Por: Iván Antonio Jurado Cortés
En la realidad mundial que vivimos; cuando los países pobres y otros mal llamados en “vía de desarrollo” aumentan cada día, la madrugada del pasado viernes 29 de abril se encantó con un cuento de hadas, la famosa boda real; evento que se llevó a cabo en uno de los pocos países desarrollados del planeta.
El casamiento del príncipe William y la plebeya Kate. Ha sido todo un acto protocolario, con un costo por encima de los 80 mil millones de pesos colombianos, cifra inalcanzable para los plebeyos y lacayos del globo terráqueo, pero que sin embargo fue aprovechado por muchos pingüinos para zambullirse en una fiesta azul que no les pertenecía, y que estoy seguro siempre se sintieron incómodos. Entre ellos nuestro embajador y su familia, quienes también participaron de la boda más sonada del presente siglo. Obviamente nuestro representante hizo presencia en este histórico acto “cumpliendo con una obligación de Estado”, auspiciado con recursos que nosotros contribuimos a la patria a través de exagerados impuestos.
El casamiento del príncipe William y la plebeya Kate. Ha sido todo un acto protocolario, con un costo por encima de los 80 mil millones de pesos colombianos, cifra inalcanzable para los plebeyos y lacayos del globo terráqueo, pero que sin embargo fue aprovechado por muchos pingüinos para zambullirse en una fiesta azul que no les pertenecía, y que estoy seguro siempre se sintieron incómodos. Entre ellos nuestro embajador y su familia, quienes también participaron de la boda más sonada del presente siglo. Obviamente nuestro representante hizo presencia en este histórico acto “cumpliendo con una obligación de Estado”, auspiciado con recursos que nosotros contribuimos a la patria a través de exagerados impuestos.
Y como si esto fuera poco, también hubo que llevar regalo. Para esto, la República de Colombia a través de su representante legal hizo elaborar una artesanía en plata de alta calidad, todo con el fin de complacer a nuestra majestad el príncipe. Estaba completamente equivocado cuando pensaba que los famosos “reyes magos” desde lugares diferentes del mundo, eran los únicos que llevaron regalos a un rey que acababa de nacer; sin embargo, este es el momento que aún no salgo del asombro, cuando miro que esta historia se repite, pero no para alabar a un rey nacido sobre las pajas de un establo, sino para complacer los antojos del matrimonio de un monarca nacido en cuna de oro y con gustos extravagantes.
De todas maneras no todo es malo; ya era hora de deleitar nuestra mirada con una buena novela, que obligadamente a todos los colombianos nos pusieron a mirar desde las tres de la mañana. Me parece bien, salir de un reinado de miseria en la que nos encontramos y ponernos a soñar unas horas con las excentricidades y maravillas de la alta alcurnia y los famosos príncipes azules y sus cenicientas. Pero tranquilos amigos!,… nuevamente estamos despiertos; el embajador y familia ha vuelto a su lujosa residencia en uno de los mejores barrios de Londres; a quedado en alto el nombre de Colombia ante vuestra majestad la reina Isabel y su enquistada monarquía; y nosotros hacernos a la idea que estuvimos presentes en cuerpo y alma en la boda a la cual nuestros patrones tuvieron la gentileza de invitarnos. No nos queda más, después de terminar con los actos del protocolo real, seguir con nuestros 4.5 millones de damnificados por la ola invernal, tolerancia al aumento constante del precio de los combustibles, resignación ante el 25% de desempleo y finalmente complacer nuestros caprichos cineastas, observando las mejores películas en tiempo real: “Los Nule en Pent-house Prisión”; “Captura de peones agricultores por culpa de su patrón”, “Arresto de los miti miti de Bogotá”; entre otras películas de pura acción, terror y suspenso. Qué cosa caballero!
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