Por Iván Antonio Jurado Cortes
Cada vez los
colombianos nos lamentamos más de nuestra propia desdicha, pero mucho más, de
los políticos que gobiernan este potencial país; presidente, congresistas,
aparato judicial y entes de control, son sinónimos de duda y en muchas
ocasiones de incredulidad ciudadana. El flagelo de la corrupción administrativa
y política azota sin compasión a este organigrama estatal. El clientelismo ha manchado
el paradigma altruista y amenaza con lo que queda de estabilidad nacional.
A diario se
escucha y se lee, los medios informativos nos recuerdan el desorden gubernamental,
alimentando y de paso desobligando a millones de colombianos que se levantan de
la cama con la ilusión de escuchar cosas novedosas y positivas.
La ética, madre
del buen comportamiento y sano proceder ha sido vulnerada, al extremo de que
ser honesto es sinónimo de pendejo; la obligatoria cátedra institucionalizada
en colegios y universidades se ha convertido en simple relleno, aplicándose sin
ninguna objetividad.
Aunque a veces
creamos que tener un comportamiento ejemplar es utópico, al tiempo nos damos
cuenta que si es posible, y nos pasa cuando analizamos gobiernos de la Europa
central y nórtica como Suiza, Noruega, Holanda u orientales: Japón y Coreas. Son
ejemplos de ética, fundamental para el desempeño ciudadano.
Hoy, en
promedio el 80% de los colombianos no creen en los poderes del Estado,
concluyendo que el actual régimen no tiene futuro, y si se continúa insistiendo
lo más seguro será un colapso social sin precedentes. Los últimos gobiernos
neoliberales se han enfocado en exprimir la tranquilidad y potencialidad del
ser humano; las políticas capitalistas son causantes para que la ética
desfallezca y las mafias estatales avasallen y esclavicen a los vulnerables.
Puede sonar
simple, pero Colombia es la finca de la oligarquía nacional; de donde se dirige
e implementan las directrices administrativas, siendo los mayordomos (gobernadores
y alcaldes) los que tengan la inmensa responsabilidad de hacer cumplir la
voluntad del patrono.
La supuesta Constitución
Nacional simplemente es un saludo a la bandera, utilizada para defender la
posición seudodemocrática a nivel internacional y cumplir con un mandato de la
organización mundial de los derechos humanos.
El país del
‘Corazón de Jesús’ vive hoy la peor degradación política de su historia;
gobernantes convertidos en indudables malabaristas, inaplacables financistas y
verdugos de su propia raza, que sin pudor quebrantan el pensamiento ideológico
y masacran la esperanza de millones de connacionales. Aprobaciones legislativas
y sanciones presidenciales en salud, justicia, fuero militar, minería, agro,
ambiente, etc., son muestra del exclusivo interés financiero y opresión
popular.
Las últimas
manifestaciones sociales generadas a raíz de tanta infamia gubernamental son
expresiones de total disgusto y rechazo al inmediato régimen, que trastoca
permanentemente el sentimiento patriótico de los administrados.
Las leyes
aprobadas son benévolas al interés capitalista y ofensivas al colectivo
comunitario, conllevando a una degradación fatal del sistema político y social
del país. Razón para que los derechos inalienables, imprescriptibles e
inajenables, solo sean elegantes palabras técnicas redactadas estratégicamente
para alimentar el ego constitucionalista, pero jamás se concretan. Está
llegando la hora de un cambio estructural en la forma de gobernar: “el pueblo
empieza a despertar y los verdugos a tambalear”.
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