Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Iniciando la pasada semana, escuchábamos al presidente estadounidense Barack Obama pronunciarse ante los medios de comunicación de ese país, con un mensaje imperativo hacia el congreso ‘gringo’, solicitando enérgicamente la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Colombia. Acto aplaudido por un importante número de dignatarios de este ente legislativo, que prácticamente se traduce en una posible formalización de esta añeja gestión realizada por algunos representantes del país del “Corazón de Jesús” desde hace años atrás.
Hoy, cuando el pueblo colombiano pensaba que el ‘cuentico del TLC’ estaba mandado a recoger, nuevamente a tomado vigor llegando al punto de convertirse en una realidad que congratula el esfuerzo de los representantes del neoliberalismo criollo y empieza el calvario para millares de compatriotas que sobreviven del rebusque y la arcaica producción agropecuaria. Está comprobado según estudios técnicos realizados por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que el mencionado tratado comercial traerá efectos nocivos para la mayoría de ciudadanos colombianos. No puede ser benéfico para nuestra sociedad que las importaciones para el país aumenten en 43.20%, mientras que las exportaciones que son las que según este gobierno neoliberal generaran empleo y mejor calidad de vida, solo crezcan en 7.5%.
En ningún momento puede existir justicia social con un pueblo sumergido en impotencia frente a situaciones adversas que solo conllevan al deterioro del tejido humano, cuando serán más los productos que nos entrarán que las migajas en salir. Dentro de cualquier análisis técnico, social y económico que se realice frente a convenios comerciales internacionales, se debe tener en cuenta los siguientes parámetros: cuantificación de lo producido, costo de producción, valor agregado de los mismos y obviamente la calidad. Caso concreto con el arroz, carne, productos de semillas oleaginosas y lácteos, entre otros, todos actualmente se producen en Colombia y prácticamente son el soporte de la economía agropecuaria. Lastimosamente son los anteriores producidos los que se importarían en mayor cantidad, provocando directamente desorden en la cadena nacional y conllevando a la ruina de estos sectores. Aunque el 60% de la población reside en las ciudades, el resto aun viven en los campos, siendo los afectados directos del próximo error que cometerá el gobierno Santos.
Solo el 30% de la infraestructura de producción se ha actualizado y estaría preparada para competir con calidad, cantidad y economía frente a las importaciones. El restante continua insuficiente, ya que hacen parte del minifundio nacional, donde la producción es limitada y enfocada al consumo interno. Ni que decir del mejoramiento de razas y semillas, adolecientes de investigación y optimización para una posible globalización mercantil.
A simple vista se percibe que el beneficio del famoso ‘TLC anglosajón’ solo se proyectará a los grandes oligarcas, empresarios e inversionistas, dotados de equipos, infraestructura y tecnología; ausente en los medianos y pequeños productores. Pero lo más alarmante de toda esta realidad, es el abandono Estatal a través de los ministerios y la banca nacional, donde sus políticas coyunturales en pro de fortalecer al sector productivo popular, en ningún momento están acordes a la imperativa necesidad de salvar o proteger esta mayoría de potenciales afectados. Es preocupante la actitud letárgica y el silencio sepulcral del Congreso de la República respecto al tema, donde realmente demuestran que poco o nada les interesa la tranquilidad y bienestar del pueblo-pueblo. Así como están las cosas, ni siquiera el “Chapulín Colorado” podrá salvarnos…
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