lunes, 27 de febrero de 2012

“UNA HISTORIA RICA EN MEDIO DE LA POBREZA”

Por: Iván Antonio Jurado Cortés

Desde tiempos inmemorables, la minería ha jugado un papel importante dentro de las actividades que el hombre ha desempeñado. No cabe duda que la tierra es uno de los planetas más completos que hasta el momento existe dentro de la denominada ‘Vía Láctea’. El continente americano, al igual que el africano se han caracterizado por ser cantera de un sin número de minerales, entre ellos los considerados “metales preciosos”. Es para todos de pleno conocimiento que América del sur es una de las regiones del orbe donde mayor cantidad de oro ha podido existir, claro está, antes del gran saqueo que se hiciere por parte de europeos disfrazados de exploradores.
Los asentamientos indígenas de lo que hoy se conoce como Latinoamérica, tuvieron un común denominador que fue la utilización del oro, no como fuente de comercio, sino como muestra de poder espiritual, social y político. El oro para ellos siempre se consideró un adorno sin valor comercial, pero si sinónimo de jerarquía y nobleza. Lastimosamente, con la llegada particularmente de españoles y portugueses, los grandes depósitos del metal dorado empezaron a desvanecerse y a trasladarse a fuertes, custodiados por dichos personajes que desde su inicio le asignaron valor comercial. Hoy, la historia manifiesta los invaluables trabajos artísticos que estas comunidades aborígenes exponían con metales codiciados por el resto de la humanidad (oro, diamante, plata); eran excelentes orfebres con una industria metalurgia técnicamente desarrollada.
A la par con Aztecas, Mayas e Incas, en Colombia también existieron culturas expertas en trabajos mineros y orfebrería, como la Tayrona y Chibcha. Sin embargo todo cambio en la época hispánica; posteriormente con la colonia y hoy en día con la famosa ‘globalización’ que no es más que una absurda manera  de sustraer lo poco que queda en cuanto a recursos naturales, específicamente minerales como oro, plata y petróleo.
La política neoliberal impuesta en base a unas directrices internacionales coordinadas por la banca mundial, solo conlleva a ultrajar la dignidad ancestral de los verdaderos dueños de esta hermosa tierra. Es inconcebible entender que la única manera de explotar técnicamente una mina es a través de grandes empresas o popularmente conocidas como ‘multinacionales’; expropiando de paso a los centinelas de territorios ricos en medio de la pobreza humana. No se tiene un cálculo exacto pero se dice que fueron miles de toneladas las que los piratas hurtaron de América en todo el tiempo del expansionismo del imperio español.
Hoy, la historia se repite en cuanto a la sustracción y tráfico de metales costosos, como oro, plata, diamante, entre otros, pero no con los ‘mal olientes’ españoles, hambrientos de poder conquistador; sino, por organizaciones empresariales dotadas de tecnología y capital, destinadas a imponer su santa voluntad por encima de la soberanía y autonomía de los pueblos herederos de las comarcas indígenas, y todo con la venia de algunos capitalistas criollos con envestidura gubernamental.
En Colombia, la destrucción de montañas enteras, contaminación de fuentes hídricas, desplazamientos forzados, desequilibrio ambiental y lo más doloroso, el sutil sometimiento de miles de ciudadanos, son hechos que empezaron a hacer historia desde el gobierno de Andrés Pastrana Arango; posteriormente se incrementó con el famoso “Código Minero”, con lo que prácticamente se declaró la extinción paulatina de todos los mineros tradicionales o artesanales que han existido en muchos rincones del país.
Para nadie es un secreto que de continuar con esta normatividad minera que en nada favorece los intereses de los pequeños o medianos mineros, se terminará matando la esperanza laboral de millones de familias que tienen en la minería su único medio de subsistencia. Las exigencias por parte de las autoridades competentes son demasiadamente extremas, diseñadas para inmensos montajes industriales anclados con millones de dólares, que ningún colombiano nunca los tendrá. Las famosas regalías de estas “multinacionales” que no son más que unas limosnas si las comparamos con el daño causado a la biodiversidad y la ganancia anual, se han convertido en un sofisma distractor para que algunos incautos se conviertan en verdugos de sus propios territorios.
Necesariamente se hace urgente la modificación de la normatividad minera, con el objeto de hacerles participes a los orgullosamente mineros criollos. Se espera que para los próximos días se legisle en concurrencia con los afectados, con el propósito de generar participación y conocer de primera mano las dificultades padecidas por estos baluartes de manos callosas, forjadores de patria y generadores de empleo campesino. No se puede continuar hablando de riqueza en medio de una pobre ley.

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