Por:
Iván Antonio Jurado Cortés
Durante
todo el mes de junio, en las diferentes regiones del país, cada jurisdicción
municipal destina una fecha para conmemorar y reconocer la ardua labor que
permanentemente desarrollan millones de ciudadanas y ciudadanos en los campos
colombianos.
Desde
siempre, estas celebraciones, además de los discursos adornados y folclóricos
de los mandatarios locales o regionales, también se combinan con la expresión
más sencilla que emiten estos humildes labradores. Ellos en medio de la
adversidad, siempre son atentos y cuentan con toda la disponibilidad para
demostrar su humildad y calidad humana, sin resabios ni apatía, caso contrario
a los citadinos, trastornados estructuralmente.
Desafortunadamente la palabra “campesino” se ha
venido interpretando equivocadamente en el argot popular del colombiano,
incluso son las mismas autoridades gubernamentales las que se han encargado en
muchas oportunidades de menospreciar a los compatriotas que viven y laboran en
los campos nacionales.
El solo hecho de provenir directamente de los
indígenas es razón suficiente para que se conserve la vocación rural; sin
embargo, los más de quinientos años desde que se produjo la mezcla racial y
cambio de actitud en la descendencia amerindia, han permitido el olvido de las costumbres
ancestrales.
En la actualidad, el sector campesino es el más
estigmatizado, siendo responsable el Estado y sus gobiernos. En pleno siglo veintiuno
no se puede entender como en la distribución de los recursos del Sistema
General de Participaciones SGP, la inversión agropecuaria es la cenicienta, así
como cultura, recreación y deporte… obviamente que la explicación sale a la
vista: una política miope, zafada de la realidad, que en nada favorece los
intereses de esta parte de la población, aunque minoritaria, pero vital para el
sostenimiento alimentario y equilibrio socioeconómico.
Lejos de las expectativas engendradas en esas
mentes sanas, secundadas solo por la malicia indígena, hoy estos gobiernos
neoliberales, toda su energía la han encaminado a un exterminio sistemático que
sutilmente taladra un imaginario, que
millones de campesinos han soñado como
es un campo productivo, fortalecido institucionalmente. Lástima, que esta esperanza de reverdecimiento agrario
cada vez se marchita, y no es para menos.
Con la entrada en vigencia de los famosos tratados
de libre comercio, el sector agropecuario colombiano tiene sus días contados, a
pesar que las promesas gubernamentales son alentadoras y futuristas, nadie cree
que con la arcaica infraestructura productiva instalada y la actual política
agraria, se pueda competir con importadores por más inofensivos que parezcan.
Los pobres ‘campesinos sin campo’, tendrán que consolarse
con huevitos chilenos, leche holandesa, pollo y cereales gringos, papa
canadiense y textiles coreanos… mejor dicho: “¿Quién podrá salvarnos?”, ni
pensar que será el Chapulín Colorado… ojala los acuerdos de la Habana algún día
se materialicen tal cual se conciben; sería la única salida…
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