Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Después de la India, Colombia es el segundo país cultivador y productor de panela y el primero en el mundo en consumo per cápita; hecho que se convierte en un gran potencial para la economía nacional. Irónicamente en nuestro país es uno de los sectores del agro más vulnerable e indefenso que existe, desafortunadamente por la aplicación de políticas no apropiadas que progresivamente han ido carcomiendo una de las fuentes más importantes generadora de empleo rural.
La caña panelera fue introducida en las primeras incursiones españolas al continente americano. Esta gramínea no sufrió traumatismo alguno por el cambio de lugar, debido que en la región oriental del planeta de donde es oriunda, especialmente de la India, las condiciones climatológicas son similares a la zona tropical del nuevo continente. Desde su entrada, esta planta se arraigó tanto a las labores culturales y ancestrales de los aborígenes, que pasado unos años ya se consideraba parte del inventario americano. Obviamente que entre los argumentos sólidos para su familiarización y apego a las labores agrícolas de aquel entonces, fue la facilidad para la extracción de jugo ya sea para alimentación humana o vegetal, así como su alto valor nutritivo.
Hoy, después de transcurrir cinco siglos, la explotación de caña panelera sigue siendo el renglón después del cafetero, la mejor opción para laborar en los campos, especialmente en las regiones andinas o valles del país; convirtiéndose la panela en una fuente alimenticia caracterizada por los altos contenidos de calorías y minerales aptos para organismos en formación y por supuesto en el desarrollo armónico de cualquier actividad psicomotriz.
Actualmente, en Colombia existen más de 17 mil trapiches o unidades de molienda distribuidos en catorce departamentos y aproximadamente trescientos municipios; la mayoría hacen parte de la Federación Nacional de Productores de Panela FEDEPANELA; gremio que agrupa a los pequeños y medianos procesadores de panela. Solo en el departamento del Cauca se encuentran relacionados más de tres mil trapiches; ni que decir del eje cafetero y Antioquia que son aún mayores el número de máquinas. Lastimosamente el 80% de estos centros de producción aún son de carácter artesanal, minifundistas y de orden familiar; inclusive alrededor del 15% son de tracción animal. No cabe duda, que lo anterior refleja perfectamente la ineficiencia en producir; pero más que eso, solo se concluye el abandono Estatal a través de políticas erradas y marginadoras en contra del cultivo y procesamiento de panela.
A diferencia del gremio cafetero, que ha sido un sector fuertemente apoyado por los gobiernos de turno y que en la actualidad cuenta con oficinas en Londres, EE.UU y otros países del mundo, con el sano propósito de promocionar y vender el producto; la producción de panela sigue estando en “pañales”, con una organización joven a nivel nacional, que se sostiene con recursos de la cuota del Fondo de Fomento Panelero y las migajas que se desvían del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, que en la práctica no son nada suficiente para proyectar al mejoramiento del renglón, empezando desde la renovación de cultivos, reconversión tecnológica de trapiches, mejoramiento de infraestructura y comercialización del producto final. Cumpliéndose lo anterior, ‘trabajar en panela’ dejaría de ser una explotación agrícola de subsistencia y se convertiría en una fuente de trabajo rentable.
Lastimosamente las políticas neoliberales del gobierno central, se han empecinado en bloquear la producción artesanal, emanando a través del Ministerio de la Protección Social la Resolución 779 de 2006, donde específicamente determina que los centros artesanales se deben transformar en término de cinco años en fábricas de producción; mandato que no ha podido ser efectivo, gracias a una política agraria miope de la realidad panelera. No se puede entender, como el gobierno exige cumplir con estas disposiciones legales, si no existe un plan de salvaguarda, como es una política condescendiente en subsidios, créditos y un real canal de comercialización a nivel internacional; en otras palabras no existen garantías para la producción y mercadeo, caso contrario a los cafeteros.
Y como si esto fuera poco; hace unos meses atrás caducó la anterior normatividad, motivo por el cual el Ministerio de la Protección Social emite una segunda Resolución, la 4121 del 16 de septiembre de 2011, donde aparentemente se flexibiliza la tortura de la 779; pero que en el fondo solo es una hábil finta al pequeño y mediano panelero. Prácticamente conlleva al mismo objetivo de restructuración y aniquilación de la producción artesanal, poniendo en vilo 350 mil puestos de trabajo directos, un millón indirectos y 25 millones de jornales al año.
Lo único cierto de todo este doloroso trago amargo de la panela, es que quienes laboran en ella, son la mayoría minifundistas y familias de escasos recursos económicos; que mientras no exista la voluntad política del gobierno central, regional y local, jamás se podría cumplir a cabalidad con las exigencias sanitarias que el INVIMA viene haciendo con este abandonado y estropeado sector de economía campesina. Sin desconocer que también sería la única manera de convertir en provechoso un producto que artesanalmente procesado, nunca tendría el valor deseado.
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