seno del congreso, donde muchos de los
implicados han terminado en la cárcel, hoy, varios de estos sentenciados le han
pasado la cuenta de cobro, bajo la parada inerme de un régimen gubernamental
que respira con oxígeno prestado. Tristemente la dignidad de buen político ha
sido pisoteada y puesta en ridículo por las mafias del dinero fácil, esas que
sistemáticamente fueron auspiciadas por los gobiernos de turno.
Pero
no solo estos ‘personajes’ se sacian con el feroz ataque de la oligarquía
contra el programa de ‘Bogotá Humana’, sus redes delincuenciales enquistadas de
muchísimos años atrás, son las que disfrutan a plenitud el aparente
derrocamiento de un sistema gubernamental que le ha dado un cambio social a la
población de la capital de Colombia. Sus programas sociales han sido
trascendentales para reivindicar la manera de gobernar con justicia social; las
estadísticas hablan por si solas.
A
este calvario que afronta la administración bogotana, se le suma la permanente
desinformación de varios medios de comunicación, cuyo formato diseñado para la
producción indiscriminada de dinero, es el instrumento efectivo para atentar
irresponsablemente contra el sistema neurótico de desprevenidos e ingenuos. La
ética de algunos periodistas ha tocado fondo, tomándose el caso Petro tan a
pecho que de comunicadores han pasado a jueces y fiscales.
Desafortunadamente
a la leguleyada ‘cachaca’ le salió el muerto al camino, nunca se imaginó el
‘inquisidor mayor’ que su prepotencia fuera en algún momento saboteada por
otros fueros. Aunque el desgaste es evidente para los dos bandos, esto no
implica someter una propuesta justa
a
manos de unos ‘neonazis criollos’, que insisten en manifestar que la sangre de
los bogotanos es de dos colores, la azul para los amos y la roja de los
plebeyos.
Hoy
los ‘dueños de Bogotá’ intentan sacudirse la casaca, ahogándose en su propia
improvisación y orgullo. Lentamente y con pie firme, el terror de los corruptos
avanza, pronto llegará la luz, esa que se necesita para iluminar el
entendimiento de incrédulos. El triunfo llegará. El proceso del alcalde mayor
de Bogotá rompió las esferas locales y trascendió a nivel internacional.
Este
caso de arbitraria destitución se convirtió en vector perfecto para concentrar
la mirada de la justicia internacional, que hoy deja aún más débil el sistema
judicial nacional. Es una farsa que se cae por su propio peso, y los acusadores
pasarán al banquillo como acusados.
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