Por: Iván Antonio Jurado Cortés
La pobreza colombiana es una de las más extremas que aún existe en América latina; si la comparamos con otros países de habla hispana se concluye que nuestra nación está por encima del promedio general. No se puede permitir que el discurso demagógico de los gobiernos de turno sea combatir la pobreza, sin contar con argumentos estructurados que contengan estabilidad económica, social y cultural. La misma ciudadanía en cierto modo es responsable de los acontecimientos en contra de su dignidad, ya que ha contribuido a actitudes letárgicas de sus gobernantes, facilitándoles espacios que debieran ser para mostrar resultados efectivos.
Tremendo error el de pensar que una paz sostenible en el tiempo se la consigue con reprensión o por la fuerza. La paz simplemente es un producto que surge del proceso de concientización, trabajo, esfuerzo y compromiso que se haga entre instituciones y sociedad llámese campesina, citadina, elitista o pobre. Sin embargo, el factor número uno que se debe corregir es disminuir la pobreza al máximo, ya que “una persona con hambre nunca entenderá un discurso de paz disfrazado de paloma”. Ese cuentico solo queda para los que tienen solvencia económica o por lo menos viven decentemente.
Como podemos creer que la tranquilidad social reine en Colombia, sino aterrizamos en nuestra propia realidad. Antes de empezar el periodo de la seguridad democrática año 2002, el margen de pobreza oscilaba entre el 50 y 53%. Desde esa fecha hasta la actualidad, el porcentaje de pobreza ha llegado al 63%; corroborando con esto la inexistencia de una verdadera política social, donde el eje primordial sea la inclusión y fortalecimiento de los niveles más vulnerables de la sociedad colombiana. Con lo anterior queda claro que la distribución del ingreso per cápita ha empeorado drásticamente; reinando la injusticia gubernamental por doquier.
Me remito al importante trabajo presentado el anterior año por parte de la “Misión para el empalme de las series de empleo y desigualdad - Mesep”, organización integrada por prestigiosos académicos de la patria, donde los resultados son sorprendentes: de los 45 millones de habitantes, 20 millones están en la categoría de pobres; 8 millones se catalogan en indigencia. En otras palabras, más del 62% de la población nacional no vive dignamente, contrario a lo que rezan los derechos fundamentales del hombre y lo ampra nuestra Constitución Política. El panorama no es nada alentador, cuando escuchamos permanentemente que se pasó de la “seguridad democrática a la prosperidad democrática”, sabiendo en el momento que hay más pobres que hace diez años atrás y donde la indigencia sigue en aumento; prácticamente exponiendo al país con los indicadores sociales más deficientes de todo América Latina. Es una lástima que el DANE, entidad encargada de la estadística no informe cabalmente a la ciudadanía respecto a la situación socioeconómica del país, para de esta manera tomar los correctivos acordes a la necesidad.
Como se puede acabar con la violencia, sino tratamos el problema de raíz; en un Estado donde el 14% del gasto general se ocasiona con las fuerzas militares, tres veces más que lo realizado en educación. El gobierno y sus áulicos necesariamente se deben enfocar en proponer o proveer espacios propicios para el fortalecimiento de ideas encaminadas a solucionar el sólido argumento generador de violencia en más del 90% como es la pobreza. Estoy de acuerdo con uno de los fragmentos de un artículo de Juan Camilo Restrepo publicado en El Colombiano el año pasado, donde manifiesta que: “el país desperdició tristemente los años de las vacas gordas 2002 – 2007”, caracterizados por el alto crecimiento económico, mucha inversión nacional y extranjera, entre otros factores que pudieron contribuir directamente para hacer de la pobreza un problema menos grave. Jamás se terminará con la violencia, mientras persista la mirada miope de gobiernos preocupados solo por el crecimiento macro empresarial y bancario, olvidándose de la base popular que es el motor indispensable en la estabilidad social. La pobreza no se la combate con armas, ni con cifras maquilladas; sino con un planteamiento político responsable, correspondiente a la crisis del pueblo.
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