Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Han tenido que pasar estos acontecimientos, para que la comunidad nariñense y el país en pleno fijen la mirada a una de las regiones más olvidadas y vulnerables del suroccidente de Nariño, que en las últimas décadas se ha convertido en el epicentro de la corrupción administrativa, aposento de la delincuencia y rampa de pobres diablos que aspiran ser protagonistas en los diferentes escenarios de la vida pública, empresarial y económica. Estos oportunistas han mirado en la manglareña isla una egoísta solución para apalancar su intenso apetito capitalista y de poder a costa de lo que fuese.
San Andrés de Tumaco cariñosamente es conocida como la “Perla del Pacífico”, hermosa y prometedora tierra que guarda en sus adentros lo más sutil de la bonanza que enalteció y floreció hacia los años 20 al 40 del siglo pasado; más en los cincuenta empezó a ser visitada progresivamente por forasteros de las diferentes regiones de la patria, donde aproximadamente el cuarenta por ciento de los visitantes se quedaron anclados sobre las morenas arenas, gracias al buen vaticinio de aquella época que guardaba este embrujador territorio. Hay que reconocer que muchos de estos “inquilinos” se convirtieron en pujantes colaboradores para el desarrollo de la mencionada ensenada, sus proyectos de vida se acoplaron perfectamente a lo que deseaba la sana mentalidad costeña.
Esta silenciosa isla, hoy es testimonio vivo de los azotes que en su exigencia de derecho ha solicitado la madre naturaleza; los terremotos y maremotos son parte de la gran prueba natural que el destino le ha deparado a “Tumatai” (tierra del hombre bueno), ni qué decir de los históricos incendios que intentaron esfumar la memoria del alma tumaqueña y que sin embargo supo sobreponerse. Para nadie es un secreto de las bondades que goza esta región costera, estratégicamente ubicada en una zona de frontera marítima, fluvial y terrestre. Por su posición geográfica, siempre se la ha considerado como una plataforma de conexión comercial con otros países latinoamericanos y asiáticos. No obstante, en los últimos quince años se desbordó lo que para muchos se veía venir, y era que esta jurisdicción del pacífico nariñense se transformara en un “paraíso ilegal” de diferentes acciones perjudiciales para una sociedad en pie de desarrollo.
Hoy en día no se teme a la furia de la madre tierra, sino al cinismo, codicia y estupidez de los hombres que solo piensan en mostrar el poder político y económico a través de la utilización de métodos articulados a una cruda realidad de desaliento, desesperanza, abandono y miopía gubernamental. La intervención del Estado debe ser de carácter urgente, ágil y eficaz; permitiendo recobrar la confianza. No se puede continuar pensando que Tumaco solo necesita fuerza militar, por el contrario, llegó la hora de un serio replanteamiento de las directrices de gobierno, empezando con el análisis de problemáticas particulares como: alto nivel de desempleo (50% población activa), corrupción, fumigación indiscriminada, negligencia administrativa, entre otros que sumados, convierten a Tumaco en un campo de batalla.
Si alguien pregunta, pero quien es el culpable? La respuesta sobra: abandono estatal en todos sus niveles. La comunidad afectada tiene que jugar un papel protagónico en la toma de decisiones estratégicas sociales y políticas que conlleven a buscar un sendero de desarrollo integral, tal cual reza el refrán presidencial “Prosperidad para todos”. Valga el espacio para mencionar un dicho callejero: “el que se va para Quito pierde su banquito”. Que esta sea la oportunidad para la canalización de una verdadera proyección de gobernabilidad y de esta manera subsanar errores cometidos desde tiempo atrás, cuando pensaron que San Andrés de Tumaco solo era un fortín electoral, más no necesitaba de nada. Se ha tenido que llegar hasta estos extremos, para que las instituciones estatales, no estatales y población en general alcen a mirar a esta marginada tierra bañada en sangre, indiferencia e intolerancia.
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