Por Iván Antonio Jurado Cortés
Después
de afrontar y celebrar la época más especial y costosa del año, viene el
desenguayabe y con esto el arrepentimiento por los desmedidos gastos y en
algunas ocasiones las ofensas o compromisos adquiridos en medio del alcohol o
la alegría de la rumba. Ni que decir en Nariño, Putumayo y sur del Cauca,
cuando a esta hora apenas se sacuden las cabezas para expulsar el polvo y la
carioca de las festividades carnavalescas.
De
todas maneras empezar un año nuevo o mejor dicho un año calendario es difícil,
más cuando no se tiene una oportunidad laboral asegurada. En Colombia el
desempleo cada vez se agudiza, llevando a una permanente inestabilidad
económica y por ende emocional.
La
peor desdicha es celebrar un fin de año y despertarse con la incertidumbre de
qué pasará con el ‘contratico laboral’, si lo renovaran o definitivamente el
jefe amanecerá enguayabado y ya no necesitará más el servicio, porque en medio
de los encuentros festivos y de amistades encontró la ‘persona ideal’ para el
reemplazo. En fin, son tan altos los riesgos de quedarse desempleado, que la
verdad sea dicha, es una situación compleja de manejar, y finalmente todo queda
en mano de ‘Dios’ o mejor dicho en el lapicero del patrono.
El
sistema de gobierno neoliberal y capitalista nacional ha frenado las
aspiraciones de millones de compatriotas que se esmeran en superar la línea marginal;
su política disociadora y desequilibrada ha limitado el desarrollo social,
perjudicando profundamente el entusiasmo popular respecto al poder adquisitivo.
Sin
embargo, folclóricas investigaciones son
contradictorias a otras cuyos resultados reflejan la realidad social de la ‘tierra
del Corazón de Jesús’. Con semejantes problemas que atornillan la inequidad,
hoy se pregona que Colombia es el país ‘más feliz del mundo’, algo irrespetuoso
a la dignidad humana.
El
refrán ‘Año nuevo vida nueva’, solo es una elocuencia mental del nacional que
encaja perfectamente con el título otorgado a esta patria colombiana, el ‘País
más feliz del mundo’, esto según el Barómetro Global de Felicidad y Esperanza,
que reveló el Centro Nacional de Consultoría, donde Colombia sigue siendo el
país más feliz del mundo en 2013, con un índice neto de felicidad de 84 por
ciento por encima del promedio mundial de 48 por ciento. Lo que no se sabe si
esta felicidad es sinónimo de risa o del sentimiento expresivo de estar bien.
La
investigación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las
Naciones Unidas, Cepal, expresa que el índice de desempleo se mantiene en dos
dígitos, contrario a lo proyectado por el DANE, también reveló que durante el
año 2013 hubo un menor incremento de los salarios de la población, cifras que
permiten mirar con preocupación la debilidad en el momento de generar
posibilidades laborales estables que permitan a los colombianos aterrizar sus
ilusiones y emprender un camino rumbo a un desarrollo sostenible.
No
se puede hablar de felicidad si no se han cubierto las necesidades básicas
insatisfechas que a propósito sobrepasa el 48%, por lo tanto estas expresiones
amarillitas solo contribuyen a fortalecer un vano espejismo causante de la
miopía política popular.
El
año nuevo necesariamente es un paso que se debe asimilar, obviamente con los
mejores deseos para cada uno de los celebradores. Estamos iniciando el 2014,
que por naturalidad viene adornado de prosperidad y expectativa para toda la
sociedad. Lastimosamente el despertar de año nuevo se saborea vinagroso, porque
más del 45% de la población total abre los ojos en medio de la incertidumbre.
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