Por Iván Antonio Jurado Cortés
Actualmente
en el mundo existen diferentes régimes políticos para gobernar a la humanidad,
se menciona al partido único o asamblea popular, parlamentario,
parlamentario-monárquico y presidencialista; este último habilitado en Colombia
desde el gobierno del libertador Simón Bolívar.
Al
Estado colombiano lo conforman tres ramas, ejecutiva, legislativa y judicial; la
primera con funciones especiales que prácticamente influye en las decisiones de
los otros poderes. Nuestra Constitución Política Nacional a pesar de ser extraída
de la estructura gubernamental de Estados Unidos, es muy diversa; prestándose para
el amparo de leyes que conllevan al retroceso de la sociedad y la función
pública.
Desafortunadamente
en nuestro país esta actividad, que a propósito se tipifica como delito, se ha
convertido en sana costumbre. En el momento es común escuchar frases como: “Amigo! Me imagino que ya tiene todos los
papeles en regla, ahora lo llevo donde el congresista tal… para que el doc.
hable con el director o el gerente de la entidad, y de esta manera lo ubiquen y
empiece a camellar…”.
Las preguntas
caen por su propio peso, ¿cuál será la autonomía que tienen las entidades o
dichas personas cuando se las nombra para dirigir o administrar? ¿Porque carajo
se tiene que rendirle pleitesía a un sinvergüenza congresista o candidato para
que dé la venia y proseguir en la aspiración laboral? ¿Será que tienen acciones
en dichas instituciones? En fin,… todo se ha convertido en una mafia para
beneficiar intereses de poder netamente particulares.
Pero
el problema se concentra más en la clase legislativa, son ellos quienes tienen
“el sartén por el mango”, determinando por los destinos laborales de muchísimos
colombianos, que aún abrigan la inocente esperanza de ingresar a una entidad
oficial sin ningún “palancaso”. La consecuencia de esta diligencia
clientelista, egoísta y mafiosa se refleja en las malas gerencias o administraciones;
conllevando al detrimento del erario estatal, deterioro de la sociedad y cimentación
de actitudes mediocres y sin retorno.
Con
lo anterior simplemente se concluye que en el país del ‘Corazón de Jesús’, “el que tiene padrino se bautiza”; y los
que no, continuaran esperando y confiando que los verdaderos padrinos sean las
mismas cualidades intelectuales y/o empíricas, articuladas con la voluntad de
prestar un buen servicio.
Cada
vez la desconfianza del constituyente primario aumenta en contra de los
procederes políticos de sus dirigentes; hecho que pone en duda la gestión y
buenas acciones de contadas personas inmersas en la vida pública. Las leyes son
flexibles y quienes las dirigen mucho más, permitiendo que los aspirantes a
reelegirse y elegirse, alimenten permanentemente la mafia clientelista y de
poder.
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