lunes, 11 de noviembre de 2013

DEGRADACIÓN POLÍTICA


Por Iván Antonio Jurado Cortes

Cada vez los colombianos nos lamentamos más de nuestra propia desdicha, pero mucho más, de los políticos que gobiernan este potencial país; presidente, congresistas, aparato judicial y entes de control, son sinónimos de duda y en muchas ocasiones de incredulidad ciudadana. El flagelo de la corrupción administrativa y política azota sin compasión a este organigrama estatal. El clientelismo ha manchado el paradigma altruista y amenaza con lo que queda de estabilidad nacional.

A diario se escucha y se lee, los medios informativos nos recuerdan el desorden gubernamental, alimentando y de paso desobligando a millones de colombianos que se levantan de la cama con la ilusión de escuchar cosas novedosas y positivas. 

Desconcertante es escuchar frases populares manifestando que a este país ya nadie lo cambia; el síndrome maligno extractor de la dignidad y sana paz se ha filtrado en todos los estantes jerárquicos y burocráticos del Estado; sin embargo, la esperanza es lo único que se pierde, típica frase de la familia cuando afronta un gran problema, y que en este escenario también tiene asiento.

La ética, madre del buen comportamiento y sano proceder ha sido vulnerada, al extremo de que ser honesto es sinónimo de pendejo; la obligatoria cátedra institucionalizada en colegios y universidades se ha convertido en simple relleno, aplicándose sin ninguna objetividad.

Aunque a veces creamos que tener un comportamiento ejemplar es utópico, al tiempo nos damos cuenta que si es posible, y nos pasa cuando analizamos gobiernos de la Europa central y nórtica como Suiza, Noruega, Holanda u orientales: Japón y Coreas. Son ejemplos de ética, fundamental para el desempeño ciudadano.

Hoy, en promedio el 80% de los colombianos no creen en los poderes del Estado, concluyendo que el actual régimen no tiene futuro, y si se continúa insistiendo lo más seguro será un colapso social sin precedentes. Los últimos gobiernos neoliberales se han enfocado en exprimir la tranquilidad y potencialidad del ser humano; las políticas capitalistas son causantes para que la ética desfallezca y las mafias estatales avasallen y esclavicen a los vulnerables.

Puede sonar simple, pero Colombia es la finca de la oligarquía nacional; de donde se dirige e implementan las directrices administrativas, siendo los mayordomos (gobernadores y alcaldes) los que tengan la inmensa responsabilidad de hacer cumplir la voluntad del patrono.

La supuesta Constitución Nacional simplemente es un saludo a la bandera, utilizada para defender la posición seudodemocrática a nivel internacional y cumplir con un mandato de la organización mundial de los derechos humanos.

El país del ‘Corazón de Jesús’ vive hoy la peor degradación política de su historia; gobernantes convertidos en indudables malabaristas, inaplacables financistas y verdugos de su propia raza, que sin pudor quebrantan el pensamiento ideológico y masacran la esperanza de millones de connacionales. Aprobaciones legislativas y sanciones presidenciales en salud, justicia, fuero militar, minería, agro, ambiente, etc., son muestra del exclusivo interés financiero y opresión popular.

Las últimas manifestaciones sociales generadas a raíz de tanta infamia gubernamental son expresiones de total disgusto y rechazo al inmediato régimen, que trastoca permanentemente el sentimiento patriótico de los administrados.

Las leyes aprobadas son benévolas al interés capitalista y ofensivas al colectivo comunitario, conllevando a una degradación fatal del sistema político y social del país. Razón para que los derechos inalienables, imprescriptibles e inajenables, solo sean elegantes palabras técnicas redactadas estratégicamente para alimentar el ego constitucionalista, pero jamás se concretan. Está llegando la hora de un cambio estructural en la forma de gobernar: “el pueblo empieza a despertar y los verdugos a tambalear”.

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