Por: Iván Antonio Jurado Cortés
A propósito de las elecciones populares que se avecinan en nuestro país, ya se sabe a ciencia cierta quienes son los candidatos oficiales que se han inscrito ante la Registraduría del Estado Civil con el fin de ser elegidos este 30 de octubre a las diferentes corporaciones públicas del orden local y regional. A diferencia con las anteriores elecciones, es que por primera vez y gracias a la reforma política que se ha empezado a aplicar en esta actividad, se habla de una participación porcentual de género, especialmente en las listas a concejo municipal y asamblea departamental. Esto no es más que decirlo claramente sobre la limitada participación que venía teniendo la mujer en todos los procesos electorales con fines políticos, y todo por el egoísmo y la cultura machista de los ‘varones’ de la política.
En el Acto legislativo N° 3 de la Asamblea Nacional Constituyente del 25 de agosto de 1954, se concede del derecho al voto al género femenino. Prácticamente ha transcurrido más de medio siglo desde cuando se aprobó este principio democrático en pro de sentar las bases de una verdadera participación y equidad de género; sin embargo, este es el momento donde nuevamente se tiene que recurrir a una reforma política, para refrendar lo que hace décadas atrás en el gobierno del ‘general’ Gustavo Rojas Pinilla ya se había permitido. Lastimosamente en este atropello a la igualdad de principios pluralistas, tienen mucho de responsabilidad la misma mujer, ya que siempre ha estado esperando que el hombre sea quien lidere iniciativas en beneficio del mal llamado sexo débil.
Las mujeres nunca debieron permitir que se volvieran comunes expresiones tan simples pero que al mismo tiempo han ido socavando y perturbando la real participación del género femenino en todos los devenires de la vida familiar y pública. Es curioso y denigrante que en pleno siglo veintiuno aún se conserven actitudes tales que afectan la personalidad feminista; es normal escuchar frases como estas: “el sexo débil”, “los hombres son los que tienen la obligación de trabajar para mantener el hogar”, “las mujeres deben dedicarse a la crianza de los hijos y a trabajos de bajo perfil”, éstas y muchas más, han conllevado progresivamente al fortalecimiento de un paradigma nocivo al género. Pero existen otras formas muy sutiles, que igual, conducen a engendrar debilidad permanente a quienes las escuchan: “a la mujer no se maltrata ni con el pétalo de una rosa”, aunque suena bonito al pronunciarla y en muchas ocasiones es bien recibida por parte de la ‘homenajeada’, esta frase también ha sido causa para aumentar el ego machista en los ‘caballeros’ y de paso fortalecer su actividad redentora.
Es verdad que existen labores que a las mujeres no les caen muy bien y pueden ser perjudiciales para la salud, especialmente en algunas etapas de su vida; sin embargo, esto no es limitante para reivindicar sus derechos a una indiscutible participación ecuánime de género. No es necesario salir a las calles a marchar en pro del derecho que deben tener las mujeres en todos los estamentos de la sociedad colombiana; suficiente con hacer efectivo el instrumento constitucional como es el voto. La población colombiana según datos de algunas entidades oficiales, está repartida en proporciones de 52% mujeres y 48% hombres; significando esto que si las mujeres fueran conscientes de las ventajas que tienen en la actualidad, no habría la necesidad de llegar a los extremos de esperar una Ley para que sus derechos de participación sean reconocidos.
Actualmente existen mujeres académicamente estructuradas, que tranquilamente podrían ocupar dignamente diferentes posiciones políticas dentro de nuestra sociedad; lástima que los votos provenientes del género femenino son los que más concurren a los intereses del género masculino, olvidando el compromiso que debe prevalecer para romper de una vez por todas con la limitante que siempre ha convivido en las mentes de este importante prototipo humano. Este proceso electoral que finalizará el próximo 30 de octubre, es la oportunidad perfecta para que el sexo fuerte acabe con el paradigma de la esclavitud machista y evitar que en los próximos diez años nuevamente se tenga que recurrir a otra reforma política con el fin de equilibrar su participación sociopolítica.
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