Por Iván Antonio Jurado Cortés
Una de las complejidades que interviene en la
vida del ser humano es el entendimiento de la mente, en este orden, la fe de un
individuo es el pensamiento enclavado profundamente en la psiquis, permitiendo
identificarse y definirse como tal, refrendando una huella mental ante sus
semejantes. La fe es la fuerza de convicción de una persona en pro de afianzar
o lograr un objetivo ya sea espiritual, laboral, medicinal, en fin, cualquier
acción que se sobreponga a la normalidad.
La fe es el sentimiento especial producto de
la función cerebral, exclusivamente personal. El pensamiento del hombre es
indescifrable y lo seguirá siendo a través del tiempo, no se toca ni se mira,
solo lo siente quien lo porta. La fe significa seguridad o aseveración de que
algo se dará. Esta figura inmaterial va de la mano del pensamiento individual, inevitable
en la toma de decisiones.
El mundo occidental a diferencia de las
creencias orientales, cada vez experimenta nuevas organizaciones en torno a la
fe; desafortunadamente muchas de las mal llamadas iglesias simplemente son ‘clubes
espirituales’ con estructura financiera definida, utilizando como pantomima una
divinidad, realmente creada y sentida en la mente del inocente creyente, más no
en quienes la dirigen, ya que es su instrumento de trabajo.
La población latinoamericana en un 90% es de
tendencia cristiana, representada en diferentes agrupaciones o iglesias unidas
en la ‘fe de Jesucristo’. Solo que esta devoción en muchas ocasiones es
extirpada gracias a la habilidad de ciertos personajes de actitud sombría que
dedican su vida descifrando formulas técnicas, psicológicas y espirituales para
explotar el pensamiento de los demás, entre ellos pastores, guías espirituales,
sacerdotes y otros, que le apuestan a la trascendencia de la vida después de la
muerte. En Colombia existen decenas de congregaciones, todas concluyen en manifestar
bienestar espiritual y social.
La espiritualidad es un principio sagrado que
cada individuo posee, necesario para la integridad del humano; no significando
que la persona deba estar forzada al subyugamiento de manías inescrupulosas
dirigidas por “pícaros”, que solo buscan aprovecharse del principio de la buena
fe, para saciar sus ambiciones y concretar aspiraciones religiosas perturbando millones
de mentes, alineándolas alrededor de un cántico celestial y un beneficio
espiritual para disfrutarlo en el ‘más allá’, sin importar el sentir y la
necesidad del cuerpo mortal.
Caso concreto lo ocurrido meses atrás con el
pastor cristiano Álvaro Gámez Torres miembro de la “Iglesia Salem”, quien dejó
al descubierto el sadismo y la maldad de cientos de guías, pastores y sacerdotes
que por miles de años se han camuflado bajo una sotana o una envestidura
impecable, para hacer alarde de perfección, honestidad, humildad y servicio a
los más necesitados.
Pero la gota que rebosó la copa fue el
escandaloso comportamiento de una de las dueñas de la sociedad ‘Iglesia de Dios
Ministerial’, María Luisa Piraquive, quien inescrupulosamente manifestó
desavenencia por sus filiales con limitancia física, argumentando que Dios prohíbe
predicar la palabra a personas con alguna discapacidad corporal.
Con esto queda demostrado que este tipo de
sociedades eclesiásticas o mejor llamadas ‘clubes espirituales’ no son más que sectas
netamente financistas, amparadas en la bondad e ingenuidad de miles de
creyentes.
Varios estudios concluyen que más del 50% de
las personas dedicadas al servicio ‘divino’, están enmarcados en la dinámica de
ambición personal, deseos manifiestos y saciedad por gustos ostentosos.
Hoy en día estos ‘clubes espirituales’ se
tornan como agrupaciones selectas, dando a entender que para pertenecer a este
gremio necesariamente hay que cumplir con algunos requisitos, como posición
socio-económica y por supuesto académica. El interés es monetario y de alguna
manera político.
En conclusión, los negocios exitosos están en
restaurantes y congregaciones eclesiásticas, debido que se han vuelto
indispensables en la alimentación corporal y del alma.
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