Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Colombia es un país muy diverso en todas sus facetas, empezando por la cultura, biodiversidad y condiciones climatológicas. Sin embargo, la minería también viene ocupando un campo importante dentro de los atributos que ofrece el país del ‘Corazón de Jesús’. Lastimosamente la manera como se lleva a cabo su explotación, deja mucho que desear, y más aún cuando se habla de grandes e intensivas explotaciones.
La minería, especialmente la aurífera, actualmente viene desarrollándose a ritmo acelerado en diferentes partes del país. Cabe anotar que el oro, desde antes de llegar los ‘saqueadores a América’ ya era un metal considerado de mucha importancia para los aborígenes; sin embargo se resalta y es la gran diferencia que existe con el mundo actual, empezando que en aquel entonces, el oro era de gran utilidad especialmente en los ritos espirituales y sagrados de las diferentes sociedades indígenas; era un distintivo de autoridad, más que de clase o poder económico; por lo tanto quien lo portaba solo lo hacía por dignidad del cargo, además del sentido ritual, ya que simplemente representaba el poder sobrenatural, por lo tanto no tenia precio.
Por esta razón, el objetivo específico de la invasión española al continente americano, no solo fue apoderarse de una nueva tierra, sino apropiarse de la riqueza aurífera y de plata que poseía en cantidades considerables este territorio. Desde la combinación racial entre indígenas y blancos europeos, el oro empieza a considerarse un metal precioso con valor comercial. Prácticamente se habla de más de quinientos años los que han pasado profundizando la importancia monetaria de uno de los metales más costosos encontrados en el globo terráqueo. En las últimas décadas, la producción de oro se ha convertido en el sueño de miles de personas, que ven en este trabajo su salvación, operando de manera clandestina, artesanal y minifundista; arriesgando hasta la vida y desconociendo la normatividad existente para ejecutar dicha actividad. Sin embargo, este hecho en ningún momento significa que exista una mejor calidad de vida para los dedicados a esta ardua y aventurera labor, más bien todo lo contrario, porque al fin, se convierte en una obsesión.
Cosa que no pasa con las explotaciones intensivas a gran escala que empezaron a desarrollarse a partir del gobierno de Ernesto Samper Pizano, aunque se inició con dificultad; para posteriormente formalizarse en la presidencia de Andrés Pastrana Arango, donde por primera vez se crea el famoso “Código Minero” arrojando hasta el momento resultados negativos para las regiones productoras, tal es el caso del sur de Bolívar; a esto sumado el elevado índice de violencia generado por el ‘boom’ del metal precioso.
Las recientes estadísticas demuestran que las explotaciones tecnificadas e intensivas de oro, más han conllevado al atraso y abandono que al desarrollo social y económico de sus pobladores. Se tienen datos concretos de países como Perú, Sudáfrica y Ghana, principales exportadores de oro a nivel mundial, que al contrario de estar mejor ubicados en el índice de NBI que nuestro país, están por debajo, con problemas más críticos. ‘El cuento del oro’ ahora solo es un mito para la muchedumbre y una realidad rentable para las multinacionales, socios internos y consumidores externos, que hacen parte de una blindada cadena de comercialización.
Los datos técnicos también muestran con claridad, que los países productores solo sirven de puente para facilitar el enriquecimiento de unos pocos explotadores, mejorando la cantidad en la ‘chequera’ y la calidad de vida; pero perjudicando a la mayoría, empezando con la contaminación ambiental, destrucción del ecosistema, violencia generalizada y empobrecimiento progresivo, sumado a una desesperanza sin retorno. Lo de las ‘sonadas regalías’ así como están diseñadas, nunca será suficiente para contrarrestar el nefasto daño ocasionado por las empresas ‘mutiladoras’ de la riqueza natural del país.
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