Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Cualquier trabajo que realice el ser humano demanda disciplina, responsabilidad y objetividad. Con estas tres características, una persona se la puede considerar dentro de la normalidad o en términos coloquiales “normal”. Aunque toda actividad física o mental necesita esfuerzo y energía para desarrollarla, existen unas que son más exigentes que otras; en este campo se considera la operatividad de los obreros, donde prácticamente son el primer eslabón de una cadena productiva.
En países industrializados o desarrollados, la actividad primaria del trabajo es combinada con las maquinas, ya sean en las cosechas o en las grandes factorías; sin embargo esto es relativamente beneficioso o perjudicial. Beneficia, por que el operario no gastara energía cargando pesos incómodos que causen fastidio por la fuerza empleada en la acción; pero también es perjudicial, aunque no es exigente en fuerza bruta para alzar o cargar productos, es imponente en la dinámica y tiempo de coordinación entre maquina y hombre. Prácticamente las actuaciones del obrero son calculadas y dirigidas acorde a los movimientos mecánicos; conllevando a un esfuerzo disimulado, pero supremamente desgastante.
Del mismo modo, en países subdesarrollados o mal llamados en “vía de desarrollo”, el trabajo es bastante esclavizante, especialmente los relacionados con la producción agropecuaria. Lo lamentable de este pasaje, es que este tipo de actividad física es la que más maltrata al ser humano, contrario a esto es la menos pagada. Pero lo preocupante es que estas personas son las peor alimentadas, debido a sus ingresos que son mínimos y no compensan para una dieta alimenticia propicia a las calorías invertidas en el esfuerzo físico. Es paradójico y triste al mismo tiempo, un campesino que por lo general se ocupa de 10 a 12 horas en sus faenas laborales, con un desgaste de energía equivalente al cuádruple, de la que consume un humano en actividades, tales como oficinas, colegios, centros hospitales, transporte vehicular, almacenes, en fin… sea el que más trabaje y el que menos gane.
Y Colombia no es la excepción, ya que también hace parte del grupo anteriormente mencionado, con la diferencia que la agricultura se encuentra aún más abandonada comparada con sus vecinos, ya que hasta el momento no existe una política clara y efectiva para empezar a corregir la deficiencia producto de una escuálida legislación agraria; perjudicando de primera mano a toda la población rural. El trabajo desarrollado por un agricultor colombiano nunca será compensado económica y nutricionalmente por el Estado, ya que este sector de la economía nacional es desconocido por las políticas centralistas e imperativas producidas por la élite y oligarquía criolla; donde expresamente se estipula una dirección esclavizante, tendiente a exprimir al máximo a un ‘puñado’ de laboriosos campesinos nacidos para labrar la tierra y producir lo básico de la alimentación humana y animal.
Un Estado serio y correspondiente con la justicia social, necesariamente debería subsidiar a todas las personas que han tenido la dicha de nacer en los campos, que desde el vientre materno son estigmatizados como seres condenados solo a ‘sobrevivir’, más no se les garantiza la importancia acorde a ese ingente esfuerzo, a esa humildad y naturalidad como se entregan al trabajo permanente. Nunca nos olvidemos cuando observemos un ‘bulto’ de papa, café, trigo, zanahoria, cebolla; o un camión cisterna lleno de leche, miel, combustible, en fin… que eso simplemente es la voluntad de un hombre orgullosamente campesino de botas, sobrero y machete en el cinto, que envejece en su tierra esperando algún día al Gobierno Nacional se digne corresponder justamente con el primer eslabón de la productividad colombiana.
Aunque el 60% de la población es citadina, queda claro que el restante es fundamental en el desarrollo y fortalecimiento de la economía nacional. Lástima que la miopía política obstaculice la verdadera causa del orgullo patriota.
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