Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Una de las cualidades que tenemos los colombianos y
al mismo tiempo se convierte en envidia para otras culturas foráneas, es el
buen sentido del humor y la inagotable paciencia. Esto ha conllevado a que la
mayoría de connacionales confunda la paciencia por sumisión, originando una
actitud de resignación ante toda forma contraproducente para el ser humano. La
resignación ha hecho que la impotencia se impregne en el sentimiento racional
de la comunidad colombiana.
Gran parte de los protagonistas de la vida pública y
contiendas electorales, se han caracterizado por su habilidad y los mensajes
que transmiten al pueblo. Desde que yo tengo uso de razón, he venido escuchando
un sin número de frases halagadoras, simpáticas y de gran reflexión, que solo
con leerlas muchos compatriotas terminan convencidos que la solución a tanto
inconveniente ha llegado… Y lo irónico del caso, es que muchas de estas se
repiten campaña tras campaña o en cada gobierno, sin embargo varios incautos
las defienden aduciendo que son nuevas.
Prácticamente
desde 1990 es cuando sale a la luz pública lemas tan conmovedores y célebres:
“Apertura Económica”, “Plan Colombia”, “Seguridad Democrática” y ahora “Prosperidad
Para Todos”, coloquiales títulos que permearon la sensibilidad de millones de
corazones colombianos, y sin mediar razón transmitieron dichas sensaciones hasta
la masa cerebral para concluir en actitudes movidas por el impulso y fanatismo,
producto de ilusiones ópticas que solo benefician casi siempre a pícaros,
embusteros, oligarcas y capitalistas salvajes, que guiados por sendas
estadísticas montadas sobre andamios irreales, son convencidos de mostrar esfuerzo
por salvaguardar el bienestar de la mayoría poblacional.
Alguno
de estos típicos personajes que gobernó a Colombia por largo periodo, gracias a
la ingenuidad y amnesismo propio de este pueblo, impuso el dicho de los ‘huevitos de la seguridad democrática’,
que no era más que los pilares de su gobierno: seguridad democrática,
cohesión social y confianza inversionista, nombres ‘huevones’, o mejor dicho así se llamaron los ‘tres huevitos’.
Al
inicio todo era perfecto, por lo menos para los que creían que llegaba la hora
del cambio y transformación estatal. Un acento pegajoso, adornado de constantes
actos populistas, fue suficiente para hacer soñar a vulnerables comunidades que
urgían solución a tantos problemas de índole estructural.
“Los famosos huevitos”, seleccionados en una de las mejores fincas de
Antioquia, posteriormente trasladados a Bogotá con toda la delicadeza para que
algún día pudieran terminar su ciclo de incubación, nunca eclosionaron, se ‘enhueraron’,
mejor dicho se pudrieron, invadiendo de fétido aroma a todo el entorno.
Es un olor demasiado desconcertante hasta el punto
que al pueblo no le ha quedado más opción de volcarse a las calles a
contrarrestarlo con aerosoles naturales, para tratar de despejar un ambiente
completamente contaminado por el hedor de estos huevos descompuestos.
Estos famosos huevitos, de color azulado-rojizo,
pecositos y de gran tamaño, fueron los que cautivaron a millares de ciudadanos,
conllevándolos a tomar determinaciones equivocadas contra su propia dignidad y
bienestar; pagando un precio demasiado alto.
Hoy, estos huevos putrefactos se rompieron e
invadieron completamente todos los sectores de la producción nacional; unos más
afectados que otros. Lecheros, paperos, arroceros, cafeteros, pequeños mineros,
cerealeros, cacaoteros, cocoteros, ente otros, han sido cubiertos con este
toxico gas que de no controlarse, sería el colapso de la producción.
Medidas
controvertidas como las vías de hecho, resistencia civil y otro tipo de
acciones, empiezan a demostrar que pueden tener eco ante tanta negligencia y
olvido gubernamental.
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