Por Iván Antonio Jurado
Cortés
Cuando algunos camioneros del país
tomaron la decisión de alzarse en paro a raíz de los seguidos incumplimientos y
toma del pelo por parte del gobierno nacional, para la mayoría de los
colombianos no pasaba más que un impulso de un sector de la sociedad que quería
aprovechar la coyuntura del paro agrario para sacar ‘tajada’, como popularmente
se habla, con la diferencia que esta vez los camioneros estaban hablando en
serio.
Los 36 días de cese de actividades han
lastimado los callos hasta del más desprevenido que nunca analiza el mundo en
que vive, y que ahora se preocupa porque el presupuesto familiar destinado al
transporte y alimentación, colapsó. El desabastecimiento se veía venir; hoy,
cuando en el país quedan reservas de tan solo un 30%, la población entra en
preocupación, mientras que el gobierno sigue dilatando la situación con el
argumento que en el pliego hay temas no negociables.
Cuando los grandes centros de acopio del
país desabastecen, es ahí cuando se intenta negociar; pero no se evalúa la
crisis en las familias de los conductores, productores y otros sectores
intermedios de la cadena transportadora. A simple vista se detecta la
discriminación entre vulnerables y acomodados. ‘La cruzada camionera’ ha tocado
los callos de la oligarquía, por lo que
los medios de comunicación empiezan a priorizar como noticia de primera plana,
lo que antes no hacían.
La verdad, es que el gremio
transportador no necesita bloquear vías para sentarse a hablar con el gobierno,
basta con acordar entre todos los afectados y ponen al país de rodillas.
Lastimosamente este sector está dividido; al inicio del paro no alcanzaban el
20% de los transportistas; en la actualidad y por la presión de los
comprometidos con la causa, el apoyo aunque sea condicionado para algunos a
aumentado, llegando aproximadamente al 70% de camioneros.
Con más de un mes en pie de lucha, el
desabastecimiento llegó a las grandes urbes, y es cuando la ‘masa’ aterriza y
empieza a comprender la gravedad de la parálisis camionera. Dentro de las
peticiones están los temas del flete y combustibles, entre otros puntos que
también son importantes para el desarrollo de este renglón de la producción.
Indudablemente, estos puntos son demasiado álgidos como para soluciones
inmediatas, más cuando el señor presidente no intenta plantear otras
alternativas sino la de insistir en una propuesta bastante desgastada y poco
creíble.
No hay que olvidar que el valor del
flete en Colombia es el segundo más costoso de Latinoamérica, hecho que ahonda
el problema; a esto sumado las deterioradas vías de primer orden, con unos
peajes injustificados no coherentes al estado de la infraestructura vial. La
paulatina chatarrización y debilitado
control en la importación de vehículos de carga, generó una sobre oferta que
hoy agrava más el asunto.
‘La unión hace la fuerza’, lema no tan
claro en el gremio transportador, permitiéndole al gobierno un juego favorable
a sus propósitos. La desinformación y falta de unificación conceptual en las
asociaciones transportistas y de carga, de alguna manera han aportado para una
postergación de soluciones efectivas. La indiferencia de otros sectores ligados
con el transporte pesado, es otro de los
factores incidentes en la aparente debilidad de los peticionarios.
El paro camionero ha entrado en un
estado donde retroceder casi es imposible, por la sencilla razón de que se
anularía toda aspiración de reclamo, quedando frente al gobierno y ante la
demás sociedad como unos caprichosos e irresponsables.
Lógicamente los dirigentes de estas
manifestaciones lo tienen claro, por lo que el panorama no es fácil para el
presidente de la República y su equipo negociador. Miramos como progresivamente
el país se paraliza, y la desesperación de los afectados empieza a florecer.
Hasta los más incrédulos entran en ansiedad. El paro sigue su marcha, y el
gobierno no le queda sino dejar la prepotencia y sentarse juiciosamente a
dialogar y buscar salidas conjuntas y sostenibles en el tiempo.
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