lunes, 28 de abril de 2014

INQUISIDORES DEL XXI

Por Iván Antonio Jurado Cortés

Mucho se ha hablado  de la ‘santa inquisición’, actividad que quebrantó el principio ideológico de millones de humanos, que bajo el estigma de la indagación y muerte sucumbieron ante la necedad e impertinencia de personajes, que se creyeron tener la autoridad moral para enjuiciar y condenar solo por naturales diferencias. Cuando todo parecía ser historia de un arcaico siglo, hoy este instinto asesino estratégicamente coge fuerza, disfrazado acciones neonazis o neoliberales.

Cuando se pensaba que con la Constitución Política nacional de 1991, el país entraría en un proceso de transformación sociopolítica en beneficio del pueblo, todo se quedó en simple expectativa, ya que después del primer lustro de aplicabilidad, ya se tenían decenas de ajustes jurídico-legales, todos en favor del sistema neoliberal que empezaba a arraigarse en el régimen gubernamental colombiano.

En el momento, esta trajinada carta magna lleva más de un centenar de retoques, convirtiendo a este marco constitucional en un comodín al servicio la elite.

Colombia es el país en el planeta que más leyes genera por unidad de tiempo, la mayoría producto de una serie de situaciones originadas de la cotidianidad ciudadana, enfocada en razón de cómo hacer una sociedad ordenada, mirándola desde un formato convencional e irreal de disciplina y comportamiento robotizado.

La mayoría de estados europeos, especialmente los del centro y nórdicos, todos se rigen por sólidas estructuras legislativas soportadas en base a la ética, justicia, legalidad, austeridad, eficiencia y efectividad al momento de tomar determinaciones con los ciudadanos. Incluso, sus constituciones políticas son englobadas bajo directrices de convivencia, responsabilidad y participación de todos los actores de la sociedad que protegen. Prácticamente son normas hechas de acuerdo a las exigencias populares, respetando su cultura e idiosincrasia.

Los últimos gobiernos neoliberales se han enfocado  en el fortalecimiento de las macroeconomías de la clase pudiente del país, debilitando progresivamente al pueblo hambriento de transformación, cada vez más distante. Los intereses políticos  se enmarcan bajo la línea exclusiva del Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, contribuyendo al deterioro del tejido social y violando los principios fundamentales de los vulnerables.

Los ocho años de Uribe Vélez y los cuatro de su sucesor, además de profundizar en una crisis política y social, se han caracterizado por elevar el nivel de impunidad e injusticia. Se viene practicando una inquisición psicológica y endémica, que taladra sutilmente el pensamiento de quienes obedecen las disciplinas impuestas desde el imperio del capital extranjero.

Hoy miramos que los sectores de la economía más fuerte del país son los que determinan los destinos de la mayoría de colombianos, conllevándolos por el sendero de la desigualdad, sumisión y atraso social.

El colmo de los inquisidores se ha reflejado en el afán por mantenerse en el poder a costa de lo que fuese, caso concreto, el señor Uribe Vélez, quien no dudó en conspirar para modificar la constitución y regalarse cuatro años más de poder gubernamental. Lo mismo piensa el actual ejecutivo, y de esta manera dicha modificación seguirá siendo el trasnocho de los próximos presidentes de la nación del ‘Corazón de Jesús’.


Por otro lado, un procurador cubierto por el manto ideológico de ‘pureza divina’, quien con sus acciones le ha enseñado a Colombia que la persona no creyente en su propuesta espiritual, necesariamente debe ser enviada al infierno, tal como lo expresó la congresista electa María Fernanda Cabal, que con su estúpida sapiencia, dijo que el infierno es el mejor lugar para el nobel Gabriel García Márquez, Fidel Castro y todos los ‘izquierdistas’, o mejor dicho las personas de pensamiento popular.

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