Por Iván Antonio Jurado Cortés
Según
la Real Academia Española, la ideología se define como una doctrina filosófica
centrada en el estudio del origen de las ideas. Conjunto de ideas fundamentales
que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un
movimiento cultural, religioso o político, etc. Con cualquiera de las
interpretaciones de los anteriores conceptos, se concluye que la ideología es
una posición definida sobre un asunto, donde sus características son diáfanas.
En el tema político, la posición ideológica marca el sendero, la visión y
misión.
Colombia
y otros países de Latinoamérica se parecen en sus estructuras constitucionales,
en el sentido de la permanente vulnerabilidad por cambios o ajustes, la mayoría
de acuerdo a conveniencias de turno; hecho que permite la debilidad
institucional y de paso incredibilidad ciudadana. No es extraño escuchar a
diario, reformas, decretos y todo tipo de normatividad sobre una ley, muchas
redundancias de la redundancia. Igual pasa con la normatividad de los partidos
políticos, siendo esta la más `folclórica’ por sus controversiales contenidos.
Prácticamente
se ha perdido la ideología político-electoral, convirtiéndose en un mercado
persa al momento de tomar determinaciones en cuanto al proselitismo se refiere.
Cada vez el descaro y afán por permanecer o lograr una curul legislativa,
administrativa o ejecutiva se hace más evidente, hasta el punto de perder el
sentido de la dignidad. Por esta época se observa una completa ‘promiscuidad’ ideológica,
demostrando superficialidad y contrariedad en los argumentos utilizados como
símbolo de campaña.
Se
entiende que la identificación política de cada partido o agrupación son sus
principios ideológicos, visión, misión y marco estatutario, y quienes hagan
parte de cada colectividad obligatoriamente deben ajustarse al régimen
partidista. Sin embargo, nada de estos lineamientos se toman en cuenta al
momento de sobreponer una aspiración electoral, incluso, ni con la creación de
la Ley 974 de 2005, más conocida como la ‘Ley de Bancadas’ que también
introdujo transformaciones estructurales en el sistema de partidos.
La
‘Ley de Bancadas’ establece que los miembros de las corporaciones públicas
elegidos por un mismo partido o movimiento político deben actuar en bancada,
esto es de forma coordinada y en conjunto. Las bancadas deben votar en bloque
los proyectos de acto legislativo, de ley, de ordenanza o de acuerdo que sean
debatidos al interior de las corporaciones públicas. Pero para la creatividad
colombiana nada de estos preceptivos ha servido para detener las ambiciones de
poder político-económico de la mayoría de constituidos.
Cada
vez la lucha por mantenerse o llegar a los escaños o cargos públicos pierde el
horizonte altruista, puede más el afán descomunal del posible elegido por lograr
su objetivo que la lealtad popular. Y es que la ‘promiscuidad’ electoral no
solo se presenta en los candidatos sino en gran parte del constituyente
primario, convirtiéndose en pieza fundamental y cómplice de la mafia electoral.
Hoy, no es raro mirar afiches de distintos partidos o movimientos políticos en
un mismo lugar; prácticamente es una miscelánea de colores y seudo-principios,
demostrando un desatino ideológico y una revoltura de pensamiento que solo se
interpreta como una vulgar ‘promiscuidad’ electoral propia de una sociedad sin
formación política.
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