lunes, 8 de julio de 2013

CAMPESINO SIN CAMPO

Por: Iván Antonio Jurado Cortés

Durante todo el mes de junio, en las diferentes regiones del país, cada jurisdicción municipal destina una fecha para conmemorar y reconocer la ardua labor que permanentemente desarrollan millones de ciudadanas y ciudadanos en los campos colombianos.

Desde siempre, estas celebraciones, además de los discursos adornados y folclóricos de los mandatarios locales o regionales, también se combinan con la expresión más sencilla que emiten estos humildes labradores. Ellos en medio de la adversidad, siempre son atentos y cuentan con toda la disponibilidad para demostrar su humildad y calidad humana, sin resabios ni apatía, caso contrario a los citadinos, trastornados estructuralmente.

Se calcula que el 35% de la población del país aún se  ubica en área rural con proyección a disminuir, siendo vital este porcentaje para la sostenibilidad alimentaria; lástima que la actual tendencia política vaya en contravía de las reales necesidades del agrario nacional. De los treinta y dos departamentos de la jurisdicción colombiana, Nariño es uno de las más rurales, llegando hasta un 65% de personas residentes en suelo campesino, manifestándose la importancia regional que emana esta posición.

Desafortunadamente la palabra “campesino” se ha venido interpretando equivocadamente en el argot popular del colombiano, incluso son las mismas autoridades gubernamentales las que se han encargado en muchas oportunidades de menospreciar a los compatriotas que viven y laboran en los campos nacionales.

El solo hecho de provenir directamente de los indígenas es razón suficiente para que se conserve la vocación rural; sin embargo, los más de quinientos años desde que se produjo la mezcla racial y cambio de actitud en la descendencia amerindia, han permitido el olvido de las costumbres ancestrales.

En la actualidad, el sector campesino es el más estigmatizado, siendo responsable el Estado y sus gobiernos. En pleno siglo veintiuno no se puede entender como en la distribución de los recursos del Sistema General de Participaciones SGP, la inversión agropecuaria es la cenicienta, así como cultura, recreación y deporte… obviamente que la explicación sale a la vista: una política miope, zafada de la realidad, que en nada favorece los intereses de esta parte de la población, aunque minoritaria, pero vital para el sostenimiento alimentario y equilibrio socioeconómico.

Lejos de las expectativas engendradas en esas mentes sanas, secundadas solo por la malicia indígena, hoy estos gobiernos neoliberales, toda su energía la han encaminado a un exterminio sistemático que sutilmente taladra un imaginario,  que millones de campesinos han soñado como  es un campo productivo, fortalecido institucionalmente. Lástima,  que esta esperanza de reverdecimiento agrario cada vez se marchita, y no es para menos.

Con la entrada en vigencia de los famosos tratados de libre comercio, el sector agropecuario colombiano tiene sus días contados, a pesar que las promesas gubernamentales son alentadoras y futuristas, nadie cree que con la arcaica infraestructura productiva instalada y la actual política agraria, se pueda competir con importadores por más inofensivos que parezcan.


Los pobres ‘campesinos sin campo’, tendrán que consolarse con huevitos chilenos, leche holandesa, pollo y cereales gringos, papa canadiense y textiles coreanos… mejor dicho: “¿Quién podrá salvarnos?”, ni pensar que será el Chapulín Colorado… ojala los acuerdos de la Habana algún día se materialicen tal cual se conciben; sería la única salida…

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