Por: Iván Antonio Jurado Cortés
Por estos días, el país ha tenido que enfrentar un tema bastante dispendioso referente al matrimonio civil con parejas del mismo sexo; algo que a simple vista causa novedad, especialmente en una sociedad que no se ha preparado para este tipo de debates. Y se vuelve aún más delicado, cuando de la conducta y principios morales de una persona se trata.
En días pasados, cuando se esperaba que la Corte Constitucional de nuestro país, dictaminara sobre el matrimonio Civil homosexual, sorprendió a todos los colombianos, manifestando que ese tema se lo deja al Honorable Congreso de la República; inclusive, argumentó que si en el plazo de dos años el ente legislativo no toma una decisión a esta exigencia que han venido haciendo miles de compatriotas hace un tiempo atrás, entonces, por derecho propio estas parejas podrían casarse, así como ellos lo solicitan. Con este acto, que a propósito es muy preocupante, solo se demuestra que aún persiste un sentimiento de culpa, producto de unos preceptos religiosos enmarcados dentro de un paradigma que se debió haber superado hace décadas.
A pesar que la Constitución Política de 1991 le ha brindado al país novedosos cambios, especialmente en las libertades de expresión, género e inclusión de poblaciones vulnerables; aún, en muchas oportunidades se sigue sintiendo un proceder con el espíritu de la carta magna de 1886; donde prácticamente, el apego rotundo a la iglesia y sus principios doctrinarios han influido en la estructura de las manifestaciones y decisiones políticas. Con la abrupta invasión territorial que hiciere el imperio español, hoy llamado por muchos historiadores “conquista”, además de haberse sustraído la riqueza económica, cultural e intelectual de los pueblos aborígenes americanos, también nos dejaron recuerdos pocos saludables: las enfermedades virales, bacterianas y obviamente el cruce de razas produjo un prototipo americano con aumento en ciertas tendencias; entre ellas: homosexualidad, ambición, amor por el dinero y el poder. Sin olvidar el fanatismo por la religión.
Necesariamente se debe separar la espiritualidad y el sentimiento religioso, de los conceptos de sociedad; para que estos no interfieran en decisiones que cualquiera que sean van a incidir en el comportamiento de una persona. Siempre se ha hablado de los derechos que tienen un ser humano; entre ellos el de la libre expresión. El homosexualismo, simplemente es un comportamiento genético, derivado de ciertas combinaciones o alteraciones cromosómicas irrevertibles. Hecho por el cual se debe considerar y entender estas manifestaciones humanas, como normales. Por lo tanto, si se juzga a este tipo de personas por su inclinación hormonal, entonces se tendría que hacerlo con sus antepasados, que aunque no demuestran ser ‘anormales’, tendrían mucha de responsabilidad con los comportamientos de sus descendencias.
El hecho de aprobar el matrimonio gay, que a propósito es por la vía civil, en ningún momento debe pasar por decisiones eclesiásticas; esto es un caso netamente de la autoridad civil, con esto no quiere decir que aumentaran los homosexuales en Colombia; por el contrario, se garantizaría control, orden y se dejaría a un lado el comportamiento irracional de muchos homofóbicos, que éstos si le hacen bastante daño a una sociedad. Más bien la iglesia debería intervenir en mejorar actuaciones lesivas de ciertos ciudadanos, que invadidos de fobia y egoísmo producen daños, a veces irremediables con sus semejantes. Si en Colombia el Congreso toma la decisión correcta sobre el tema, ya serian en el mundo doce países, los que marcaran la pauta en temas tan complejos como este. El matrimonio homosexual, solo conllevaría a reglamentar actitudes de más de 350.000 parejas que lo vienen haciendo de manera “clandestina”; más no afectaría la dinámica social, ya que en el género humano, primero es el genotipo, para luego ser fenotipo.
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