Por: Iván Antonio Jurado Cortés
En sentido estricto, la democracia es una forma de
organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta,
que confieren legitimidad a sus representantes. En sentido amplio, democracia es una
forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las
relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales.
Colombia
desde hace más de 60 años enfrenta una degradante guerra, dejando a su paso
miles de muertos, lesionados, huérfanos, viudas, y junto a esto los
sistemáticos desplazamientos forzados. Ha sido un proceso tormentoso que ha
afectado a todos los connacionales, a unos en mayor proporción que otros; sin
embargo, toda la población colombiana ha sufrido la barbarie de la guerra.
Vendedores
ambulantes, cómicos de semáforos, mendigos, sicarios, narcotráfico, en fin,
muchos de los subproductos del conflicto armado en un país convulsionado, son
los que al final de cuentas inciden en el atraso de la sociedad. Nuestra
patria, marcada con la sangre de próceres que dieron su vida en algún momento
de la historia con el único propósito de zafarse el yugo de la opresión
española, hoy, sus ideales de seguro que están martirizados por la
desarticulación de la población colombiana. Sus legados han sido olvidados y en
algunos momentos pisoteados por verdugos revestidos de egoísmo y autoritarios,
que dicen ser los dirigentes del pueblo, pero que en realidad simplemente son la
desazón de la gobernabilidad.
En
Latinoamérica han existido países con profundos problemas de gobernabilidad que
han terminado en violentas guerras, pero en la mayoría de casos tanto los
gobiernos como la misma ciudadanía han puesto todo su empeño para entender y
buscar solución a estos desordenes sociales. Colombia, una región prodigiosa
por naturaleza, al igual que contados países de medio oriente y áfrica, sigue
lidiando con un endémico conflicto, que no ha podido superarse, y todo por el
egoísmo y escasa voluntad gubernamental, inconsciencia de algunos ciudadanos y
la terquedad de quienes persisten en continuar ‘quemando mecha’ sin saber a
quien apuntar.
Obviamente
que un verdadero proceso de paz, equivale al entendimiento compartido,
concertación de ideas y consolidación de propuestas armoniosas y proyectadas a
mejorar las condiciones de vida de millones de personas. Para nadie es un
secreto que la causa de la violencia en Colombia se deriva fundamentalmente en
la falta de oportunidades, referidas en política agraria, nacionalización de
las entidades sociales, preservación de la cultura y ambiente, implementación
de políticas incluyentes, atención por los más vulnerables, entre otros
causales que originan abuso y estigmatización de clases.
Se
han hecho varios intentos para llegar a una salida negociada de la guerra
interna, quedando en infructuosas acciones, siempre fracasando por no precisar
en propuestas estructuradas que conlleven al bienestar del pueblo. No tendría
éxito un proceso de paz, sino se discuten a profundidad temas que son de
impacto e incidencia del desarrollo comunitario. Lógicamente que también debe
existir disponibilidad administrativa, política, económica, cultural y social.
La
agenda que actualmente se debate en La Habana, Cuba, además de los temas
priorizados, recoge experiencias vividas y que en procesos anteriores no se
tuvieron en cuenta. Si nos preguntamos quien debe ceder en esta oportunidad, creo
que ante todo está la disponibilidad y convicción negociadora de las partes.
Ante
este hecho histórico que vive el país, se hace vital la participación directa
de la comunidad, representada en líderes sociales, gremiales, sindicales,
ambientales y culturales; sus posiciones fortalecerían y comprometerían aún más
a los negociadores para continuar en búsqueda de la paz política.
Enemigos
de la paz y que dizque ‘grandes dirigentes’, solo son unos fascistas y
embaucadores, explotadores de la confianza y dignidad humana. La paz es una
responsabilidad donde todo colombiano debe aportar y no denigrar.
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