Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Existe un dicho
popular: ‘la ocasión hace al ladrón’, dando a entender que personas honestas en
algún momento pueden ser tentadas por el deseo de apropiarse de lo ajeno. En el
momento de aceptar tan peculiar refrán, Colombia no sale bien librada, por el
contrario, es el país donde preocupantemente ha aumentado la tendencia de
apropiarse de lo ajeno, especialmente del patrimonio público. Si comparamos
nuestra nación con otras de Latinoamérica, concluimos que después de Haití, el
país del “Corazón de Jesús” brilla por competencia de hamponería.
Hoy en día la
modernidad ha filtrado todas las esferas de la sociedad mundial, y Colombia no
es la excepción, todo como resultado del modelo gubernamental capitalista
implementado en gran parte de los países del globo. Las consecuencias no se han
hecho esperar: países en quiebra, pueblos deprimidos con futuro
desesperanzador, emigraciones por doquier, alteración de la dinámica humana y
por supuesto un desmedido afán por protegerse económicamente. Lo anterior se
deduce en una descomposición social, perjudicando enormemente el comportamiento
racional de la persona.
Si lo miramos
desde el punto de vista individual, el índice de hurto callejero ocupa una
posición privilegiada en la sociedad colombiana, ni que decir de las acciones
utilizadas para la apropiación de lo privado: homicidios, violaciones,
lesiones, presiones y desplazamiento. Pero lo que realmente colapsa a la
dignidad y personalidad civil es la hamponería disfrazada se servidora pública.
Es alarmante como
cada vez aumenta el porcentaje en casos de ladronicio estatal. Colombia hoy por
hoy es el foco de los mayores desfalcos en todos los niveles de la
administración pública. Así como se han puesto las cosas con temas tan sonados:
zonas francas en Bogotá, carrusel de la contratación, Dirección Nacional de
Estupefacientes, Congreso de la República, entre otros son suficientes para la
adquisición del ‘cetro y corona’ de la hamponería profesional.
La corrupción ha
campeado toda la vida republicana. Pero ella ha sido más ostensible desde la
segunda mitad de siglo hasta ahora, cuando está en niveles exorbitantes y a
punto de volverse cultura ciudadana. Miremos datos
aportados por algunas publicaciones: La criminalidad de la corrupción es mucho
más grave que la de la delincuencia común. ”El estudio más reciente sobre la
criminalidad en Colombia indica que mientras la tasa de crimen ha crecido en
promedio anual 37,7%, lo que se describe como actos de empleados públicos
aumentó por encima del 164,1%. En otras palabras, los hampones son los que
tienen la fortuna de trabajar, pero que se olvidan de los principios éticos y
ciudadanos.
Como se analiza,
es precisamente la corrupción la que está destruyendo al país y no las
guerrillas o grupos organizados como cacofónicamente grita la mafia
gubernamental y sus áulicos en todos sus niveles. Se pierden según la
Contraloría general más de 40 billones por este flagelo, con cerca de 70 mil
personas investigadas (Procuraduría general).
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