Por:
Iván Antonio Jurado Cortés
Uno
de los temas trascendentales que se discuten en la Habana, Cuba, en el marco
del proceso de paz que adelanta el gobierno nacional con el grupo subversivo de
las Farc –E.P, es el de la tenencia y
debida explotación de la tierra dentro de una justa política agropecuaria,
mortificante para un selecto grupo de colombianos que evitan hablar del asunto;
otro tanto, hacen fuerza interna y encojen hasta el ‘ojete’ pensando que en
algún momento una decisión favorable al pueblo afecte sus macro intereses. ‘Es
un toma y dame de individualismos’, que un escenario politizado como el
colombiano es una verdadera proeza lograr resultados equilibrados socialmente.
Los
largos y desgastados procesos políticos y sociales a medida que avanzan en el tiempo,
generan condiciones que al final desculturizan a la sociedad y convierten una
mala acción en un estigma conformista, que indudablemente perjudican sistemáticamente a los vulnerables
de pensamiento. Las marchas que se han efectuado a favor de fortalecer este
proceso de paz, son en si la respuesta a suplir una inmensa necesidad que por
décadas la masa popular ha afrontado, y que hoy, no quiere postergar esta gran
oportunidad de conseguir un mundo más equilibrado y participativo.
Pero
mientras por un lado se habla del álgido tema de la tierra, tratando de
encontrar una salida negociada a un conflicto que tiene como argumento la lucha
de clases y poder, por el otro, a pasos agigantados, el gobierno Santos y
empresarios de este país agitan sus locomotoras con el fin
de acomodar en el mundo globalizado sus intereses y productos, que en la
mayoría son resultado de una explotación indiscriminada de la clase obrera y
agraria.
Pasado
un año de entrado en vigencia el Tratado de Libre Comercio con el país del
norte, hoy la incertidumbre es mayor en el agro nacional. Cada vez aumenta el
porcentaje de fincas arruinadas, campesinos huyendo a las ciudades por la
crisis y endurecimiento de las facilidades crediticias. A esto, sumado la miope
política agraria que atormenta y acrecienta la desbandada rural.
El
departamento de Nariño no es la excepción, más cuando históricamente ha sido la
‘cenicienta’ del agro colombiano; hoy, esta región sureña empieza a sentir la
rigurosidad de la crisis agropecuaria: trigueros, paperos, paneleros,
cacaoteros, lecheros, avicultores, en fin, todos los sectores de la producción
lamentan el ‘latigazo’ de la indiferencia del gobierno nacional. Es preocupante
la situación actual de Nariño, sabiendo que es una región netamente rural,
donde el 80% depende directamente de la producción agropecuaria.
Y
como si esta fuera poco, ahora con la famosa ‘Alianza Pacífico’, que se ha
convenido entre algunos países aliados de Estados Unidos, donde Colombia
también interviene de manera irresponsable, aumenta el riesgo de exterminar la
estabilidad campesina. La amenaza es latente para departamentos incipientes en
industrialización, entre ellos: Nariño, Cauca, Chocó, Caquetá, Huila, Putumayo,
para hablar de los vecinos de la región sur y centro. Así como están las cosas,
estas regiones serán las más afectadas por la aguda crisis que arremete sin
consideración, hasta el punto de ponerlas en estado inviables.
Es
por esta razón que los diálogos encaminados a lograr la paz con la guerrilla
tienen tanta importancia, al tiempo que ajenos a este propósito la emprenden en
buscar ‘zancadilla’ para obstaculizar el proceso. Por primera vez, estos
llamados de acercamiento entre gobierno y rebeldes, tocan el tema más complejo,
causante significativo de la crónica guerra civil que Colombia lidia desde hace
seis décadas: la tierra y su manejo; al final de todo, es la estructura de la
meta a alcanzar.
Entre
dicho y dicho, se escucha: “en tiempo de crisis, salen las mejores soluciones”,
creo que este refrán popular no está lejos de aplicarse en el país del ‘Corazón
de Jesús’. La crisis social y campesina se ha transformado en una bomba de
tiempo, que va lanza en ristre contra un sistema estatal anclado sobre las
dolencias de la clase popular, y administrado solo por la élite y oligarquía
criolla. Es una crisis que agudiza y amenaza seriamente el esquema neoliberal
de gobierno… La esencia de los diálogos
en la Habana es la tierra y sus funciones agropecuarias con sostenibilidad
rural.
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