lunes, 12 de mayo de 2014

‘Los dueños’ de Bogotá

Por Iván Antonio Jurado Cortés



Un tire y afloje que a la mayoría de bogotanos y al resto de colombianos les sabe vinagre, ha sido la persecución de la oligarquía a uno de los políticos más destacados que ha parido la nación del ‘Corazón de Jesús’. Gustavo Petro Urrego, alcalde electo por la mayoría de capitalinos, desde finales del año pasado viene actuando bajo la presión avasalladora e inquisidora de un grupo de poderosos  que aún creen que Bogotá es propiedad privada.

No es raro que la persona encargada de cargar la capota para asaltar la buena fe del burgomaestre fuera heredero de una de las familias sectarias como los Gómez Martínez, descendiente de los Gómez Hurtado, quienes desde distintos frentes de la política se han mantenido defendiendo una posición retrógrada, que en nada favorece el bienestar social, por el contrario, persisten en catapultar un estatus en pedigrí y honra ‘chapetona’.

Obviamente que este torerillo no actúa solo, lo hace en complicidad de una corte de secuaces que tras el olor burocrático e intereses megacapitalistas están al acecho de los milimétricos movimientos que ocasiona el ejecutivo; más cuando un hombre como Petro- ha lastimado cayos a poderosos políticos que pavoneaban ser los reyes de la transparencia y honestidad nacional.

Los sendos debates que originó en el seno del congreso, donde muchos de los implicados han terminado en la cárcel, hoy, varios de estos sentenciados le han pasado la cuenta de cobro, bajo la parada inerme de un régimen gubernamental que respira con oxígeno prestado. Tristemente la dignidad de buen político ha sido pisoteada y puesta en ridículo por las mafias del dinero fácil, esas que sistemáticamente fueron auspiciadas por los gobiernos de turno.

Pero no solo estos ‘personajes’ se sacian con el feroz ataque de la oligarquía contra el programa de ‘Bogotá Humana’, sus redes delincuenciales enquistadas de muchísimos años atrás, son las que disfrutan a plenitud el aparente derrocamiento de un sistema gubernamental que le ha dado un cambio social a la población de la capital de Colombia. Sus programas sociales han sido trascendentales para reivindicar la manera de gobernar con justicia social; las estadísticas hablan por si solas.

A este calvario que afronta la administración bogotana, se le suma la permanente desinformación de varios medios de comunicación, cuyo formato diseñado para la producción indiscriminada de dinero, es el instrumento efectivo para atentar irresponsablemente contra el sistema neurótico de desprevenidos e ingenuos. La ética de algunos periodistas ha tocado fondo, tomándose el caso Petro tan a pecho que de comunicadores han pasado a jueces y fiscales.

Desafortunadamente a la leguleyada ‘cachaca’ le salió el muerto al camino, nunca se imaginó el ‘inquisidor mayor’ que su prepotencia fuera en algún momento saboteada por otros fueros. Aunque el desgaste es evidente para los dos bandos, esto no implica someter una propuesta justa
a manos de unos ‘neonazis criollos’, que insisten en manifestar que la sangre de los bogotanos es de dos colores, la azul para los amos y la roja de los plebeyos.

Hoy los ‘dueños de Bogotá’ intentan sacudirse la casaca, ahogándose en su propia improvisación y orgullo. Lentamente y con pie firme, el terror de los corruptos avanza, pronto llegará la luz, esa que se necesita para iluminar el entendimiento de incrédulos. El triunfo llegará. El proceso del alcalde mayor de Bogotá rompió las esferas locales y trascendió a nivel internacional.


Este caso de arbitraria destitución se convirtió en vector perfecto para concentrar la mirada de la justicia internacional, que hoy deja aún más débil el sistema judicial nacional. Es una farsa que se cae por su propio peso, y los acusadores pasarán al banquillo como acusados.

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